El monstruo fantástico encarna la transgresión, el desorden. Su existencia subvierte los límites que determinan lo que resulta aceptable desde un punto de vista físico, biológico e incluso moral. Por ello supone siempre una amenaza. Y no solo porque en él se encarnen de forma metafórica –mítica– nuestros miedos, sino porque nos pone en contacto con el lado oscuro del ser humano al reflejar nuestros deseos más ocultos. Y eso lo hace encarnando en figuras ambiguas todo aquello que el racionalismo en vigor en cada época o período histórico considera imposible o monstruoso.
Más allá del peligro que suelen implicar para la integridad física de los humanos que se topen con ellos, o de su aspecto más o menos repulsivo, el monstruo fantástico supone siempre una amenaza para nuestro conocimiento (de la realidad y de nosotros mismos). Y ello se traduce en uno de los efectos fundamentales que definen a lo fantástico: el miedo.
Pero el monstruo no es un ser estático, sino que evoluciona en función de las épocas y culturas. El monstruo resiste porque nuestros miedos persisten. Pero también porque toda noción de normalidad, de orden, conlleva implícitamente su propia subversión. Por eso la ficción posmoderna no ha cesado de producir todo tipo de monstruos imposibles y, por ello, inquietantes.
Aunque también se están prodigando las obras (Crepúsculo es un ejemplo paradigmático) que banalizan y/o domestican al monstruo, despojándolo de su excepcionalidad, lo que provoca un curioso fenómeno (tras el que se oculta una visión inevitablemente conservadora del mundo): dotarlo de esa normalidad supone incorporarlo a la realidad, convertirlo en un posible más del mundo, y, con ello extirparle su original naturaleza imposible, situarlo dentro de la norma. Despojarlo de su monstruosidad.
Así, nuevas formas, motivos y estilos conviven con las figuras clásicas. El monstruo se adapta al mundo en el que vive: si bien, los miedos básicos del ser humano siguen siempre activos (ante la muerte, lo desconocido, lo imposible), con el paso del tiempo se ha hecho necesario emplear nuevos recursos, técnicas diferentes, más sutiles, para comunicarlos, despertarlos o reactivarlos, y, con ello, causar la inquietud del lector. Ello explica que en muchos casos ya no se juegue obsesivamente con el aspecto físico del monstruo (a diferencia de las encarnaciones clásicas, que exacerbaron la deformidad y fealdad de estos seres), lo que impide reconocerlos por su exterior, sino que se potencie –por medios diversos– la problematización de su rasgo esencial: la imposibilidad (y lo que ello implica para el receptor).
El objetivo de esta charla es confrontar esas dos formas de representar al monstruo en la ficción posmoderna: por un lado, la que plantea –consciente o inconscientemente- la naturalización del monstruo (mejor sería hablar de domesticación del monstruo, porque lo que en verdad se consigue, a mi entender, es la anulación de su monstruosidad y de su fantasticidad); y, por otro, las obras que apuestan por la anomalía, por seguir construyendo historias sobre monstruos imposibles, a través, claro está, de una renovación formal y estilística. Para ilustrar esta segunda vía se analizarán textos de algunos de los más interesantes narradores fantásticos contemporáneos, como Fernando Iwasaki, Manuel Moyano, Andrés Neuman, Patricia Esteban Erlés o Ángel Olgoso.
Si te perdiste la exposición de David Roas, te ofrecemos la oportunidad de ver su ponencia «Nuestro vecino el vampiro» en el I Congreso Internacional sobre lo fantástico en narrativa, teatro, cine, televisión, comic y videojuegos, celebrado en noviembre de 2012 en la Universidad Autónoma de Barcelona.