¿Te gusta celebrar el día de San Valentín?
¿Eres de los que piensan que más que una fiesta para los amores es una fiesta para las compras? ¿Te mueres por recibir una rosa envuelta en celofán o te espanta ver llegar a tu amor con su sonrisa más boba y cuarto y mitad de flores, que parece que las ha comprado al peso? ¿Te mata la presión de saber que tienes que ponerte en «modo romántico» cuando, sin caer en lo borde, lo tuyo es la delicadeza sin melindres? ¿Madrugas (y trasnochas) para que te dure más este día o no sabes dónde esconderte hasta que den las doce campanadas y pase el peligro?
Sea como sea, si has llegado a esta página, lo seguro es que te gusta la lectura. Y para celebrar de forma apropiada el siempre gozoso entretenimiento del galanteo, te proponemos un texto de Fernando Iwasaki en el que libros, mujeres y amor más que de la mano van, como hoy corresponde, abrazados.
Cuando se ligaba leyendo,
de Fernando Iwasaki
Es verdad. Hubo un tiempo glorioso en el que los libros, la lectura, el conocimiento y los idiomas provocaron un efecto afrodisíaco en una generación de mujeres sensibles, inteligentes y bellas que hoy tienen entre 40 y 50 años. Y no es que las mujeres menores de 40 ya no sean sensibles, inteligentes y bellas, sino que ahora las mujeres saben que la mayoría de los hombres no pasa del suplemento de deportes y por eso no hay tío que aguante dos rounds de vis-á-vis literario con una tía. Pero en los años 70 no era así, y uno se conmueve al recordarlo.
Yo entré a la universidad en 1978 y -a punto de cumplir los diecisiete- alcancé a estudiar con las últimas chicas que todavía creían en el «hombre ilustrado». A mi favor estaba que yo leía muchísimo y en contra tenía que todas eran mayores que yo. Pero entonces uno era optimista y cuanto más adulta e inalcanzable era la chica de mis sueños, más densos y enrevesados eran los libros que devoraba en vano, porque nadie me advirtió que una cosa era parecer interesante y otra muy distinta resultar rarísimo.
A fines de los 70 era inimaginable ligar presumiendo de borrico, pues el mínimo exigible a un manganzón en edad de merecer suponía Cien años de soledad, Historias de cronopios y de famas, El arte de amar de Erich Fromm, ciertas nociones de Marx y cualquier película de Fellini. ¿Quién no ha formado parte de algún círculo de estudios durante los años 70? Y es que en los círculos de estudios se ligaba más que en las convivencias, porque las chicas eran la mar de intelectuales y sólo se fijaban en eso: – ¿Sabías que Fulanito tiene una bien gorda?- Será el Ulises de Joyce. – Yo creo que es Guerra y Paz. Las chicas de los 70 me hicieron leer El Principito, Juan Salvador Gaviota, El viejo y el mar, Cartas a un joven poeta y todos los pensamientos de Khalil Gilbran, antes de cumplir los 15. Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21.
Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante.Muchos contemporáneos míos presumen de disfrutar de una segunda juventud al lado de chicas más jóvenes y hermosas. Puede que sean más jóvenes pero no más hermosas, porque las chicas más bonitas siguen siendo las mujeres de mi edad. Las únicas mujeres de las que me he enamorado siempre a través de sus conversaciones, sus ideales y sus reivindicaciones. Las únicas chicas que comparten conmigo melancolías, canciones y lecturas. Gracias a ellas puedo escribir una autobiografía y no una «autoviagrafía», porque ellas me enseñaron a soñar, a vivir y a leer.
Aquellos fueron unos años mágicos, maravillosos y emocionantes, porque la cultura y la belleza eran igual de conmovedoras para las chicas de los 70. Ellas querían saber qué libros leíamos y sus ojos relampagueaban sensuales cuando uno les hablaba de Poe, Jünger, Dumèzil o Lawrence Durrell.
Por eso las mujeres que hoy tienen entre 40 y 50 son así de tiernas, fuertes, brillantes, ilustradas y cómplices. Y a mí, que me hechizaron en la juventud, me siguen fascinando en su plenitud.»
Y si quieres, te lo lee el autor…
Ey…yo no hace mucho ligue (o me intentaron ligar) leyendo. Estaba sentada sola en un bar y, precisamente por el tema de la lectura intentó entablar conversación conmigo xD
¡Como debe ser! ¿Recuerdas nuestra entrada de San Valentín del año pasado?
Tennos al tanto de la historia y, si prospera, no dejes de avisarnos del nombre del bar 🙂
No llego a nada, no era el momento adecuado para iniciar una relación. Y por desgracia soy de ese tipo de personas que necesitan las señales de un controlador aéreo para darme cuenta de cuando me tiran los tejos. En este caso me di cuenta…tarde. Luego encima apareció un amigo y ya el chaval se fue solo xD
Ocurrió en el Capitán Haddock, un bar de Salamanca
Concentrarse en la lectura está bien, pero a veces ¡hay que estar más espabilada!
No importa: no era el momento 🙂