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El tiempo narrativo

Si anteriormente en la sección de «Píldoras de teoría de la literatura» hablábamos sobre el espacio, en esta ocasión queremos introduciros al concepto de tiempo narrativo, fundamental a la hora de comprender la estructura interna de cualquier cuento y novela.

«The climber of the spiral clock», de Antoine Mansour

Cuando nos encontramos ante una obra narrativa, sabemos discernir entre su tiempo externo, es decir, la época histórica o fecha del año en que está ambientada (aunque esta puede no ser una información explícita) y su tiempo interno, que se corresponde con la duración temporal de los hechos que se narran. Podemos poner el ejemplo de la novela Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes: tiene lugar en la España de mediados de los sesenta, y la historia abarca las horas en las que Carmen vela el cadáver de su esposo. Ahora bien, mientras leemos, también somos capaces de distinguir, de forma consciente o inconsciente, entre el tiempo del relato y el tiempo de la historia.

El tiempo del relato tiene que ver, en primer lugar, con la posición temporal del narrador con respecto a los acontecimientos de la historia. Hay novelas en las que el narrador cuenta unos hechos que sucedieron en el pasado. En otras, el narrador forma parte de la historia que narra en su presente, por lo que ese es el tiempo verbal que utiliza para contar la historia. Por otro lado, el tiempo del relato también se relaciona a veces con la duración del mismo desde la perspectiva del lector, que puede tardar apenas unos minutos o varios días en leerlo.

El tiempo de la historia, por su parte, se refiere al orden en que ha sido planificado el relato. El tiempo puede estar intencionalmente organizado siguiendo una lógica temporal o estableciendo saltos temporales. Hay ocasiones en las que el autor decide subvertir el orden cronológico de la historia para captar la atención del lector. A estas subversiones se las conoce como anacronías, y pueden ser retrospecciones (p.ej.: en un punto de la historia se menciona un acontecimiento sucedido tiempo atrás y no tratado anteriormente, normalmente un evento que justifica lo que sucede en el presente) o anticipaciones (p.ej.: se mencionan puntualmente hechos que ocurrirán en el futuro cronológico de la historia, lo cual genera interés y tensión narrativa). La narración también puede presentar una organización basada en un tiempo psicológico, pues determinados hechos traumáticos en la historia de un personaje pueden hacer que este revisite ese tiempo constantemente y esto “paralice” o altere el orden lógico de los acontecimientos, como sucede en el famoso relato «El nadador», de John Cheever. En cuanto a la duración temporal del relato, esta se puede acelerar o ralentizar según la voluntad del autor. Para conseguir esto último, es muy habitual el empleo de la elipsis (omisión en la narración de algunos los hechos), del sumario o resumen de los acontecimientos, y de las digresiones reflexivas (descripciones, valoraciones…). También podemos atender a la frecuencia con la que se mencionan determinados acontecimientos en la narración, pues es habitual que en una historia se hable una sola vez hechos que han ocurrido repetidamente durante un largo espacio de tiempo, gracias a expresiones como “todos los días” o “durante los siguientes meses…”. En otras ocasiones, el autor entrelaza varias líneas temporales a lo largo de la narración, algo que podemos ver, por ejemplo, en el cuento «Todos los fuegos el fuego», de Julio Cortázar.

calendario-lunar

La mayor o menor destreza con que un autor es capaz de jugar con el tiempo narrativo es sin duda un factor indicativo de su habilidad como narrador. Si bien la sencillez en el eje temporal del relato no equivale en ningún caso a una menor calidad narrativa de la obra, los lectores más ávidos siempre experimentamos cierta conmoción estética ante una historia temporalmente compleja. De cara a vuestras próximas lecturas, os animamos a prestar atención a las particularidades del tiempo narrativo y a su singular forma de crear belleza.