Su madre le ingresó en un hospital psiquiátrico en 1986. Lo abandonaba once años después para regresar tres meses más tarde. «Yo no entiendo por qué estoy aquí. Por qué me he pasado de manicomio en manicomio, por España, como si trabajase en la Guía Campsa». Y es que el sanatorio de Las Palmas ha sido desde entonces el hogar de Leopoldo María Panero, un lugar en el que ha escrito la inmensa mayoría de su obra poética. La editorial Visor publica el trabajo creativo del escritor entre 2000 y 2010, continuación de la aparecida en el 2001 y que compilaba la obra desarrollada por el poeta entre 1970 y el 2000. El encargado de la edición es el catedrático de la Universidad de Zaragoza Túa Blesa, sin duda quien mejor ha desentrañado la potencia lírica del escritor.
Destaca Blesa que en este volumen se incluye una veintena de títulos del autor, compilación sin embargo en la que se ha descartado la producción literaria en la que Panero trabaja ‘alimón’ con otros autores (Jose Águedo Olivares y Félix J. Caballero.
Comienza el catedrático de Literatura Comparada el prólogo refiriéndose al abrigo hospitalario del poeta. Y es que a partir de entonces, la obra de Leopoldo María Panero comienza a aventurarse por el camino de la autodestrucción. «La disolución del yo aparece ahora por doquier y la vida se identifica con la muerte», explica Túa Blesa, que añade que es a partir de entonces cuando la voz poética de Panero asume otras personalidades. El catedrático añade que una de las características del poeta es la cita continua, de Mallarmé a Dante, pasando por Cátulo. «La escritura de Panero reitera y reitera citas, en realidad un repertorio más bien reducido que incluye algunos pasajes de, entre otros, Guilhem de Peitieu y Raimbaut d’Aurenga, Cavalcanti, Dante, Nerval, Baudelaire, Mallarmé, Yeats, Pound, Eliot, Salinas, Gimferrer y algunos más tomados de su propia escritura en un ejercicio de intratextualidad».
Creación en la locura
Reflexiona acerca de la supuesta demencia del poeta y considera que en un país en el que el malditismo no ha sido frecuente puede decirse que sí, que Panero es el último maldito vivo. «El asunto de la locura y la creación es un asunto clásico de la estética», explica Blesa, que expone como exponentes a William Blake o a Vicent Van Gogh para alertar a continuación de la dificultad que entraña abordar la realidad del desorden psiquiátrico desde la teoría literaria. ¿Hasta qué punto el transtorno del poeta es elegido, hasta qué punto no es la suya sino una degeneración de la lucidez? «Es cierto que la locura potencia la creatividad. Creo que ciertas dosis de locura, indudablemente, desinhiben ciertas reglas de la creación», reflexiona. El experto, para quien la enfermedad de Leopoldo María Panero es real, «para bien y para mal», destaca que la biografía nos construye y entre las razones que esgrime para entender la manera de comportarse de la mente de Panero subraya las relaciones familiares «que no eran idílicas»—, cualidades genéticas, el alcohol o los desarreglos de la vida. «Dice Benito Fernández en la biografía de Leopoldo María Panero que las anécdotas de extravagancias eran continuas», resalta.
Túa Blesa destaca la variedad temática y formal de la obra del escritor. «Tiene muchísimos registros —asegura— pero a partir del momento en el que entra en Mondragón comienza su autodestrucción», explica. El catedrático añade que el infierno en vida se convierte entonces en un tema recurrente, lo que no quita para que siga existiendo una gran riqueza de lecturas. Blesa define la obra del escritor como el relato de la desolación, como el «testimonio del desastre, el acta de defunción de la vida». Consciente de que es una de las pocas personas con ascendiente sobre Panero, Túa Blesa asegura que la conversación literaria con el poeta sigue siendo brillante. «Uno de los poetas preferidos de Panero es Mallarmé», manifiesta, para recordar a continuación que el maldito francés tenía poco que ver con Panero desde el punto de vista formal. «El caos verbal de Panero se asemeja poco a la palabra calculada y la rima precisa de Mallarmé», ironiza. Otro de los predilectos, según Blesa, es Ezra Pound, el gran poeta de la modernidad con quien Panero comparte «la figura del destruido». La desolación de la ruina, o como destaca Blesa en el prólogo, «testimonio del desastre, acta de defunción de la vida, poemas que relatan lo que queda tras la consunción general, la de los restos de un hombre, de la humanidad, de la belleza…»
Fuente: El Diario de León.es 20-02-2013