El obispo de León, Julián López, guarda silencio. Muy interesado en las últimas revelaciones sobre la presencia del Santo Grial en San Isidoro desde hace mil años, sigue la política de prudencia que marca siempre la Iglesia cuando se trata de reliquias vinculadas a Jesucristo.
Mientras los historiadores Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega están dispuestos a defender hasta sus últimas consecuencias que el cáliz de Doña Urraca es el Santo Grial, como sostienen en el ensayo Los reyes del Grial (editorial Reino de Cordelia) que publican a principios de abril, San Isidoro se enfrenta a una avalancha de visitantes sin precedentes. Los manuscritos de la biblioteca cairota de la Universidad de Al-Azhar aportan datos, al parecer, irrefutables.
El abad de San Isidoro, Francisco Rodríguez Llamazares, confesó a este periódico estar asustado ante el impacto de semejante descubrimiento. Se trata de la reliquia más importante de la cristiandad, que historiadores y fanáticos religiosos han buscado durante siglos —incluida una facción de las SS de Hitler, que rastreó el monasterio de Montserrat para localizar documentos que indicaran el paradero del Santo Grial—.
Los manuscritos egipcios consultados por los autores de Los reyes del Grial describen el periplo que siguió el Santo Grial: de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén a León. Las guerras en la ciudad santa provocaron el saqueo de aquella iglesia, centro de veneración cristiana. Fue así como el cáliz cayó en manos del califa fatimí que reinaba en Egipto, quien regaló el Santo Grial al emir de la taifa de Denia y éste, a su vez, se lo entregó a Fernando I en el año 1054 o 1055. El generoso presente persigue sellar la paz entre dos reinos. Hay que tener en cuenta que el poderoso rey leonés, apodado El Magno, había llevado a cabo una enérgica actividad de Reconquista. «Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España», reza su tumba en el Panteón Real. Los documentos de la biblioteca de Al-Azhar, fundada en el año 975 y convertida en un gran centro de conocimiento por el sultán Saladino, hablan del «grande Fernando de León». La última morada del monarca leonés está decorada con un espléndido fresco de la Sagrada Cena. Llama la atención, tras Jesucristo y los apóstoles, la importancia que tiene el sirviente que llena de vino la copa donde, según la tradición, Jesús instituyó la eucaristía. Conocido el origen del cáliz de Doña Urraca, las pinturas del Panteón de los Reyes hay que contemplarlas con nuevos ojos, igual que muchos símbolos de San Isidoro que aluden a la copa sagrada. Es como si Fernando I y su hija Urraca, depositarios del Grial, quisieran dejar pistas. También se comprende ahora por qué Urraca entregó a los orfebres leoneses dos sencillos cuencos de ónice de origen greco-romano para que hicieran con ellos uno de los mejores cálices medievales.
Fuente: El Diario de León.es 24-03-2014