En esta semana, cuyas raíces se entierran profundamente en el fértil huerto de la tradición, queremos hacer un homenaje a otro elemento fundamental de nuestra cultura: la lengua.
Últimamente causa alboroto, porque no es cuestión baladí, la noticia de que palabras como «floripondio», «lechuguino» o «zarrapastroso» sucumben cada día en la hecatombe del olvido. Muchos pensarán: «¡Córcholis! Pero si son palabras fetén. Menuda paparrucha esta pantomima de las palabras olvidadas. ¿Quién es el zoquete que piensa que «alhaja», «apremio» y «melifuo» son adefesios rimbombantes? Siempre habrá un espacio en el batiburrillo de nuestra lengua para «cachivache», «mamotreto» y «patatús», y quien crea lo contrario no es más que un papanatas». Otros, sin embargo, han advertido que «adamar», «bribón», «correveidile», «deleznable», «encandilar», «fausto», «gandul», «hogaño», «indómito», «jolgorio», «laminero», «manjar», «nimio», «ñiquiñaque», «opíparo», «potosí», «quehacer», «retahíla», «sopetón», «triquiñuela», «ubérrimo», «vetusto», «yantar» o «zascandil» están desapareciendo de nuestro vocabulario cotidiano.
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