Nuestra reunión del pasado 1 de diciembre a propósito del ensayo de Juan Pedro Aparicio Nuestro desamor a España: cuchillos cachicuernos contra puñales dorados, recientemente galardonado con el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, fue la perfecta ocasión para que nuestros lectores pusieran en común sus ideas sobre el concepto de «España» y los sentimientos que en ellos suscita.
Aparicio nos propone indagar en la Edad Media para desvelar lo que denomina «el secreto de España», esa misteriosa salsa mayonesa que siempre parece cortarse y que tanto inquietaba a Olof Palme. Recientemente, nos habían llegado varias noticias a través de los medios de comunicación del panorama nacional que nos recordaban la indudable pervivencia de ese desamor y esa idea de «Castispaña» a los que alude Aparicio. La primera de ellas se refería a las declaraciones de Fernando Trueba al recoger el Premio Nacional de Cinematografía, momento en el que admitió no haberse sentido español ni cinco minutos de su vida. La segunda, la petición de la Conferencia Episcopal al Ministro de Educación de blindar la religión en el próximo pacto educativo. La última, la entrevista en la que el escritor y crítico Ramón de España, en plena promoción de su libro Idiocracia: cómo cargarse una democracia en solo treinta años, arremetía contra todo tipo de nacionalismos.
A la luz de la tremenda actualidad del tema escogido por Aparicio, muchos de nuestros lectores se adentraron en este libro en busca de una respuesta a su propio desamor. Para alcanzar esta meta, resulta imprescindible realizar el largo desembalaje de las muñecas matrioskas que el autor nos va proponiendo en cada capítulo: Fernando III «El Santo»; los Reyes Católicos; el emperador Carlos I; el rey Felipe II; las Cortes de Cádiz y su «En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad»; la «larga pesadilla nacional-católica» del franquismo, y todas las demás historias dentro de la Historia que han conducido a una gran parte de la población española a una total desconexión frente cualquier tipo de sentimiento nacional. ¿Existiría el desamor de haber sido el León de Alfonso IX, en lugar de Castilla, peón del Papado, el modelo a seguir para la construcción de nuestro «andamiaje cultural y artístico, intelectual y académico»? La tesis de Aparicio es clara:
«Con frecuencia el mal de los árboles se oculta en su raíz, por lo que es preciso llegar a ella para sanear el tronco y las ramas. Un entendimiento cabal de nuestro pretérito (…) nos habilitaría sin duda para una mejor relación con nosotros mismos y acaso haría que nuestro desamor, ese rechazo, consciente o inconsciente, (…) desapareciera».
Los socios del club coincidieron con la idea principal del ensayo: si queremos cambiar nuestro presente y nuestro futuro, debemos acometer una necesaria revisión de la historiografía oficial, escrita por hombres que, «hijos del momento, no supieron sustraerse a la presión ideológica que vivieron», por lo que perpetuaron una idea de España moldeada a imagen y semejanza de Castilla, adalid de la Iglesia Católica. No obstante, muchos se preguntaron si ese es realmente el elemento definitorio de nuestra identidad cultural. En relación al Mater Dolorosa de Álvarez Junco, copiosamente citado por el propio Aparicio, el historiador Josep María Fradera comentó en una ocasión:
«La España ceñida a sus fronteras peninsulares más los archipiélagos adyacentes no ha existido como entidad política reconocible hasta hace poco más de cien años. Hasta entonces existió otra entidad histórica…»
Puede que nuestro conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento, que en la mayoría de casos fundamentan un sentimiento de pertenencia a una comunidad, tengan su origen en una férrea dominación ideológica que ha sobrevivido a los avatares de la Historia, esos que tantas veces han moldeado nuestras fronteras. En el debate sobre este «secreto», nuestros lectores plantearon muchas incógnitas: ¿es este el verdadero motivo por el que muchos españoles consideran la falta de cultura un valor?, ¿no constituye una liberación el hecho de no tener un sentimiento patrio?, ¿tiene alguien derecho a dictaminar cómo debemos sentirnos frente a nuestros símbolos nacionales?, ¿acaso estamos inmersos en un proceso de asimilación de nuestra propia identidad? Así como el autor del ensayo no pretende sentar cátedra, sino difundir su opinión, la opinión más generalizada entre los socios del club es que la mejor herramienta para destronar este sistema pervertido y contaminado de dominación espiritual es la implantación definitiva de una educación pública, laica y desideologizada, que acabe con la moral de la resignación y la exaltación del sufrimiento. El propio Aparicio oportunamente señala que el teocratismo del moderno Estado «castispañol» es «algo más que residual», por lo que nuestra aspiración debe ser el laicismo, que no es sino «la madurez de Occidente», la única vía de escape del desamor.
Pensemos ahora en la tremenda ironía que nos ofrecen los propios Evangelios:
«¿Nos es lícito pagar impuesto al César, o no?» Pero Él, percibiendo su astucia, les dijo: «Mostradme un denario». «¿De quién es la imagen y la inscripción que lleva?». Y ellos le dijeron: «Del César». Entonces Él les dijo: «Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Lc 20: 22-26)
Este libro es una crítica hacia el sentimiento de antiespañolismo que abunda en España comparado con otros países que aman a su patria en todas sus vertientes (idioma, símbolos, competiciones…). Juan Pedro Aparicio trata de demostrar el porqué de ese desamor por España y esa incomodidad o vergüenza al mostrar afecto por lo representativo español. Me ha gustado la crítica puesto que yo tengo un sentimiento de aprecio hacia España y lo español como puedo tener otros sentimientos de identificación con otras cosas que siento que forma parte de mi vida como pueden ser: la familia, la cuidad en la que vivo o mi grupo de amigos.
Me ha encantado el tono irónico con que Juan Pedro Aparicio intenta averiguar el motivo del desamor de algunas personas a España y de por qué parece estar más extendido que el apego hacía el sentimiento español. Me ha gustado su manea de utilizar el tono critico y de intentar buscar los motivos de ese desamor por España. Me ha gustado especialmente su tono directo y tremendamente claro.
Al igual que comentó cierta compañera en una de las sesiones, yo soy uno de esos españoles que no tiene ningún sentimiento de apego a España, ni a su bandera, himno, ni a todo lo que ello significa, y tal y como a ella le pasaba, tras acercarme a este libro sigo sin saber cual es la causa de mi desamor a España. He llegado a conocer detalles del contexto que ignoraba, pero finalmente continuo sin una respuesta a por qué, a diferencia de ciudadanos de otros países, me importa bastante poco todo lo que tenga que ver con el sentimiento español.