Bill Evans (Sunday at the Village Vanguard) 55º Aniversario

Si existiera la máquina del tiempo, y preguntásemos a cualquier aficionado al jazz que concierto querría presenciar, estoy seguro que muchos nos daríamos cita en aquel lejano día del 25 de junio de 1961 en el mítico Village Vanguard de Nueva York, para presenciar la magia que se materializó allí a cargo del Trío de Bill Evans.

“Sunday at the Village Vanguard” es el testimonio imperecedero de un trío excepcional en el que todos sus integrantes tenían voz, voto y un lugar para expresarse; la piedra angular del trío de jazz moderno y una fuente de inspiración constante para generaciones de pianistas. Sin duda es uno de los discos más grandes de Jazz que vieron a luz.

Su aspecto era tan vulnerable, siempre con ese aspecto de científico chiflado, sus camisas oscuras, y su sempiterno cigarrillo pegado a los labios. Bill Evans venía de haber grabado uno de los discos más importantes de la historia de la música de todos los tiempos ( Kind of Blue): el único blanco en una banda de negros, algo que solo fue posible porque el jefe era Miles Davis, a quien importaba un bledo el color si el músico era bueno. Éste era excepcional. Se llamaba Bill Evans. Había nacido en New Jersey, hijo de un padre alcohólico que regentaba un club de golf y desaparecía por temporadas, y una rusa ortodoxa que sostenía el peso de la familia. En aquellos años finales de la década de los cincuenta ya era reconocido como uno de los mejores pianistas en el panorama del jazz.

Scott LaFaro, Bill Evans y Paul Motian

De pronto su destino se cruzó con el de Scott LaFaro, en la grabación de un disco de Chet Baker allá por 1957. LaFaro tenía apenas 23 años y tocaba el contrabajo casi como si fuera una guitarra; alguien a quien el propio Evans consideraba un caballo desbocado, del exceso de creatividad que derrochaba.

Evans buscaba formar un trío. Ya tenía el batería, Paul Motian, con el que ya había trabajado previamente en numerosas ocasiones. Pero en su modelo de trío el contrabajo debería tomar un papel protagonista, capaz de improvisar simultáneamente con él en lugar de aportar solamente una sólida base rítmica. LaFaro era el hombre. Grabaron juntos tres discos: “Portrait of jazz”, “Explorations” y un disco de otro mundo, “Sunday at the Village Vanguard”.

En 1961 el grupo actuó varias veces en el Village Vanguard, en pleno Greenwich Village, uno de los locales de referencia del jazz neoyorquino. Estaban tan pletóricos que Orrin Keepnews, productor de Riverside Records, intentó en varias ocasiones conseguir que grabaran algo de lo que interpretaban en directo. Aunque Evans solía intentar escabullirse (con el argumento de que no tenía nada nuevo que decir) al final consiguió su propósito el último día de su gira por el Vanguard, el 25 de junio de 1961. Además de las tres sesiones estándar de la noche, los domingos se incluía un par de pases de tarde. Evans sin embargo no era entonces ninguna figura capaz de agotar las entradas. No deja de ser triste escuchar en cada audición ese jaleo de vasos, risas y conversaciones que demuestran lo poco que importaba lo que allí se estaba creando a algunos de los clientes del local. El propio Evans llegó a decir: “tenían ganas de charlar. Yo me aislé de todo aquel ruido y me concentré más en la música”.

En el Village Vanguard, las características del arte de Evans se desarrollaron hasta la perfección y se muestran en toda su grandeza a través de todo el repertorio, desde las composiciones de LaFaro, “Gloria’s step” y “Jade visions”, pasando por un original eterno de Evans, “Watz for Debby”, que interpretaría durante toda su carrera , dos originales de Miles Davis, “Milestones” y “Solar” y algún standard como “Alice in Wonderland”, “My Foolish Heart” o “My Romace”, todos ellos transformados por el genio musical de Evans y su trío, por su sensibilidad única e irrepetible.

Tras acompañar a Stan Getz en el festival de New Port, diez días después de aquella memorable grabación en el Vanguard, Scott LaFaro regresaba a casa de sus padres en Geneva, en el estado de Nueva York. Su coche se salió de la carretera y se estrelló contra un árbol. Murió casi en el acto. Evans estuvo meses sin volver a tocar el piano. Muchos creen que nunca superó aquella pérdida.

Muchos pianistas han querido seguir la estela de Bill Evans, pero ninguno de ellos ha llegado a tener la habilidad de improvisar y penetrar el estado de ánimo del oyente para proyectar una calma sin igual.

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