Leer nos hace libres es uno de los lemas publicitarios que más se ha utilizado y con mayor acierto para la promoción de la lectura. Ahora parece que esa libertad tiene un precio, tal y como se dispone en el controvertido canon de pago a autores y editores por el préstamo de libros en la bibliotecas.
Este canon fue establecido en 2007 por el gobierno español en la Ley de la lectura, del libro y de las bibliotecas ante la obligación de hacer la transposición de una directiva comunitaria, y el pasado 1 de agosto de 2014 se publicó el Real Decreto 624/2014, de 18 de julio, por el que se desarrolla el derecho de remuneración a los autores por los préstamos de sus obras realizados en determinados establecimientos accesibles al público.
Muchas voces se alzan en contra de este decreto, e incluso una de ellas (aseguro que muy cualificada) lo califica de injusto, inadecuado, ilícito, arbitrario, antisocial, erróneo, absurdo, desproporcionado, insidioso y pernicioso.
En un Estado de derecho, el acatamiento de la ley no solo es inevitable sino que garantiza la libertad del ciudadano. El derecho a la propiedad intelectual por parte de los autores es incuestionable; pero no parece sino que este derecho se ha hecho recaer directamente en un sistema bibliotecario español que, por fuerza, deberá mermar el gasto dedicado a compras de material bibliográfico, personal, inversiones y servicios y programas (tal vez, algunos de ellos, irónicamente destinados al fomento de la lectura)
La citada Ley de la lectura, del libro y de las bibliotecas señala en su preámbulo:
«La lectura y su fomento se consideran una herramienta básica para el ejercicio del derecho a la educación y a la cultura en el marco de la sociedad de la información, de ahí que diversos planes tienden a su fomento y subrayan el interés de la misma en la vida cotidiana de la sociedad, así como el papel fundamental que los medios de comunicación, en especial los de titularidad pública, deben tener en la promoción y el fomento del hábito lector y el libro»
A la vista de este párrafo tan inspirado cabría pensar en un trato , si no beneficioso, al menos no sancionador para los programas e instituciones que trabajasen en la difusión y el fomento de la lectura. Todo ello sin ahondar en la alarma que causaron los mediocres resultados del informe PISA sobre comprensión lectora para los estudiantes españoles, cuyos resultados son inferiores al promedio de los países de la OCDE en 8 puntos.
Traemos a continuación algunos párrafos del artículo titulado El canon, aparecido hace unos días en la revista Costa Digital, en el que Tomás Hernández Molina valora lo absurdo de fomentar la lectura por un lado y penalizarla económicamente por el otro.
Durante muchos años me he ganado la vida hablando de libros y de escritores. Una inmensa dicha. Durante todos esos años he sido renuente a imponer a los alumnos libros de lectura obligatoria. Me afirmaron en esa convicción las observaciones de Pennac; “algunos verbos no pueden usarse en imperativo”, dice el autor francés. Y así como el verbo amar, continúa Daniel Pennac, es una de esas conjugaciones de imperativo imposible, también lo es el verbo leer.
El escritor mejicano Juan José Arreola escribió uno de los libros más apasionantes sobre la enseñanza de la literatura. Dice que la literatura es una pasión y las pasiones no se enseñan, se comparten. La literatura de la que habla Arreola no tiene nada que ver con los manuales de literatura. La literatura es lectura, no una nómina de autores y obras; eso sería, en el mejor de los casos, una historia de los literatos, como me comentaba con ironía, hace años, el profesor y poeta Guillermo Carnero.
En esos años dedicados a la enseñanza, toda mi vida, he asistido, e incluso he participado, en algunas charlas, mesas redondas, congresos, dedicados a la lectura. En todos era unánime el lamento de que los alumnos mostraban escaso interés por los libros, que les aburría leerlos y que “a dónde vamos a ir a parar”. En todos esos encuentros se buscaban estrategias, se tramaban motivaciones o se sugerían pedagogías insólitas y extravagantes, pero en ninguno de ellos saboreamos juntos unas páginas de “El Quijote”, un diálogo de “La Celestina” o un soneto de Garcilaso. Ya sé que no son los tres autores preferidos por los alumnos, tampoco lo eran para mí cuando tenía su edad, pero inventa al lector y luego él buscará su camino y sus libros. Había junto a esos encuentros unos cursos subvencionados por los gobiernos que llamaban algo así como “animación a la lectura”.
Yo creo que se puede ser muy feliz sin haber leído un libro en la vida, y creo que la lectura y la ortografía son actividades sobrevaloradas. Lo que no quiere decir que quienes no leen en los libros maravillosos, se morirán sin haber visto los rostros de la extrañeza y el asombro, y quienes son desaliñados en la ortografía evidencian una carencia para expresarse según las convenciones que hemos ido adoptando entre todos; un friki, aunque vaya vestido de Armani.
Pues bien, ahora, después de todo el dinero gastado en promoción, incitación, y motivaciones para la lectura, el gobierno urde aplicar un canon, o sea, un impuesto, por cada libro que se retire de las bibliotecas públicas. Es decir, se pretende penalizar económicamente a esos lectores conseguidos, si es que así fuera, con tan tediosos congresos antes tan subvencionados.
La paradoja, el absurdo no merece más comentario.
La lectura es el alimento del espíritu o lo que sea “eso” que todavía nos diferencia de las bestias.
Absurdos
- Si lees una novela en la sala de lectura de la Biblioteca General San Isidoro todo sigue igual, pero si te la llevas el fin de semana a casa para leerla, tendremos que pagar los derechos del autor sobre la obra…
- …otra vez, porque ya los pagamos al comprar la obra.
- Parte de nuestro presupuesto irá destinado al pago del canon por préstamo. Cada vez podremos comprar menos libros para prestar.
- La institución podría verse obligada a modificar la política de circulación de libros, restringiendo el acceso al préstamo por parte de los usuarios.
- No está muy claro que todos los autores ni todas las editoriales deseen cobrar dicho canon.
- Autores y editoriales que lo cobren, es muy probable que vean reducidas las ventas a instituciones que suponen su mejor escaparate publicitario.