¡Ni bicicleta ni bicicleto!

 

La bicicleta y el bicicleto

La bicicleta y el bicicleto echándose una siesta de verano.

¡Han pasado treinta años ya!

No sé por qué motivo, ni sé lo que habrá causado que hoy la volviera a oír dentro de mi cabeza diciéndome:

−¡Ni bicicleta ni bicicleto!

¡Así! tajante, contundente, directa, volvió a “tronar”  hoy en mi cabeza.

Indudablemente, esa vocecita (es un decir, producto de la nostalgia) en mi cabeza es  la de mi madre; ahora me explicaré mejor, necesito explicarme mejor. Necesito saber si quizás te sientes identificado conmigo y reconoces a tu madre en mi madre y a mí en tu propia persona.

Espero que no sea eso de “qué mayor me estoy haciendo” sino la constatación de la diferencia educacional que llevo observando este último mes ( 😕  lo reconozco… han pasado muchos años y me hago mayor)

Por suerte, mi profesión hace que me rodee a diario de gente muy joven. Da gusto con ellos, pero qué distintos estos tiempos a los de hace treinta años…  ¿o quizás no tanto?

Qué manía la de mi madre y la de su peculiar y a la vez taxativa forma para rechazar vaporosamente cualquier cosa que le pidieras. Y es que lo hacía así de fácil: Uso  personalizado del masculino, del femenino y del plural.


−Mamá, a Arancha y a su hermana Andrea les van a comprar una bicicleta por haber terminado el Bachiller. 
Mamá… quiero una bicicleta…
−Y yo un bicicletote contestaba sin inmutarse.
−Mami, a Arancha y a su hermana Andrea  su abuela les ha regalado un perrín. Yo quiero un perro…
−Y yo dos −te contestaba.

No podías luchar contra una negativa… porque no la había, aunque a ti te hubiera quedado muy claro que te ibas a quedar con las ganas de la bici y del perro. La respuesta de mi madre era tan absurda que bloqueaba cualquier argumentación. Con una sencillez implacable (¡qué astuta!) había roto la lógica del discurso y había paralizado cualquier debate razonable: ¿”un bicicleto”? (Todavía faltaban algunos años para que yo llegase  a comprender las sutilezas y diferencias entre género y sexo).

Y tú ni rechistabas, ni se te ocurría enfadarte, ni gesticular, ni nada de nada. Mi madre, y como ella muchas madres, de las de antes y las de ahora, te dejaban noqueada y sin ganas de rechistar. Y es que con esta naturaleza, clase o género particular de madres no se podía bajar la guardia…

Si en alguna ocasión tenías la ocurrencia (para ellas capricho) de replicarles (para ellas contradecirles) comenzaba el desfile de monosílabos  como respuesta a tus quejas:

−Mamá, joooo, jo
Ja  −te decía sin más.
−Jo mamá…
−Ni jo ni ja −respondía.
−Porras.
−Fritas. Hala, a la calle a dar guerra.

Fin de la discusión.

Más encendida que una cerilla, cogías tu comba y salías a jugar a la calle pensando que nada peor te podía pasar y de repente la oías, una campanilla: “tilín, dilín” y ahí estaba… tu vecina (ya no amiga 😡 ) Arancha, timbrando con su mano derecha y saludándote con la izquierda, mientras paseaba delante de ti con su preciosa, rosa y nueva bici, con cestito blanco incorporado… ¡¡¡No podías tener peor suerte!!!

¡Lo que yo deseé alguna vez cambiar de madre!… aunque solo fuera por un ratito (todo bien entendido, por favor, que  yo a la mía ni entonces ni hoy la cambio por ninguna).

Pero yo creo que había madres como la mía y madres como las de mi amiga Arancha y su hermana Andrea, en los tiempos de antes y en los de ahora ¿verdad?.

Incluso ahora habrá lectores que se sientan identificados con una madre u otra. Yo al final tenía bicicleta, tenía perro, pero no tenía derecho ni a pataleo, y mucho menos cuando a mí me viniera en gana. Esas madres imponían con solo mirarte, porque aunque eran tremendamente tiernas y bondadosas, también lo eran profundamente, en el sentido literal de la palabra.

Y tú, dime ¿con quién te sientes identificado? Con Arancha, conmigo… o ya con mi madre. Como yo misma…

nina-bici

 

 

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