Que los artistas son voceros de la realidad del momento que viven no es una originalidad. Desde siempre, la creación artística ha servido para denunciar o simplemente para presentar de qué manera transcurría la vida. La iconografía religiosa no escapa a esta regla y es una de las claves de las que historiadores e historiadores del arte se han servido para analizar cómo eran la sociedad y el poder de la época.
Eso mismo es lo que ha hecho la profesora de la Universidad María del Carmen Rebollo, que acaba de publicar los resultados de una investigación sobre la plasmación artística que Nicolás Francés realizó acerca de la imagen del pueblo judío en el León medieval. Las conclusiones del estudio, publicadas en la obra El mundo judío en la Península Ibérica: sociedad y economía, revelan una imagen del elemento hebreo relativamente neutral, libre del apasionamiento hostil de otros contextos, que corroborarían la tesis mantenida por los historiadores acerca de una estampa de cierta neutralidad en la convivencia entre judíos y cristianos en la ciudad de León. Y es que, según precisa la profesora, las imágenes de judíos presentes en la Pulchra están muy lejos de las que se encuentran en templos de otros lugares de España, en los que abundan escenas de profanaciones o actitudes morbosas, y se limitan a realizar una estricta traducción de los episodios sagrados, rubricada en la escena del Ecce Homo por la lectura de sus carteles.
«La obra de Maese Nicolás puede ser considerada un rico documento gráfico transmisor de unas vivencias y de las principales corrientes de pensamiento correspondientes a una época y a un lugar, merced a una determinada coyuntura, donde se combinaron factores religiosos, socioeconómicos y políticos muy concretos», destaca Rebollo. La profesora subraya el hecho de que la obra pictórica de Nicolás Francés hace evidente la dicotomía en la representación del elemento hebreo. «Por un lado, el respeto hacia los protagonistas del Antiguo Testamento; por otra la reprobación del pueblo judío, persistente en sus pecados y al que se atribuyen los peores defectos, reflejo de un sentir popular latente a lo largo de los siglos y que se desata a finales de la Edad Media», revela.
Algunas de las escenas de la Catedral en las que la imagen de los judíos aparece de manera respetuosa son las tablas de la Vida de la Virgen. En ella, el sancta Santorum sugiere cierta atmósfera hebraica, remarcado tanto por la presencia de los dos sacerdotes con atuendos rituales como por el ajuar que luce el altar. Así, están presentes el candelabro-palmatoria que mantenía vivo el fuego encomendado por yaveh, en el que en este caso se obvian los siete brazos con el fin de no incidir en símbolos eminentemente judíos. También aparecen la lámpara y el revestimiento textil del ara. «Todo ello, y la ausencia de iconos y representaciones figuradas explícitas, característica del ambiente religioso rabínico nos acerca a esa consideración positiva del mundo judío anterior a la venida de Cristo», manifiesta.
Vestimentas de sacerdotes
María del Carmen Rebollo considera que la solemnidad de la representación se incrementa gracias a la compostura, gestos y vestimentas de los sacerdotes. «Uno de ellos tiende la mano a María cubierto por un manto ribeteado en oro, el manto de oración con el que los judíos acuden a las sinagogas… Al otro extremo del altar, con un tocado con aire más orientalizante, otro sacerdote asiste a la ceremonia. Ambos lucen largas barbas como signo propio de honorabilidad y liderazgo dentro de su comunidad», considera la investigadora.
Asimismo, otros dos personajes se alejan del atuendo que debería considerarse propio de los judíos en un momento en el que se habían endurecido las leyes discriminatorias contra los judíos, degradando la convivencia y plasmándose en requisitos referentes a su apariencia. «Por el contrario, aquí se muestran ricamente ataviados, sin distintivo alguno y sí dignificando la escena con su lujo en el vestir: ribetes de piel, cuellos subidos, amplias mangas y hasta un puñal al cinto».
Frente a esta concepción, la Catedral acoge pinturas en las que el elemento judío se degrada, en escenas que transmiten una valoración negativa y un juicio claramente condenatorio. Son aquellos que hacen referencia a la vida de Jesús. Una de ellas es la escena de Jesús ante el pueblo representada en la girola. En ella, Rebollo destaca hasta qué punto la fecunda creatividad de Nicolás Francés se hace evidente en la variedad de tipos humanos que aparecen encarnados en dos grupos, el de los judíos y el de los gentiles.
La animadversión se transmite principalmente a través de los matices caricaturescos que Nicolás Francés utiliza y que conllevan un aspecto grotesco. Es el caso de Judas, que aparece caracterizado con una gran nariz ganchuda. «Crueles sayones en poses forzadas y de rostros exagerados, deformes criados y un bullicioso populacho que en su abigarramiento va acrecentando la tensión que agudiza el concepto de pueblo cruel y deicida, incapaz de reconocer la verdadera doctrina», subraya la investigadora.
Fuente: El Diario de León.es 25-03-2013