Estos días anda Manolo «mediu azacanáu» (atribulado, con prisa o azogue), según nos dice, porque no sabe cómo quedará «cun esa xente de Tseón», esto es, con el público capitalino. «Peme que voy tumame una garfetsada de tila del Chabanón, que va muitu bien», o sea, una buena cantidad de tila antes de la presentación, mañana, del primer tomo de su completo Diccionario Castellano-Patsuezu, en la Fundación Sierra-Pambley a partir de las 20.00 horas y al lado de, entre otros, todo un grande de la lingüística, el académico Salvador Gutiérrez.
—¿Qué diferencia hay entre el compendio que presentó en el 2009 y esta nueva obra?
—El nuevo diccionario está dividido en dos tomos. El que se publica ahora es Castellano-Patsuezu, y el que se publicará próximamente los mostrará a la inversa. Creo que hasta ahora no se había acometido nunca tal labor. Hay palabras de esta variante lingüística que no tienen traducción al castellano, como las partes de un carro del país. En este ejemplo, los vocablos se encuentran agrupados en la entrada carro, de manera que el problema se ha solucionado de forma muy efectiva e intuitiva. Un caso frecuente puede ser olvidarse de cómo se llama en patsuezu un determinado objeto, digamos el cazo con el que se sirve el caldo de berzas, y esto no se podía buscar en el diccionario anterior. En este, si acudes a la palabra te aparece: «Cazo. Garfietsa. sust. f. Cazo metálico utilizado para servir a las cazuelas desde el pote». Y un ejemplo de empleo concreto: «¡Nun quedes cun fame! ¿Nun queredes outra garfetsada más?».
—¿Cómo ha sido, fundamentalmente, el proceso de trabajo y cuándo lo inició?
—Esta obra la comencé hace cuatro años. Tras la aparición del diccionario publicado en 2009, mi amigo Eduardo Carbajo, gran conocedor del patsuezu, me sugirió hacer este diccionario inverso. Lo que en un principio se pensó como un trabajo limitado a invertir dos columnas de palabras se convirtió en un problema, ya que, repito, hay términos del patsuezu que no tienen correspondencia en castellano. Janick Le Men, profesora de Filología en la Universidad de León, me indicó que la manera más apropiada de sacar adelante este nuevo diccionario era utilizando campos semánticos, cosa que he empleado, creo, con muy buenos resultados.
—¿Cómo se estructura esta obra exactamente y cuántas palabras en total contiene?
—La obra conserva, como todos los diccionarios, el orden alfabético, intercalando los campos, que van sombreados para su más rápida localización, e incluyendo palabras que son sinónimas o, como yo prefiero decir, relacionadas. Por ejemplo, si buscamos en la entrada caer, nos vamos encontrar: «Caer. Cayer. v. Bajar de un lugar violentamente. Cayóu l’otsa, se tse rompióu, ya’l tseite arramóulo todu pul corral». Y siguen: Afucicar, ver hocicar. Baltar, ver volcar. Esburricar, ver derribar. Esfucicar, ver trompicar… Respecto al número de palabras, es difícil de decir, pero serán unas 2.600.
—Seguro que ha habido uno o un par de términos que particularmente le haya ‘prestado’ más incluir en el libro…
—Me has dado en el punto débil. He disfrutado descubriendo cosas que yo mismo desconocía. Sin duda la palabra fúcaru, como sinónimo de persona aprovechada, ha sido la mayor de mis sorpresas, ya que en el Diccionario de la RAE encontramos «Fúcar. (De Fogger, familia de banqueros alemanes de los siglos XV y XVI). m. desus. Hombre muy rico y hacendado». Dos cosas difíciles de entender: cómo en pleno centro de Madrid la calle Fúcar conserva el nombre de aquellos personajes de triste recuerdo, auténticos usureros, y el hecho de que se mantenga en patsuezu la palabra fúcaru.
—¿Es la situación del patsuezu tan crítica como la pintan?
—Los lacianiegos estamos orgullosos de conservar este rosario de palabras de pocas cuentas, y todavía estamos a tiempo de que no se acabe de eclipsar la nuesa tsingua. No solo son las palabras, es conservar las costumbres, en definitiva las raíces. Veo necesario formar una asociación para unificar criterios gramaticales. En León hay gran diversidad lingüística y todas las variantes son dignas de ser conservadas pero, personalmente, pienso que el unificarlas en forma de una única lengua resulta irreal y no es precisamente una buena solución.
—¿Qué actividades crees que serían necesarias para mantenerlo, para que la gente, los niños sobre todo, lo conozcan?
—El patsuezu no se debe olvidar, pero darle a los pedales al revés para ir hacia atrás me parece, además de imposible, poco lógico. El Club Xeitu convoca anualmente su certamen de patsuezu y me parece una muy buena idea que podría adaptarse a otras comarcas; pero, repito, harían falta un grupo de seis u ocho personas que fueran capaces de unificar criterios de gramática y pronunciación. Yo lo vería muy indicado. ¿Sería una utopía el formar una Academia de las Lenguas Leonesas?
Fuente: El Diario de León.es 17-06-2013