—¿La poesía es un arma cargada de futuro?
—No, definitivamente no. Las armas ni de lejos. Hay que desarmar el vocabulario civil de las metáforas de la agresión. No pertenece la poesía al ámbito de los discursos de fuerza ni a la imposición agresiva; por el contrario, la poesía es lo que siempre ha sido el lenguaje de la delicadeza humana, una forma de consuelo y resistencia, pero nunca arma. El balance de la crueldad humana ha expulsado para siempre esos artefactos del imaginario moral de los poetas.
—Dice Gamoneda que no ha existido un gran movimiento poético desde la Guerra Civil…
—Creo que el maestro Gamoneda tiene razón, después de Larrea, Lorca, Cernuda… toda la Generación del 27, sólo han existido individuales; grandes cabezas dialogantes, pero solas. Los sucesivos intentos generacionales de constituirse en tendencia o movimiento se quedaron en cándidos balbuceos, gestos menores de la sociología literaria que nada tiene que ver con la creación poética.
—Que ‘La bicicleta del panadero’ haya sido elegido mejor libro del año, ¿cambia algo?
—Nada, en nada mejorará al libro, ni podría empeorarlo. Es lo que es. Todo premio forma parte de un error, la poesía no participa de esas categorías jerárquicas, ni es materia que adquiera más valor o tenga rentabilidad como inversión. No, el espíritu que anima todo proyecto poético se desenvuelve en un sentido inverso a la utilidad de lo consumible y la lepra de los mercados. Además, nadie puede decir que un libro sea mejor que otro, no van por ahí las visiones cercanas a la verdad.
—¿Cree en el poder curativo de la palabra?
—Creo en la sanidad del bien que trae consigo las palabras que vinculan lo humano con los sueños de la felicidad. Pero yo no escribo para creyentes, y desde luego no sustituiría el ácido acetilsalicílico por ningún soneto.
—¿Cuál es la perversión del lenguaje?
—El secuestro de sus significados, la retórica puesta al servicio del engaño masivo, de la falsificación moral de las promesas, de la demagogia irresponsable que nos acerca al fascismo. Mentir se ha convertido en una práctica dialéctica, y eso históricamente siempre ha remitido a las vísperas de alguna catástrofe civil. Estamos en manos de políticos ideológicamente analfabetos, gente que ha antepuesto el interés económico y mezquino de unos pocos a los grandes intereses colectivos de la nación. Lo primero que se corrompe en una democracia es el lenguaje, cuando la palabra ciudadano deja de designar a la persona y comienza a significar cliente.
—¿La Habana es el sitio que más le ha fascinado?
—No, no es precisamente fascinación lo que produce La Habana, una ciudad en ruina, un pueblo al borde siempre del abismo del sueño pendiente de ser soñado.
—¿Ser el hijo del panadero le ha marcado?
—Por supuesto, no cabe ninguna duda. Una panadería no es una fábrica de revólveres. Un padre que madruga par amasar el agua con la harina, que prende fuego a un horno de urces, que cuida con esmero lo que hace, de la mejor manera que sabe, intentando hacer el mejor pan día a día, toda la vida, es una fundación de conducta, de honradez, de humilde ejemplaridad. Así era mi padre.
—¿Es usted el juez más crítico de su obra?
—Digamos que soy el primer insatisfecho, también el mayor dudoso, siempre pienso que podría hacerse mejor, corregir más, borrar tanto defecto, pero llego hasta donde puedo, mi cabeza no da para más, lo que hago lo hago lo mejor que puedo, pero en la minoría crítica de mi cabeza el balance no es nunca satisfactorio. Así lo siento.
—¿’La poesía ha caído en desgracia’ como titulaba un poemario?
— Lo que ha caído en desgracia es el respeto hacia el ciudadano, hacia sus legítimas aspiraciones, hacia el proyecto individual de cada persona en la búsqueda de la felicidad. La democracia ha sido secuestrada por el sistema financiero. Las palabras de la tribu han sido rociadas con el insecticida de la demagogia que oculta el robo de los poderosos y el saqueo a las clases humildes. Ha caído en desgracia la palabra, y esa es entonces también la desgracia de la utopía del porvenir.
—¿Cuál es la música de su poesía?
—No la del pentagrama, tampoco la de los once dedos del endecasílabo. No lo sé, si algo armónico se oye será el rumor de lo misterioso, el recado que acarrean las partículas elementales de lo lingüístico desde el territorio de la conciencia.
—¿Cuáles son las servidumbres de los escritores?
—Yo sólo puedo hablar por las mías. Tiendo a pensar que los límites de mi imaginación están más allá de lo poco que mi lenguaje puede dar cuenta. Intuyo mucho más de lo que soy capaz de expresar, y sé, por reiterada persistencia en ese fracaso, que el horizonte se desplaza en la misma proporción que el intento de nuestros pasos por acercarse a lo infinito. Pero no debemos confundir servidumbre con sometimiento, una cosa es estar al servicio de la palabra reveladora de los sentidos de la existencia y otra muy distinta convertir las palabras en vasallos al servicio de los sistemas de dominación.
—¿La poesía es el último refugio de las minorías?
—Sí, algo tiene la poesía de casa de huéspedes para los hablantes de la imaginación crítica, los descontentos y los débiles, las víctimas cuya última oportunidad de restitución de justicia ya sólo reside en el imperativo moral de la memoria. Todo poeta lo es en la medida en que permite hablar a la minoría que lo habita, al otro que en su diferencia lo persuade de su condición de igual.
—¿Cuál es su compromiso con la poesía?
—No he elegido, la poesía y mi manera de entender y estar en el mundo ha sido mi única posibilidad. ¿Compromiso? Sí, el de tener un encargo, el encargo que nadie me ha hecho pero que estoy dispuesto a cumplir hasta el ultimo día de mi vida.
—Literatura, arte, música, ¿se considera un artista global?
—No, no, en absoluto. Lo global no es el número de mis zapatos, yo hago una sola cosa, es la platilla de los policías de la cultura la que ordena el tráfico de las ideas, es el sistema de orden el que separa la expresividad artística en géneros y el que determina a qué debe o no dedicarse una persona…Todos deberíamos estudia, pintar, escribir, como práctica de una misma amistad con lo maravilloso. Así sería en la tierra de los encantamientos, donde el carpintero, el electricista, el campesino fuese también músico, poeta y pintor. Hace mucho tiempo que los amos se dieron cuenta de que negando el acceso a la cultura se le robaba a las clases populares la escalera para ascender a los sueños.
—¿Es usted un renacentista que se confundió de época?
—No, no, por favor. Simplemente alguien que aunque ya ha abandonado la época de ser muchacho no se ha alejado de la adolescente curiosidad por averiguar qué hay detrás de las cortinas de niebla del pequeño teatro del mundo.
—¿La rebeldía le ha salido cara?
—No, sería vergonzante decir lo contrario en una sociedad y en una época en la que tantos han tenido que pagar con su vida el precio de la lucha por tantas causas justas. Yo he sido solidario en ese dolor con otros, pero ni he sido perseguido, ni he sido encarcelado, ni he pasado hambre ni sufrido el exilio. No he sido una víctima, y mis molestias no alcanzan la categoría del sufrimiento.
–¿Por qué abandonó el periodismo?
—Escribí mucho, acaso demasiado, llegue a tener una columna diaria, era joven, por esa rendija notaba que se me iba todo el talento. Tenía que atarme con correas las manos para escribir frases cortas, echarme lejía en el corazón para que no me saliesen adjetivos y frasecillas con metáforas. Así que decidí hacerme abstemio de los libros de estilo, con el propio ya tenía bastante para pedir hora en la consulta del doctor Freud.
—Hay palabras como decencia o dignidad que han sido prostituidas por los indecentes y los indignos…
—Decía Oscar Wilde que la palabra dignidad suele provocar risa, sobre todo en aquellos que no la tienen. Así están las cosas, seguimos como entonces, en una sociedad que disculpa con frecuencia al criminal, al corrupto estafador, al bandolero financiero, pero nunca al soñador, jamás al débil en su necesidad, no al desobediente ante lo injusto. Por eso son indignos los que comparan la protesta civil del ciudadano desesperado con el nazismo, no saben lo que pasa ahora como no supieron sus antepasados ideológicos lo que pasaba entonces.
—El Bierzo es un territorio…
—Unos dicen que mágico, y son los mágicos. Otros que una tierra irredenta, son los irredentos. Yo creo que es un territorio con unas posibilidades excepcionales pero con una problemática tremenda derivada de una desastrosa gestión de los intereses públicos, expoliada en su riqueza, olvidada administrativamente. Un territorio… sí, digamos un pequeño país para la esperanza.
—¿La poesía está al servicio de la conciencia?
—La poesía es conciencia, acaso la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera que no sea a través de la poesía. Ni la política, ni la ideología, ni el saber científico y tecnológico han aportado desde la sola voz de un hombre la conciencia súbita que cualifica la intensidad del saber que hay en un poema de San Juan de la Cruz, Walt Whitman o Antonio Gamoneda.
—¿Hemos renunciado a la libertad por el consumo?
—Pretenden que dejemos de ser ciudadanos con derechos civiles para convertirnos en clientes con hojas de reclamaciones.
—¿’Con una simple moneda le tapas la boca a cualquier pesadilla’?
—Hoy hasta las peores pesadillas le salen gratis a los productores de los malos sueños civiles. No todo tiene precio en este mundo, no lo tuvieron los ideales de justicia y libertad en el pasado y estoy seguro que no los tendrán tampoco los descontentos en las barricadas de la primavera.
—¿Qué caminos atraviesa ‘La bicicleta del panadero’?
—A veces de barro, a veces de nieve, a veces de polvo, a veces de agua, pero normalmente caminos de aire, entre los cerezos donde sigue brotando la sonrisa de los muertos y las vacas azules que tocan el violín en los cielos de Chagall.
Fuente: El Diario de León.es 17-04-2013