¿No deberíamos usar los mismos sonidos que hacen los animales sin importar en qué idioma hablemos? Si imitáramos un sonido probablemente sí, pero en realidad lo que sucede es que le estamos dando un nombre a un sonido. Por ejemplo, en Japón, los perros no hacen guau sino wan, en Italia, bau bau, en Albania ham ham y en Rusia, wav wav. En la mayoría de los idiomas, el mugido de las vacas es una palabra que empieza con M, excepto en Urdu que es Baeh.
Más ejemplos extraños, en danés los caballos hacen Vrinsk.
La realidad es que hay muy pocos estudios que han investigado la apasionante ciencia de la onomatopeya animal en diversas lenguas. Uno de esos es el Proyecto Quack, que ya no está disponible en internet desafortunadamente. Las iniciativa recogía el sonido de diferentes animales reproducidos por niños de diferentes culturas en las escuelas de Londres.
También puede tener que ver con reglas gramaticales: por ejemplo en japonés el sonido L no puede ir detrás de la letra D, esencial para hacer el kikirikí del gallo inglés: cock- a doddle do.
Pero la realidad es aún nadie lo sabe. Para algunos expertos, como el filósofo alemán Johann Gottfried Herder el origen de las lenguas tenía que ver con imitar las onomatopeyas propias de los animales. Otros, como Derek Abbott, de la Universidad de Adelaida, Australia, sostiene que se trata de un área olvidada en términos académicos: “Los diccionarios en general no incluyen estos sonidos – explica Abbott – . De hecho en un estudio que estoy realizando, he descubierto los sonidos más diferentes entre distintos idiomas. Y estos corresponden al de los abejorros. En la mayoría de los idiomas siempre hay una Z o una S (en español sería BZZZZZ), excepto en Japón, donde los abejorros hacen boon boon.»
Las onomatopeyas de los animales, en verdad, dicen más sobre nosotros que sobre ellos. Hablan de nuestra cultura, nuestra gramática y hasta nuestro vínculo con los animales a los que “retratamos” con palabras.
FUENTE: Redacción Quo – 12/01/2016