El jueves 9 de febrero, nos reunimos con nuestros lectores para intercambiar opiniones sobre Regresiones, la autobiografía del leonés Vicente Muñoz Álvarez, segunda lectura de este curso del programa «Leemos juntos», que organizamos en colaboración con el Servicio de Bibliobuses de la Diputación de León. Durante el coloquio salieron a la luz interesantes perspectivas sobre el valor literario de la obra y sobre la figura del autor que si algo pusieron de manifiesto es que estamos ante una lectura controvertida, capaz de generar tanto odios como pasiones, lo cual resulta sumamente enriquecedor a la hora del debate.
Los que los lectores más apreciaron de Regresiones es su valor como documento generacional. Sus largas recopilaciones de lugares, ambientes, películas, series, músicas, tienen la capacidad de transportarnos a las décadas de los setenta y ochenta de una forma lírica, esencial, muy diferente a la que nos puede ofrecer un simple relato costumbrista. La intención de Vicente Muñoz es que sus vivencias trasciendan lo puramente autobiográfico y puedan ser revividas por el resto de personas de su generación. Sin embargo, algunos de los participantes en el coloquio encontraron que sus regresiones resultan totalmente ajenas para cualquier lector que no pertenezca a su misma generación y a su mismo círculo de influencias, por lo que dejan una incómoda sensación de exclusión deliberada de todo aquel que no se sienta identificado en ellas. Por este motivo, los participantes concluyeron que, lejos de ser una experiencia literaria, Regresiones es una experiencia vital de lectura intencionalmente minoritaria.
Un elemento que sin duda conquistó unánimemente a todos nuestros lectores fue la percepción que el autor tiene de Mirantes de Luna como su Shangri-La, su Arcadia, su Paraíso Perdido. Casi todos los capítulos terminan con una desoladora conclusión: no es posible volver atrás, no podemos volver a vivir una época ya vivida. Vicente Muñoz sabe exactamente quién ha sido, pero, mientras intenta descubrir quién es ahora que ha perdido su juventud, se hace consciente de que siempre le quedará Mirantes, el lugar intacto, el espacio eterno fuera del tiempo que solo le pertenece a él, donde puede volver a ser tan feliz como cuando era un niño. Los participantes encontraron un momento clave en la obra, precisamente ambientada en Mirantes, en la que el autor parece describir la pérdida definitiva de la inocencia: la regresión titulada «La cueva (Angustia)», en la que se pierde con sus amigos en el interior de una cueva, en la más total oscuridad, hasta que consiguen salir y lloran de forma histérica por haber logrado superar el trance. Si bien el joven Vicente ya conocía lo que era la muerte, es este el primer momento en el que muestra ser consciente del peligro y de la fragilidad de la vida.
Vicente Muñoz adentra a los lectores en la cultura subterránea, contracorriente, marginal, algo que los socios del club identifican incluso en sus elecciones tipográficas (por ejemplo, las letras minúsculas de todos los versos que sirven de colofón a cada regresión). Durante el debate, muchos admiraron su capacidad de trascender lo underground y ofrecer una prosa limpia, clara, pero a la vez llena de interrogantes y profundamente sugerente, síntoma de una perfecta asimilación de sus diversas influencias culturales. Otros, por su parte, manifestaron sinceramente el tedio que les habían producido las largas listas de referencias literarias, cinematográficas y musicales, de amigos, de bares, de rincones, una recopilación repetitiva que no despertó su interés. Lo mismo sucede con lo que algunos lectores denominaron «puntuales hallazgos literarios», como ese «hijos sietemesinos de la democracia», que repite hasta la saciedad y que puede resultar estridente. La sección final de la obra, que lleva por título «Ojo de pez» y recopila opiniones sobre la misma emitidas por el círculo de amistades del autor, todas ellas positivas e hiperbólicas, que también resultó tediosa y sobrante para varios de nuestros lectores, en cambio fue considerada como tierna y necesaria para otros.
Tal como afirma Julio César Álvarez en el prólogo a Regresiones, esta es una obra de «emociones sin coartada», que, consecuentemente, provoca el mismo efecto emocional en quienes se adentran en ella. Su intimismo ha sido interpretado como un brillante ejercicio de memoria generacional, pero también como una tarea pseudointelectual que solo resulta atrayente para sí mismo y para su círculo cercano, sin considerar a cualquier otro lector potencial. El debate está servido.