Por Ana Abello Verano
«Que escribir es, en sí mismo (tiene que serlo), lo contrario del hogar: un lugar inhóspito, manicomial, un sótano con poca luz y humedad excesiva» (Tizón, Técnicas de iluminación, 2013: 73).
Eloy Tizón (Madrid, 1964) está considerado uno de los autores insignes de la narrativa breve en español de finales del siglo xx y principios del siglo xxi. No en vano sus cuentos, traducidos a diversos idiomas, se han recopilado en antologías que recogen la multiplicidad de trayectorias del género en la literatura contemporánea: Pequeñas resistencias. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2002, edición de Andrés Neuman), Relato español actual (Fondo de Cultura Económica, México, 2003, edición de Raúl Hernández Viveros), Cuento español actual (1992-2012) (Cátedra, 2014, edición de Ángeles Encinar) y Por favor, sea breve 2 (Páginas de Espuma, 2009, edición de Clara Obligado). A esta nómina debe sumarse su participación en Páginas Amarillas (Lengua de Trapo, Madrid, 1997), Cien años de cuentos (Alfaguara, 1998), Los cuentos que cuentan (Anagrama, 1998) o Qué me cuentas. Antología de cuentos y guía de lectura para jóvenes, padres y profesores (Páginas de Espuma, 2006, edición de Amalia Vilches), entre otros volúmenes. En 2013 fue incluido entre los mejores narradores europeos en Best European Fiction, una antología prologada por John Banville.
La ópera prima de Tizón fue el poemario La página amenazada (1984, Arnao), si bien su trayectoria, sin abandonar nunca la dimensión lírica, ha transitado mayoritariamente por los cauces de la narrativa. Velocidad de los jardines (1992, Anagrama), su primer libro de relatos, contó con una gran acogida crítica y lectora que se ha perpetuado hasta la actualidad. No es casual que este libro se considerase como un título esencial en el proceso de renovación del cuento en la década de los 90, junto con otros como Frío de vivir (1997), de Carlos Castán, Los aéreos (1993), de Luis Magrinyà, El que apaga la luz (1994), de Juan Bonilla o El aburrimiento, Lester, de Hipólito G. Navarro (1996).
La producción cuentística del autor se compone de una serie de títulos que a lo largo del tiempo han confirmado una voz muy personal que aboga por el experimentalismo y destila una gran ambición estética. Así se pueden citar los volúmenes Parpadeos (2006, Anagrama), Técnicas de iluminación (2013, Páginas de Espuma), una reedición conmemorativa revisada por el propio autor de Velocidad de los jardines (2017, Páginas de Espuma), en la que se incluye un prólogo titulado «Zoótropo (Biografía de un libro)», pieza literaria que contextualiza el germen de la obra y los inicios de su escritura, y Plegaria para pirómanos (2023, Páginas de Espuma). Recientemente ha visto la luz en Argentina una selección de sus relatos: La soledad, los viajes, el deseo (2024, Marciana).
En el ámbito de la narración extensa se inscriben las novelas Seda Salvaje (1995, finalista en el XIII Premio Herralde de Novela), Labia (2001) y La voz cantante (2004), todas ellas publicadas en el sello editorial Anagrama. Asimismo, Tizón es autor del interesante ensayo Herido leve. Treinta años de memoria lectora (2019), donde ofrece al lector un repaso de aquellas obras y autores que han marcado su formación como escritor. Las semblanzas que configuran esta obra se encuentran a medio camino entre la reseña y el artículo literario. En sus páginas hay referencias a Antón Chéjov, Franz Kafka, Djuna Barnes, Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov, Felisberto Hernández, Samuel Beckett, Juan Carlos Onetti, John Cheever, Julio Cortázar o Clarice Lispector.
Más allá de su faceta como creador de ficciones, Tizón ha desarrollado en los últimos años una intensa labor como editor (RELEE), prologuista, crítico de literatura y colaborador habitual en múltiples medios periodísticos y revistas, además de impartir talleres de escritura creativa en distintos centros de enseñanza. Asimismo, es el director del I Festival del cuento literario en España, celebrado en la localidad toledana de Torrijos y bautizado como TorrijosCuenta.
Poética narrativa de Eloy Tizón. Hacia el postcuento
Alejándose de decálogos que pueden conducir a un encorsetamiento del cuento, Eloy Tizón aboga por una interpretación del mismo mucho más amplia y flexible, acorde con los derroteros de libertad creativa contemporáneos. Se refiere al término «postcuento» para definir un fenómeno que considera reciente y que lleva a los autores a huir de los tópicos y de la preceptiva más clásica asociada a la narrativa breve.
«El postcuento ha irrumpido con la fuerza de una anomalía o un contagio. El panteón sagrado del cuento ha comenzado a agrietarse y por sus rendijas asoma otra luz, otro aire. Por fin. Ya era hora» (Tizón, Herido leve. Treinta años de memoria lectora, 2019: 593).
Las ficciones que se enmarcan en este membrete del «postcuento» ya no son artefactos narrativos perfectos, piezas de orfebrería donde todo encaja y hay una concatenación de sucesos. Los conflictos claros, con un desarrollo argumental lineal, los personajes totalmente perfilados y los finales cerrados y sorpresivos dejan de ser operativos. En consonancia con este cambio de concepción, cobran también fuerza los silencios, lo no dicho, los espacios para la interpretación, el desbordamiento de la técnica y el proceso de relectura, con la necesidad de un lector muy activo como receptor del texto.
Me referiré a continuación a ciertos resortes que recorren de forma general la narrativa de Eloy Tizón y que nos permitirán acercarnos a las líneas definitorias de su proyecto narrativo.
-Temáticas. Los cuentos de Tizón suponen un retrato de los fracasos y debilidades humanas, en definitiva, de las turbulencias de la vida, esa que el autor define como «un fogonazo de luz solar entre dos bloques de tinieblas» (Quimera. Revista de Literatura, núm. 303, 2009: 8), con cuestiones que nos interpelan como lectores y que nos permiten reflexionar sobre nuestra propia condición.
La escritura del autor pone el foco de atención en el ámbito de lo privado, en la indagación psicológica e intimista. Y precisamente desde esa esfera de lo individual que puede leerse también en clave colectiva surgen una serie de asuntos recurrentes que se plasman desde diferentes aristas en sus libros de cuentos: el amor herido y lejano, la sensación de vacío, la situación de espera, el desconsuelo, la traición, el perdón, el arrepentimiento, el tema de culpa, que recorre muchas piezas, la percepción de la muerte, el duelo, la nostalgia, la juventud y sus límites, la experiencia estética, la pérdida y el sentimiento de orfandad, la pulsión de huida, la desolación, la problemática de la identidad, el mundo como un lugar inhóspito, la belleza, el olvido, las dicotomías entre realidad y ficción o la corrupción de los afectos en el contexto de las relaciones familiares y de pareja, reflejando la complejidad de las relaciones interpersonales. Destaca especialmente la obsesión por el tiempo, una temática vertebral que abarca asuntos como la memoria, la melancolía, los recuerdos y sus contornos volubles, la repercusión del pasado en el presente, y la conciencia de lo efímero. Conviene recordar a este respecto las propias aseveraciones del escritor:
«Concibo la literatura como el arte de apresar algo de la palpitación del tiempo. No sé por qué, pero siempre, desde que era niño, he sido muy consciente de la fugacidad de las cosas. Me conmueve saber que todo está condenado a desaparecer, a irse para no volver, y pienso que la literatura, al igual que las demás artes, nos brinda la gran oportunidad de salvar algo del desgaste, de dar al menos una pátina de permanencia a lo efímero, y así suspender, siquiera sea por breves instantes, la imposición de las horas con su dictadura de los relojes» (Tizón, La familia del aire. Entrevistas con cuentistas españoles, 2011: 76).
-Tramas reducidas al mínimo. Las ficciones de Tizón son fundamentalmente retratos atmosféricos en los que la historia o argumento no cobra tanto protagonismo, en consonancia con su teoría del postcuento. La transmisión de estados anímicos, la abstracción de conceptos y la búsqueda del tono adecuado son más relevantes que la plasmación de los avatares de la trama. Se puede hablar en este sentido de cuentos de acción detenida que reflejan los dilemas subjetivos de los personajes y que tienden en ocasiones a la digresión y al componente autorreflexivo.
–Narradores y personajes. Se aprecia un uso bastante frecuente del narrador protagonista, en primera persona u homodiegético. Por lo que se refiere a la configuración de personajes, los personajes tizonianos son seres descentrados, quebrados o a punto de quebrarse, que manifiestan sus conflictos, su intemperie emocional, sus cicatrices, su fragilidad, amparados frecuentemente bajo el velo del anonimato y la caracterización mínima.
-Disolución del tiempo y el espacio. Muchas de sus historias no tienen una cronología clara ni se ubican en un cronotopo concreto. Se observa cierta tendencia a la «deslocalización»; los escenarios se vuelven genéricos, abstractos y, a veces, contienen ciertos toques de ambientación distópica.
-Lenguaje y tono poético. Tizón otorga mucha importancia al modo en el que las historias están contadas, aspirando siempre al rigor expresivo. La envoltura lírica y el cuidado del lenguaje dan lugar a descripciones e imágenes significativas que permanecen en la mente de los lectores. Los propios títulos de los libros ya tienen un efecto emocional en el receptor y están impregnados de ese aire poético tan característico que se encontrará luego entre las páginas, con el empleo de múltiples recursos retóricos: metáforas, personificaciones, aforismos, sinécdoques, paradojas, alegorías, comparaciones, prosopopeyas sinestesias, enumeraciones, asociaciones libres de ideas o repeticiones de construcciones sintácticas.
Sin duda, hay una voluntad de estilo que se sustenta en la preocupación por el ritmo y en los tintes sensoriales, con efectos sonoros, olfativos y, sobre todo, visuales. Resulta llamativa también la atención predilecta que se le concede a los objetos, a partir de los cuales el autor establece reflexiones metafísicas.
«Soy muy visual (lo era antes de dedicarme a escribir; mi primera vocación fue la pintura), por lo que siempre necesito apoyarme en imágenes. Todo lo que he escrito hasta ahora, bueno o malo, está perforado por una mirada, la mía, y confío en que el temblor de esa mirada aporte intensidad a la prosa» (Tizón, El arquero inmóvil. Nuevas poéticas del cuento, 2006: 107)
-Experimentalismo e hibridismo. Si algo define a Eloy Tizón es su afán creativo, lo que se traduce en la búsqueda de nuevos caminos expresivos con los que subvertir la uniformidad. Con el firme propósito de huir de lo previsible, de la repetición de fórmulas ya transitadas, ha asumido riesgos formales en cada una de sus publicaciones, incorporando elementos rupturistas e innovaciones que desafían las normativas clásicas y enlazan con lo fragmentario, la discontinuidad, la ambigüedad y lo sugerido. Asimismo, al autor le interesan mucho las combinaciones paradójicas dentro de una misma creación, como sucede con la tensión que puede darse entre lo trágico y lo cómico, entre la parte sombría y luminosa de lo cotidiano.
-Metaliteratura. El recurso a la metaficción impregna algunas ficciones a través de distintos procedimientos: descripción de los entresijos literarios, interrumpiendo la trama para aclarar algún aspecto respecto a sus técnicas de construcción, referencias al acto de escribir y sus repercusiones, reflexiones generales sobre la literatura y la figura del escritor o inclusión de citas procedentes de otras obras o autores.
-Juego entre biografismo y ficción. En sus piezas se detectan ciertos datos autobiográficos que se entrelazan con la materia literaria.
-Referencias culturales. Las artes están muy presentes en los escritos de Eloy Tizón, que se encuentran influenciados por la música, la fotografía, el cine o la pintura.
Aproximación a Plegaria para pirómanos
La última publicación de Eloy Tizón demuestra el interés del autor por indagar en los límites de la narrativa breve y jugar con sus elementos estructurales. Se trata de un volumen integrado por nueve composiciones que adquiere la forma de ciclo de cuentos, en el sentido de que se aprecian conexiones internas entre las piezas y una voz narradora-personaje que es prácticamente constante. Erizo es el nombre de este personaje que funciona como alter ego del propio creador y que se presenta bajo diferentes variantes vitales sin ordenación cronológica alguna.
En el libro persisten ejes temáticos que ya habían aparecido en la trayectoria previa del autor: la fugacidad del tiempo, la culpa, la espera, la insignificancia de la existencia, la imprecisión o vulnerabilidad del yo en la contemporaneidad, la crudeza de la muerte, el amor y sus conflictos, la soledad, los fracasos emocionales, la añoranza del pasado, el peso de los recuerdos o la experiencia de la pérdida. Sin duda, sus textos siguen poniendo de relieve el carácter escurridizo de la vida, esa que «es mitad magia y mitad espanto» (Tizón, Plegaria para pirómanos, 2023: 181).
El lector inicia la obra con una pieza de carácter más narrativo, justo lo contrario a lo que sucedía en anteriores volúmenes de relatos de Tizón, y va avanzando hacia un territorio más abstracto, con composiciones que rozan lo poético, lo absurdo, la literatura de aventuras, el ensayo, el tono íntimo, lo costumbrista, lo distópico, el género epistolar, el discurso teatral o lo onírico, sin dejar de lado la perspectiva humorística e irónica ni cierta dimensión lúdica. En ese trayecto, además de encontrar registros muy variados, percibirá algunos de los rasgos distintivos de su poética: la tendencia a lo fracturado, el impacto de lo sensorial, el arte de la sugerencia, la relevancia de las elipsis, los finales abiertos, las anécdotas autobiográficas que se mezclan con la invención, el dominio absoluto de los narradores en primera persona, el empleo de imágenes sorprendentes, las referencias culturales al mundo del cine, de la publicidad o de la música, la vertiente lírica de la prosa, y la preocupación por el ritmo.
A todo ello se añaden el poso de la oralidad a través de giros coloquiales que atenúan ciertas frases filosóficas, y, sobre todo, el procedimiento de lo metaliterario. Plegaria para pirómanos incorpora múltiples referencias y guiños a autores que pueden entenderse como un homenaje a la literatura (en el primer relato, por ejemplo, se tejen redes intertextuales con Franz Kafka, Paul Morand, Jean Cocteau, Vladimir Nabokob, Samuel Beckett, Malcolm Lowry, Julio Cortázar, Charles Bukowski, Juan Benet, Ursula K. Le Guin, Harold Bloom, Janet Malcolm o Terry Eagleton). Pero la metaliteratura va más allá y afecta a otras cuestiones como el control del relato, la explicación del proceso de escritura y las reflexiones sobre la narración y sus implicaciones en el marco de las propias historias, interrumpiendo incluso la focalización diegética con la aparición espontánea de otros itinerarios que pueden interpelar directamente al lector. Así, se detectan juegos polifónicos, digresiones temporales y espaciales, y ciertas estructuras de mise en abyme.
Plegaria para pirómanos es un libro que no se agota en una primera lectura, pues invita al lector a sumergirse en una relectura para descubrir los susurros y destellos de fuego que alberga en su interior. No cabe duda de que Eloy Tizón vuelve a demostrar su dominio absoluto de la palabra y la singularidad de su universo creativo.
Orientaciones para la lectura
Algunos de los elementos que servirán para poner en común nuestras impresiones sobre el libro de Eloy Tizón son los siguientes:
-Sugerencia del sintagma «Plegaria para pirómanos» que sirve de título a la obra.
-Relación entre el título y los cuentos.
-Caracterización de Erizo. Atención a su naturaleza proteica.
-Claves temáticas. Predominancia de ciertos asuntos.
-Enlaces internos entre relatos.
-Despliegue de recursos técnicos.
-Narradores y alternancia de voces.
-Rasgos de los espacios narrativos.
-Presencia de pasajes poéticos o sensoriales. Dimensión lírica y valor expresivo de ciertas imágenes.
-Perspectiva humorística e irónica.
-Culturalismo.