Cuando se leía en voz alta (II)

En la entrada anterior hablábamos de cómo este año (y siempre) el Quijote está suscitando una gran cantidad de homenajes y comentarios, muchos de ellos en relación con el acto mismo de la lectura. Comentábamos también cómo siempre se toman ciertos ejemplos extraídos de esta obra en relación con la lectura como acto público como la vez en la que el cura lee a quienes le rodean El curioso impertinente, o el famoso pasaje de la venta. Sin embargo poco se habla de un aspecto que hace tiempo llamó la atención en un artículo Margit Frenk sobre la lectura en la obra cervantina, donde ponía el foco no en sus manifestaciones orales y públicas, sino en su protagonista como ejemplo del nuevo tipo de lector que estaba surgiendo por entonces. Evidentemente, sabemos que la lectura individual y silenciosa ha existido siempreimg02-02, y hay que insistir en ello por su trascendencia de difícil asimilación hoy. El caso de Don Quijote es un ejemplo claro: leer para uno mismo tiene unas consecuencias preclaras: la lectura individual es única e impredecible. Al igual que los monjes que hicieron lecturas heréticas de los textos sagrados y que provocaron la prohibición de hacer interpretaciones libres de los mismos, así como que la imprenta se convirtiera en una herramienta que evitara la heterodoxia creando copias únicas que fomentaran versiones únicas, Alonso Quijano encarna el nuevo modelo de lector que interpreta individualmente (y correctamente) lo que lee con consecuencias no solamente individuales sino sociales: no es un loco porque quiera parecerse a los héroes de los libros de caballerías, sino porque de ellos aprende el valor de luchar contra las injusticias, de ahí que, más allá de que acierte o yerre en el planteamiento de su empresa, evidencia que de su lectura -que más tarde en el escrutinio de la biblioteca censurarán- se deslinde un afán de justicia aprendido a través de la literatura. El mismo Cervantes dijo  que su obra tendría tantas interpretaciones como lectores, y que debería primar la libertad frente al dogmatismo de una sola interpretación. Sin embargo, y aunque su lectura exija un lector individual, silencioso y concentrado las dos partes de la novela están escritas con las fórmulas adecuadas para su lectura en voz alta. Evidentemente, hay que destacar la grandeza del autor que contiene en su obra todas las costumbres sociales respecto al acto mismo de leer que predominaban en su época, pero sin duda la más llamativa de ellas es la que representa Don Quijote, a quien la lectura silenciosa convierte con un ciudadano comprometido y alborotador.

Con los siglos, ese modelo de lectura se ha ido extendiendo de tal manera que las muestras orales y públicas se han reducido a filandones conmemorativos y literarios, y otros actos de escasa relevancia cultural como la liturgia o los mítines políticos. Obviando la importancia de la riquísima cultura oral en otros continentes, en nuestro ámbito prevalece en la actualidad un tipo de lector sin lugar a dudas, hasta el punto de que podemos ver estampas comunes en los metros de grandes ciudades que de natural nos fascinan de puro increíbles: personas abstraídas que en medio del metro en hora punta tienen entre las manos un mamotreto de paginación centenaria del que no levantan la mirada. Es decir, se ha trasladado la lectura en soledad y en silencio hacia un lectura silenciosa pero pública. ¿Quién no ha viajado alguna vez en el metro de París o de Nueva York en un viaje y se ha topado con la chica concentrada en un libro cuyo peso le debe estar provocando lesiones en la espalda? Es inevitable no fijarse disimuladamente en el volumen para intentar averiguar si se trata de novela policíaca nórdica o algo tipo La catedral del mar. Cuál es nuestra sorpresa cuando nos fijamos en la portada y nos damos de morros con la gran sorpresa: increíblemente, está leyendo a Stendhal. Lo verdaderamente sorprendente no es, obviamente, que la gente lea a Stendhal, a quien es bastante recomendable leer, sino que se lea a Stendhal, a Dostoyevski y a Foucault en el metro. Aunque frecuente, el fotógrafo Reiner Gerritsen tomó una serie de fotografías en el metro de Nueva York como homenaje a esta práctica de leer en papel y en público, sustituida poco a poco por la de llevar un cacharro digital que ahorra a los viajeros cargar con el peso de los libros en papel y de la que podemos ver una muestra aquí. De entre todas las cuestiones que se desligan de esta práctica, llama más la atención el hecho de que la lectura silenciosa se haya vuelto social en tanto que un ejercicio que requiere un grado notable de concentración se realice en medio de uno de los ámbitos más ruidosos como es el metro. ¿Cómo es posible leer y comprender Los hermanos Karamazov como se debe leer mientras decenas de personas hablan, gritan, caminan y en el ambiente solo flota una sensación de agobio y estrés de la que es prácticamente imposible abstraerse? Cabe preguntarse, ¿es posible detenerse y reflexionar sobre si nos convence el sentido de la vida tras la muerte propuesta por el autor ruso en medio de una vorágine multisensorial, o no será que detrás del acto de leer en el metro hay mucho postureo? Sí, es cierto que la falta de tiempo lleva a muchas personas que viven en un determinado ámbito a aprovechar como sea los momentos de asueto para leer «a la desesperada», sin embargo, habría que pararse a pensar si la lectura en soledad no debería realizarse verdaderamente a solas. Está demostrado que leer en voz alta conlleva beneficios, pero también que puede estar uno leyendo un texto en voz alta sin enterarse de nada, frente a la lectura silenciosa, que implica comprensión y asunción de lo que se lee. Sin embargo, no solamente basta con leer para uno mismo, sino que hace falta detenerse y concentrarse durante largo tiempo, algo que no es tan sencillo de lograr y que los tiempos no favorecen. Mucho se habla de que los niños ya no leen y también de que sencillamente es que no se lee de la misma manera, pero sí que se lee. Bien, es obvio que a través de pantallas e hipervínculos se lee de otra manera, y que si las cosas no cambian mucho pronto será la forma mayoritaria de leer. Sin embargo, las consecuencias de una u otra lectura nunca pueden ser las mismas.

Puede parecer que el hecho de defender la lectura silenciosa en unas determinadas circunstancias muy concretas pueda sonar purista, elitista y trasnochada, teniendo en cuenta que uno de los valores que priman en la actualidad es la inmediatez: que inmediatamente te contesten al correo, al whatsapp, que inmediatamente te den lo que buscas, encender el ordenador y encontrar inmediatamente con un solo clic lo que querías saber. Pero nos pongamos como nos pongamos, lectura e inmediatez son categorías opuestas por definición. Los beneficios inmateriales de leer no tienen nada que ver con los beneficios de la era digital, porque lo inmediato se opone a la reflexión y al pensamiento crítico individual que solo puede ser fruto de uno mismo y del tiempo. No es un problema de formato, porque se puede leer como es debido en un libro electrónico, y de igual manera no enterarse de nada leyendo en papel, como podemos 756387903ceb4ef8341b14f7d70796dasospechar de quienes lo hacen en el metro. Así, hay que matizar qué es lo cuestionable, y que no tiene que ver estrictamente con el formato sino con el cómo se usa. Por lo tanto, para quienes creemos que no se puede leer a Dostoyevski en el metro no es una cuestión de elitismo intelectual, ni siquiera de un fetichismo por el hecho de preferir la maravillosa experiencia de sostener un objeto que tocar y oler entre las manos cada noche en la intimidad (aunque siendo sinceros, ¿no es esta una de las pequeñeces cotidianas que dignifican nuestros días?). Defender que a Dostoyevski y a tantos otros no se les puede leer en el metro es una cuestión de sentido común que solamente tiene que ver con la necesidad de tiempo, de silencio, de pensamiento, de reflexión y sobre todo de búsqueda de preguntas y respuestas interiores que nada tienen que ver con lo inmediato. ¿O es que acaso internet nos puede transmitir la grandiosidad de crear personajes que en una misma novela demuestren a la vez la existencia e inexistencia de Dios? Más aún, ¿puede internet ayudarnos en un solo clic a decidir cuál de las dos opciones queremos escoger?

4 comentarios en “Cuando se leía en voz alta (II)

  1. Gromov

    Raquel, me ha parecido muy interesante tu post. Al hilo de las lecturas públicas «en» el Quijote, te querría preguntar por las lecturas públicas «del» Quijote. Me refiero a las que cada 23 de abril hacen las celebrities para conmemorar el Día del Libro coincidiendo con el aniversario de la muerte de Cervantes. Creo que las promueve la RAE (¿o es la Casa del Libro?) y ese día suelen abrir los telediarios. ¿Es una liturgia laica? ¿Es una impostura? ¿Una bonita costumbre? Me gustaría saber tu opinión.

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  2. Raquel Autor

    Tanto me alegra que me hagas esta pregunta, que habrá un futuro post al respecto.

    Quiero dejar claro que, aunque este es un blog libre, lo siguiente que voy a decir es una opinión y por tanto la emito en mi nombre y no en el de la institución, por lo serio del asunto. Voy a ser honesta: como insinúas, hace tiempo que la RAE es una casa de *****. Partiendo de este punto, es evidente que todo lo que tiene ver con la recepción institucional que se hace de las obras literarias es el que es. Claro, que no creo que la RAE tenga toda la culpa de eso porque el público lector es quien debería aceptar o no las imposturas. Y digo esto del público lector porque es casi una paradoja (bueno, lo sería si se leyera y no se tuviera de adorno) que la gran obra que venden prácticamente como representante de la cultura española y culmen de la literatura universal (¡presente en cada hogar español!) sea precisamente la menos autocomplaciente con nuestra identidad nacional. Efectivamente, me parece maravilloso que se exalte su valor lingüístico y literario porque verdaderamente se merece infinitos halagos. Ahora bien, me parece una mezquindad que se obvie su verdadero contenido, profundamente social. Me encantaría que un año de estos en el telediario de las 15:00 en horario de máxima audiencia se dijera por una vez que los famosos molinos de viento estaban en manos de los comerciantes holandeses, o del prólogo del Lazarillo en vez del ciego y del robo del queso. Aunque todos llevemos nuestra vela en esta mojiganga, y sobre todo los profesores de secundaria, esta liturgia laica es una vergüenza porque quienes la ofician cometen el mayor sacrilegio que se le puede hacer a Cervantes, en lugar de un supuesto honor. Todo indica que el sufrimiento de Alonso Quijano no ha servido para nada. Poseer una literatura que no tiene qué envidiarle a Shakespeare, profundamente crítica con el Estado y además anticlerical … tirarla por el suelo de esta manera es doloroso. Más allá de todo cálculo.

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  3. José Ramón

    Hola. Gracias por tus notas sobre el Quijote. Aunque acabo de descubrirlas y leerlas espero no llegar muy tarde para mandarte estas notas que tengo por aquí, y que deseo puedan servir como curiosidades.

    Lectura en voz alta, lectura pública y otras lecturas:
    Dice Guzmán: “Halléme acaso unas coplas viejas, que a medio tono, como las iba leyendo, las iba cantando. Volvió mi dueño la cabeza y sonriéndose dijo: —¡Válgate la maldición, maltrapillo! ¿Y leer sabes? Respondíle: —Y muy mejor escribir” (Mateo alemán, Guzmán de Alfarache II, 4). Pero Pérez está a punto de empezar a leer la novela del Curuioso impertinente en la venta de Palomeque: “Mientras los dos esto decían había tomado Cardenio la novela y comenzado a leer en ella; y pareciéndole lo mismo que al cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen” (Quijote I, 32). Don Quijote encuentra un libro de memoria en Sierra Morena: “Abrióle, y lo primero que halló en él escrito como en borrador, aunque de muy buena letra, fue un soneto, que leyendo alto porque Sancho también lo oyese vio que decía de esta manera […]” (I, 23). Soneto de Quevedo: “Retirado en la paz destos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Séneca dice que habla con los libros: “Cum libellis mihi plurimus sermo est” (Epístolas morales LXVII). Petrarca escribía a Cicerón, Virgilio o Agustín. Lozana se pirraba porque le leyeran en voz alta, y dice a silvano: “Mi señor: nosea vuestra venida ni mañana ni el sábado, porque quiero que me leáis, vos que tenéis gracia, las Coplas de Fajardo, y la Comedia Tinelaria, y a Celestina, que huelgo de oír leer estas cosas mucho. / Silvano: ¿Tiene la vuestra merced en casa a Celestina? / Lozana: Señor, vedla aquí. Mas no me la leen a mi modo, como haréis vos. Traed vuestra vihuela y sonaremos mi pandero” (mamotreto 47). Plinio muestra en unas cuantas menciones lo normal que era la lectura pública en su tiempo: “[…] ningún temor, ninguna esperanza me inquietan, ningún rumor me sobresalta: sólo hablo conmigo mismo y con mis libros” (Plinio el Mozo, Cartas I, 9); de su tío Plinio dice que “A menudo […] en verano, si tenía algún tiempo libre, se tumbaba al sol y se hacía leer un libro mientras tomaba notas y copiaba algún pasaje” (Idem III, 5); de Espurina dice que tenía la costumbre de pasear todas las mañanas: “Si le acompañan algunos amigos, mantiene con ellos conversaciones muy eruditas; si no, se hace leer un libro, a veces incluso en presencia de sus amigos si ellos no ponen reparos” (Idem III, 1); advierte luego: “[…] los que van a dar una lectura pública deben cuidarse no sólo de ser sensatos sino también de invitar a personas de sano juicio” (Cartas VI, 15); en otra se ofende porqe los asistentes no muestran un mínimo interés por lo que se está leyendo: “Se leía un libro absolutamente perfecto. Dos o tres personas de gran erudición, o así les parecía a ellos y a unos pocos más, lo escuchaban como si fuesen sordos y mudos: no abrieron la boca, no hicieron ni un gesto con la mano […]” (VI, 17); en otra agradece que le corrijan fallos en la manera de actualizar un discurso: “Cada uno tiene sus motivos para dar una lectura pública; yo […] el de que me adviertan si cometo algún desliz (como ciertamente me ocurre)” (VII, 17); y en otra nos recuerda a Albert Camus cuando lee públicamente –y compartiendo alguna risa- su Caligula-: “Y precisamente hace poco he escuchado a Virgilio Romano, que leía a un auditorio […] una comedia escrita según el modelo de la antigua comedia […]” (VI, 20); etc. También la gitanilla cervantina manda leer en alto a uno: “Lea, señor -dijo ella-, y lea alto; veremos si es tan discreto ese poeta como es liberal”; más adelante otro caballero lee un soneto para la concurrencia. Como Monipodio no sabe leer tiene que encargar a uno de su compaña: “[…] y dióselo [el libro de memoria] a Rinconete que leyese, porque él no sabía leer” (Cervantes, Rinconete y Cortadillo). En La Celestina: “Así que cuando diez personas se juntaren a oír esta comedia en quien quepa esta diferencia de condiciones, como suele acaecer, quién negará que haya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda?” (Prólogo); y en la misma obra, en los versos finales de Alonso de Proaza: “Si amas y quieres a mucha atención / leyendo a Calisto mover los oyentes, / cumple que sepas hablar entre dientes: / a veces con gozo, esperanza y pasión, / a veces airado, con gran turbación. / Finge, leyendo, mil artes y modos; / pregunta y responde por boca de todos, / llorando y riendo en tiempo y sazón”.

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    1. tULEctura

      Muy muy buena selección de clásicos sobre el tema.
      Desde luego, leer en voz alta y compartir ese momento con otras personas, aporta una capa más a la experiencia lectora.
      Muchas gracias por tu comentario.

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