Nuestra segunda sesión del Club de Lectura, dedicada a la británica Mary Shelley y a su emblemática novela Frankenstein o el moderno Prometeo (2018), resultó en un animado intercambio de ideas sobre algunos de los aspectos centrales del libro.
Al tratarse de un texto de tanta resonancia cultural, uno de los asuntos ineludibles, en el caso de los lectores que no habían leído la novela hasta este momento, fue el acercamiento a un mito, el de la criatura protagonista, que se ha visto muy distorsionada en la larga expansión mediática que ha experimentado a través de las décadas. En general, la reacción de muchos de nuestros socios fue de agradable sorpresa al descubrir un ser completamente diferente al proyectado desde las versiones audiovisuales. Frente al horrendo o bobalicón individuo que se ha reiterado en tantas versiones posteriores, la creación de Shelley es la de una criatura sensible, culta y «filosofante». Cabe indicar también que algunas personas han señalado cómo el drama de este hombre artificial de Shelley les ha despertado especial compasión y empatía, sin duda, unos de los grandes logros de la novela. Se ha destacado cómo la criatura progresa en el texto, adoptando un fuerte simbolismo con lo que implica la evolución del propio ser humano: desde su infancia, desconocedor del medio que lo rodea, hacia su crecimiento y madurez psíquica y mental.
En este sentido, se subrayó, como ya también en la primera sesión de nuestro Club, la fuente rousseauniana en la que se basó Mary Shelley: el «monstruo» es un «ser natural» que evoluciona a la par que sus experiencias personales y sociales. Estas últimas, por desgracia, como ya señalaba el filósofo suizo en sus teorías, conducen a la anónima criatura al desamparo, la soledad, la tragedia y la violencia. De lo que no cabe duda es que el núcleo del texto inclina al lector hacia la reflexión ética, no solo sobre la identidad del Otro, del diferente, sino, también, sobre la incertidumbre que engendran los desarrollos científicos.
Como varios lectores indicaron a lo largo de nuestro encuentro, es una lectura que transmite emociones y que, pese a sus más de doscientos años, aún conecta con nuestras inquietudes y sensibilidades. Varios de nuestros contertulios han repetido en distintas ocasiones que es una novela que, además, plantea las «grandes cuestiones» de la existencia de forma que, de alguna forma, entronca con las corrientes de pensamiento existencialistas del siglo XX y XXI. Por el contrario, ha existido unanimidad en la antipatía que despierta el protagonista humano, Víctor Frankenstein, retratado de una forma más plana, y carente de cualquier gesto de cercanía o de asunción de responsabilidad hacia su propio «hijo».
El comentario de la estructura de la obra también ha ocupado las valoraciones de varios lectores. Para algunos supone un acierto y les ha resultado original y atractiva. Otros, sin embargo, la han encontrado un tanto farragosa o innecesaria. Sin duda, se trata de un texto que, como algunos han señalado, puede representar dificultades en un primer acercamiento, pero, al que, sin duda, merece la pena darle una segunda oportunidad porque tiene mucho que ofrecer, además de informarnos sobre un icono cultural de primera línea. En cuanto a las dificultades que plantea el texto, también se ha incidido en que existen disarmonías en él. Para algunos socios, se trataría de cuestiones relacionadas con la verosimilitud de lo narrado ―lo sorprendente, por ejemplo, de que la criatura alcance tal nivel de conocimiento y madurez en tan solo dos años―, en otros casos, como es ya bien sabido, la novela integra algunas incongruencias internas, fruto, quizá, de algún descuido o despiste de la autora. Hacia estas cuestiones gravitó gran parte del debate, entre los escépticos del mérito de la obra dadas estas quiebras de la verosimilitud y aquellos que las consideran parte consustancial del pacto lector en la literatura, que permite dar cabida a aparentes disonancias en la interacción entre realidad y ficción. El debate fue entretenido y muy enriquecedor porque, a la postre, acometió uno de los meollos de la literatura en su diálogo con la realidad.
En relación con la adscripción de la novela a un género literario concreto, se ha comentado ampliamente su indudable cercanía a la ciencia ficción dada su anticipación de aspectos tan candentes en la actualidad como la inteligencia artificial, la ingeniería genética y la fabricación de seres clónicos y todo el dilema moral y ético que esto plantea. A lo largo de toda la sesión se mencionaron un buen número de películas, en algunos casos adaptaciones de Frankenstein o algunas que, de distintas maneras, recogen sus ecos. En relación con el género, también se elucidaron algunos aspectos de la obra que la sitúan en el Romanticismo y en consonancia con los principios de la novela sentimental. En este sentido, algunos comentarios fueron más bien negativos, puesto que la exaltación de sentimientos de los personajes resulta ya poco acorde a nuestra sensibilidad contemporánea. Sin embargo, como se defendió, hay siempre que encuadrar la obra en su contexto, dentro de unas expectativas y cánones muy diversos a los que pueden dominar en el momento actual.
Aunque ya no restaba mucho tiempo, alguna lectora realizó acertados comentarios finales sobre el gran mérito del retrato tan sensible y certero de paisajes naturales que Shelley realizó, conectándolos con los sentimientos de sus personajes. Dentro del periodo romántico en el que plenamente se encuadra la novela, en verdad, esta recoge perfectamente esta comunión entre naturaleza y espiritualidad.
En conclusión, Frankenstein ha tenido una buena acogida entre los miembros de nuestro Club. La obra magna de Mary Shelley ha generado opiniones distintas, pero todas ellas han dado lugar a un debate muy productivo. Sin duda, cabe destacar la larga vida y onda de expansión de un texto que no presenta visos de decaer en el atractivo e interés que proyecta sobre el público por su misterio y sus cuestiones éticas. Y es que, si hubiera algo que destacar principalmente de nuestros dos encuentros sobre esta novela, es lo loable de que una joven, en los albores del XIX, fuese capaz de dar vida a uno de los textos con más resonancia cultural de toda la literatura universal.