Archivo de la etiqueta: Quijote

Lectura de “El Quijote”

Siempre es tiempo de releer el Quijote, pero cada primavera, cuando que se acerca el  23 de abril, los entusiastas del hidalgo hacen por encontrarse en torno a la lectura de este libro.

Como cada año, el Centro UNESCO de Castilla y León ha convocado, en la sala del Pendón de la Colegiata de San Isidoro, a personas conocidas o anónimas de diferentes ámbitos de la sociedad leonesa  para leer colaborativamente los textos de ‘El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha’

Este acto de lectura es especialmente relevante en el Año Europeo del Patrimonio Cultural  ), cuyos objetivos son  fomentar el intercambio y la valoración del patrimonio cultural de Europa como un recurso compartido, sensibilizar acerca de la historia y los valores comunes y reforzar un sentimiento de pertenencia a un espacio común europeo.

Desde tULectura  respondimos a la llamada que nos hizo  el Centro UNESCO de Castilla y León a través de su presidenta, Dña. Isabel Cantón Mayo, con tan buena fortuna que nos tocó explicar a la asturiana Maritornes, a través de las palabras de Sancho  Panza, qué es un caballero aventurero:

—¿Tan nueva sois en el mundo, que no lo sabéis vos? -respondió Sancho Panza-. Pues sabed, hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero.

(Don Quijote. Primera parte.Capítulo XVI)

Pues eso, “apaleado y emperador”: no me digas que ese sentimiento te resulta ajeno. Explicado queda.

Cuando se leía en voz alta (II)

En la entrada anterior hablábamos de cómo este año (y siempre) el Quijote está suscitando una gran cantidad de homenajes y comentarios, muchos de ellos en relación con el acto mismo de la lectura. Comentábamos también cómo siempre se toman ciertos ejemplos extraídos de esta obra en relación con la lectura como acto público como la vez en la que el cura lee a quienes le rodean El curioso impertinente, o el famoso pasaje de la venta. Sin embargo poco se habla de un aspecto que hace tiempo llamó la atención en un artículo Margit Frenk sobre la lectura en la obra cervantina, donde ponía el foco no en sus manifestaciones orales y públicas, sino en su protagonista como ejemplo del nuevo tipo de lector que estaba surgiendo por entonces. Evidentemente, sabemos que la lectura individual y silenciosa ha existido siempreimg02-02, y hay que insistir en ello por su trascendencia de difícil asimilación hoy. El caso de Don Quijote es un ejemplo claro: leer para uno mismo tiene unas consecuencias preclaras: la lectura individual es única e impredecible. Al igual que los monjes que hicieron lecturas heréticas de los textos sagrados y que provocaron la prohibición de hacer interpretaciones libres de los mismos, así como que la imprenta se convirtiera en una herramienta que evitara la heterodoxia creando copias únicas que fomentaran versiones únicas, Alonso Quijano encarna el nuevo modelo de lector que interpreta individualmente (y correctamente) lo que lee con consecuencias no solamente individuales sino sociales: no es un loco porque quiera parecerse a los héroes de los libros de caballerías, sino porque de ellos aprende el valor de luchar contra las injusticias, de ahí que, más allá de que acierte o yerre en el planteamiento de su empresa, evidencia que de su lectura -que más tarde en el escrutinio de la biblioteca censurarán- se deslinde un afán de justicia aprendido a través de la literatura. El mismo Cervantes dijo  que su obra tendría tantas interpretaciones como lectores, y que debería primar la libertad frente al dogmatismo de una sola interpretación. Sin embargo, y aunque su lectura exija un lector individual, silencioso y concentrado las dos partes de la novela están escritas con las fórmulas adecuadas para su lectura en voz alta. Evidentemente, hay que destacar la grandeza del autor que contiene en su obra todas las costumbres sociales respecto al acto mismo de leer que predominaban en su época, pero sin duda la más llamativa de ellas es la que representa Don Quijote, a quien la lectura silenciosa convierte con un ciudadano comprometido y alborotador.

Con los siglos, ese modelo de lectura se ha ido extendiendo de tal manera que las muestras orales y públicas se han reducido a filandones conmemorativos y literarios, y otros actos de escasa relevancia cultural como la liturgia o los mítines políticos. Obviando la importancia de la riquísima cultura oral en otros continentes, en nuestro ámbito prevalece en la actualidad un tipo de lector sin lugar a dudas, hasta el punto de que podemos ver estampas comunes en los metros de grandes ciudades que de natural nos fascinan de puro increíbles: personas abstraídas que en medio del metro en hora punta tienen entre las manos un mamotreto de paginación centenaria del que no levantan la mirada. Es decir, se ha trasladado la lectura en soledad y en silencio hacia un lectura silenciosa pero pública. ¿Quién no ha viajado alguna vez en el metro de París o de Nueva York en un viaje y se ha topado con la chica concentrada en un libro cuyo peso le debe estar provocando lesiones en la espalda? Es inevitable no fijarse disimuladamente en el volumen para intentar averiguar si se trata de novela policíaca nórdica o algo tipo La catedral del mar. Cuál es nuestra sorpresa cuando nos fijamos en la portada y nos damos de morros con la gran sorpresa: increíblemente, está leyendo a Stendhal. Lo verdaderamente sorprendente no es, obviamente, que la gente lea a Stendhal, a quien es bastante recomendable leer, sino que se lea a Stendhal, a Dostoyevski y a Foucault en el metro. Aunque frecuente, el fotógrafo Reiner Gerritsen tomó una serie de fotografías en el metro de Nueva York como homenaje a esta práctica de leer en papel y en público, sustituida poco a poco por la de llevar un cacharro digital que ahorra a los viajeros cargar con el peso de los libros en papel y de la que podemos ver una muestra aquí. De entre todas las cuestiones que se desligan de esta práctica, llama más la atención el hecho de que la lectura silenciosa se haya vuelto social en tanto que un ejercicio que requiere un grado notable de concentración se realice en medio de uno de los ámbitos más ruidosos como es el metro. ¿Cómo es posible leer y comprender Los hermanos Karamazov como se debe leer mientras decenas de personas hablan, gritan, caminan y en el ambiente solo flota una sensación de agobio y estrés de la que es prácticamente imposible abstraerse? Cabe preguntarse, ¿es posible detenerse y reflexionar sobre si nos convence el sentido de la vida tras la muerte propuesta por el autor ruso en medio de una vorágine multisensorial, o no será que detrás del acto de leer en el metro hay mucho postureo? Sí, es cierto que la falta de tiempo lleva a muchas personas que viven en un determinado ámbito a aprovechar como sea los momentos de asueto para leer “a la desesperada”, sin embargo, habría que pararse a pensar si la lectura en soledad no debería realizarse verdaderamente a solas. Está demostrado que leer en voz alta conlleva beneficios, pero también que puede estar uno leyendo un texto en voz alta sin enterarse de nada, frente a la lectura silenciosa, que implica comprensión y asunción de lo que se lee. Sin embargo, no solamente basta con leer para uno mismo, sino que hace falta detenerse y concentrarse durante largo tiempo, algo que no es tan sencillo de lograr y que los tiempos no favorecen. Mucho se habla de que los niños ya no leen y también de que sencillamente es que no se lee de la misma manera, pero sí que se lee. Bien, es obvio que a través de pantallas e hipervínculos se lee de otra manera, y que si las cosas no cambian mucho pronto será la forma mayoritaria de leer. Sin embargo, las consecuencias de una u otra lectura nunca pueden ser las mismas.

Puede parecer que el hecho de defender la lectura silenciosa en unas determinadas circunstancias muy concretas pueda sonar purista, elitista y trasnochada, teniendo en cuenta que uno de los valores que priman en la actualidad es la inmediatez: que inmediatamente te contesten al correo, al whatsapp, que inmediatamente te den lo que buscas, encender el ordenador y encontrar inmediatamente con un solo clic lo que querías saber. Pero nos pongamos como nos pongamos, lectura e inmediatez son categorías opuestas por definición. Los beneficios inmateriales de leer no tienen nada que ver con los beneficios de la era digital, porque lo inmediato se opone a la reflexión y al pensamiento crítico individual que solo puede ser fruto de uno mismo y del tiempo. No es un problema de formato, porque se puede leer como es debido en un libro electrónico, y de igual manera no enterarse de nada leyendo en papel, como podemos 756387903ceb4ef8341b14f7d70796dasospechar de quienes lo hacen en el metro. Así, hay que matizar qué es lo cuestionable, y que no tiene que ver estrictamente con el formato sino con el cómo se usa. Por lo tanto, para quienes creemos que no se puede leer a Dostoyevski en el metro no es una cuestión de elitismo intelectual, ni siquiera de un fetichismo por el hecho de preferir la maravillosa experiencia de sostener un objeto que tocar y oler entre las manos cada noche en la intimidad (aunque siendo sinceros, ¿no es esta una de las pequeñeces cotidianas que dignifican nuestros días?). Defender que a Dostoyevski y a tantos otros no se les puede leer en el metro es una cuestión de sentido común que solamente tiene que ver con la necesidad de tiempo, de silencio, de pensamiento, de reflexión y sobre todo de búsqueda de preguntas y respuestas interiores que nada tienen que ver con lo inmediato. ¿O es que acaso internet nos puede transmitir la grandiosidad de crear personajes que en una misma novela demuestren a la vez la existencia e inexistencia de Dios? Más aún, ¿puede internet ayudarnos en un solo clic a decidir cuál de las dos opciones queremos escoger?

Cuando se leía en voz alta (I)

En estos días se está hablando mucho del Quijote con motivo del centenario de la publicación de la segunda parte en 1615 , y por eso no es raro encontrar artículos conmemorativos de todo tipo sobre las virtudes de la obra, que son muchas. Un aspecto que siempre ha llamado mucho la atención es la importancia de la lectura dentro de la obra, más allá del propio afán del personaje principal, y es que en varias ocasiones se hacen alusiones directas a las costumbres lectoras de los individuos del siglo XVII. Por ejemplo, gracias al episodio de la venta, sabemos por boca del ventero que entre los segadores hay algunos que saben leer, y que tienen por costumbre la de reunirse en grupos numerosos a escuchar a uno de ellos que hace una lectura pública. Hoy en día a ningún lector le extraña que sea el cura quien relate a los demás y les lea, pero sí deberíamos reflexionar sobre el hecho de que la lectura fuera un acontecimiento público que se hiciera en comunidad. La breve alusión a los segadores es una muestra de que, pese a que la gran mayoría de la población no sabía leer, en todas las clases sociales había individuos que síscriptorium podían hacerlo.

Quizá hoy sigamos sin darle la importancia adecuada al hecho de saber leer como se leía entonces, ni al hecho mismo en general, teniendo en cuenta que las circunstancias vitales de entonces no eran ni por asomo las mismas. Evidentemente, tampoco en cuanto al desarrollo tecnológico, pero en este sentido no podemos compararnos a los individuos de los siglos XVI y XVII por el hecho de que ahora, además de estar alfabetizados, tenemos a nuestro alcance diversos medios de comunicación, pantallas y artilugios que nos permiten saber cualquier dato enciclopédico o lo que está pasando ahora en la Conchinchina con solo un clic. Tenemos bibliotecas, fondos periodísticos y audiovisuales, lo tenemos todo a nuestro alcance, incluso censura, que nada tiene que ver con la de entonces y que no necesita de Inquisiciones porque ya existen las editoriales que se cuidan bien de mirar por su bolsillo. Y aun teniéndolo todo hemos dejado de valorar la literatura como fuente de información, de contraste, de segunda opinión y de Autoridad, la autoridad de quienes vivieron, pensaron y sintieron situaciones parejas hace siglos. ¿Cómo entonces no valorar la importancia que tendría un solo libro en el siglo XVII cuando era la única posibilidad de conocimiento?

Así, podemos entonces comprender que, además de por su importancia social y comunitaria, leer en voz alta era la única posibilidad de acceder las historias por parte de una gran mayoría. Podemos imaginarnos casos paradigmáticos como el de las comunidades religiosas en las que durante las comidas había un monje que leía para el resto o, como en la obra cervantina o en los filandones de la montaña, por citar un ejemplo cercano a los leoneses. Obviamente, la finalidad en uno y otros casos era bien distinta, y es que frente al entretenimiento de contar y cantar romances y fabulaciones en el primer caso, en el segundo prima la divulgación religiosa. Si bien es cierto que en la Antigüedad y en la Edad Media no solo se leía en voz alta, tenemos esa imagen extendida, ya que leer para uno mismo era lo menos común, aunque necesario. En la próxima entrada hablaremos de las maravillosas consecuencias del cambio de paradigma lector, difícilmente cuantificables.