Cuando se leía en voz alta (I)

En estos días se está hablando mucho del Quijote con motivo del centenario de la publicación de la segunda parte en 1615 , y por eso no es raro encontrar artículos conmemorativos de todo tipo sobre las virtudes de la obra, que son muchas. Un aspecto que siempre ha llamado mucho la atención es la importancia de la lectura dentro de la obra, más allá del propio afán del personaje principal, y es que en varias ocasiones se hacen alusiones directas a las costumbres lectoras de los individuos del siglo XVII. Por ejemplo, gracias al episodio de la venta, sabemos por boca del ventero que entre los segadores hay algunos que saben leer, y que tienen por costumbre la de reunirse en grupos numerosos a escuchar a uno de ellos que hace una lectura pública. Hoy en día a ningún lector le extraña que sea el cura quien relate a los demás y les lea, pero sí deberíamos reflexionar sobre el hecho de que la lectura fuera un acontecimiento público que se hiciera en comunidad. La breve alusión a los segadores es una muestra de que, pese a que la gran mayoría de la población no sabía leer, en todas las clases sociales había individuos que síscriptorium podían hacerlo.

Quizá hoy sigamos sin darle la importancia adecuada al hecho de saber leer como se leía entonces, ni al hecho mismo en general, teniendo en cuenta que las circunstancias vitales de entonces no eran ni por asomo las mismas. Evidentemente, tampoco en cuanto al desarrollo tecnológico, pero en este sentido no podemos compararnos a los individuos de los siglos XVI y XVII por el hecho de que ahora, además de estar alfabetizados, tenemos a nuestro alcance diversos medios de comunicación, pantallas y artilugios que nos permiten saber cualquier dato enciclopédico o lo que está pasando ahora en la Conchinchina con solo un clic. Tenemos bibliotecas, fondos periodísticos y audiovisuales, lo tenemos todo a nuestro alcance, incluso censura, que nada tiene que ver con la de entonces y que no necesita de Inquisiciones porque ya existen las editoriales que se cuidan bien de mirar por su bolsillo. Y aun teniéndolo todo hemos dejado de valorar la literatura como fuente de información, de contraste, de segunda opinión y de Autoridad, la autoridad de quienes vivieron, pensaron y sintieron situaciones parejas hace siglos. ¿Cómo entonces no valorar la importancia que tendría un solo libro en el siglo XVII cuando era la única posibilidad de conocimiento?

Así, podemos entonces comprender que, además de por su importancia social y comunitaria, leer en voz alta era la única posibilidad de acceder las historias por parte de una gran mayoría. Podemos imaginarnos casos paradigmáticos como el de las comunidades religiosas en las que durante las comidas había un monje que leía para el resto o, como en la obra cervantina o en los filandones de la montaña, por citar un ejemplo cercano a los leoneses. Obviamente, la finalidad en uno y otros casos era bien distinta, y es que frente al entretenimiento de contar y cantar romances y fabulaciones en el primer caso, en el segundo prima la divulgación religiosa. Si bien es cierto que en la Antigüedad y en la Edad Media no solo se leía en voz alta, tenemos esa imagen extendida, ya que leer para uno mismo era lo menos común, aunque necesario. En la próxima entrada hablaremos de las maravillosas consecuencias del cambio de paradigma lector, difícilmente cuantificables.

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