Nacido en el barrio del Crucero, en León, Antonio Toribios, cuya escritura está aderezada por el humor y cierta melancolía, es ante todo un especialista en el género de Microrrelatos y aun en los relatos hiper-breves, con el límite puesto en los 140 caracteres de un tuit, lo que requiere de una excelente condensación. Su blog Almanaque así nos lo confirma, cuya idea inicial era escribir un microrrelato cada día partiendo del santoral católico, de donde surgen los nombres de sus personajes principales, incluso de sus antagonistas. «Los nombres me vienen llamando la atención desde la infancia. En mi casa solo había dos libros, un manual de ferrocarriles y un misal de mi madre, donde me aficioné a leer las vidas de los santos que correspondían a cada día. La experiencia me impactó en cuanto a los tormentos y prodigios que allí aparecían».
Para contar una historia con tan pocas palabras «hay que reducir la acción al mínimo, dejando que el lector haga el resto del trabajo…. La imagen gráfica más adecuada sería la del iceberg, con una pequeña parte a la vista que se sustenta en otra, mucho mayor, que no se ve», aclara, consciente de que se debe huir sobre todo de la frase ingeniosa, del aforismo, de la imagen poética, del refrán o del mero chiste. «Cada palabra tiene que añadir algo, de manera que, si la quitamos, el cuento quede cojo», agrega, porque la economía narrativa es esencial a la hora de escribir, sobre todo Microrrelatos. «El lector tiene que percibir en todo momento que cada palabra que aparece está ahí por algo, y que ha de ser esa y no otra. Si no es así, hay algo que no funciona… A Monterroso le bastaron siete palabras para escribir el famoso cuento del dinosaurio», recuerda Toribios, que se ha planteado este reto -al estilo de las limitaciones que se imponían Queneau y los miembros de OuLiPo- porque el Microrrelato está, según él, entre lo puramente narrativo y el pulimiento del lenguaje que exige el poema.
El autor de Tu nombre y otros nombres (libro que recoge Renato, acreedor del Premio de Relatos Diario de León en 2001) confiesa que en sus relatos hay bastantes referencias al barrio de su infancia, aunque sin dar datos concretos, y que ha pasado muchas horas observando el paso de las estaciones y los hechos mínimos de lo cotidiano a través del cristal de una ventana. «Tengo una tendencia bastante marcada por la contemplación. Por eso hay ventanas en varios de mis relatos», como ocurre en Nocturno con relojes blandos, en clara alusión a Dalí –«el genio de los bigotes velazqueños»-, con una Ana María (Dulita) asomada a una ventana, y por el que Toribios recibiera en 2007 el premio de Relatos Imágenes de Mujer del Ayuntamiento de León.
El tren, la espera, la contemplación, las ventanas, la infancia son motivos recurrentes en su obra literaria, tanto en sus «relatos para adultos» como en sus cuentos infantiles, porque también ha realizado incursiones –siempre propiciadas por encargos concretos- en la «literatura infantil», que ante todo ha de ser literatura a secas, explica él, porque debe tener calidad y la exigencia que se merece cualquier lector, independientemente del género en que se encuadre la obra. «En los últimos tiempos ha habido un boom en cuanto a textos creados especialmente para niños. Observo una gran preocupación por introducir ‘valores’ en las tramas… El peligro está en derivar hacia un moralismo de lo ‘políticamente correcto’, con lobos que comen zanahorias y papás-oso que planchan». En su cuento infantil, Ananías y la máquina maravillosa, ilustrado por Manuel Sierra y editado por Renfe para una de las ediciones de Leer León, Toribios plasmó un viaje en tren. «El tren no deja de ser una sucesión de ventanas. Para el que lo ve pasar, es un universo rodante lleno de personas con sus historias personales y sus amarras rotas. Desde dentro, la ventanilla es una superficie transparente tras la que discurre la vida; algo así como una pantalla de cine, otra de mis pasiones».
Toribios es también un apasionado lector de relatos de viaje, algunos con el tren como protagonista, como El Transcantábrico, de Juan Pedro Aparicio. Recuerda con fascinación sus primeras lecturas de Julio Verne en la colección Historias Sección, de Bruguera, y aun otros clásicos como La isla del tesoro y El corazón de las tinieblas. «Respecto a mis raíces ferroviarias, sí que aparecen a menudo en mi obra. En Las cigüeñas viajan en el mixto, un relato de esperas y ventanas, la ambientación corresponde a la que me fue transmitiendo mi madre –hija a su vez de guardagujas- en muchas veladas, arrimados al calor de la cocina de hierro. El tren siempre ha sido un buen motivo literario y cinematográfico. Tiene muchos elementos propiciatorios: el paisaje cambiante, la diversidad de personas que entran y salen, la emoción de las esperas y las despedidas».
Toribios cuenta ahora con una colección bastante amplia de relatos, que necesita pulir y clasificar de cara a su posible publicación. Asimismo, continuará con su Almanaque hasta conseguir terminar el ciclo anual de 365 relatos. Y no descarta emprender una narración de aliento largo, «aunque de momento lo que tengo son varios cuadernos de notas».
Fuente: El Diario de León.es 26-03-2013