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El libro que me cambió la vida (II) : Juan Jacinto Muñoz Rengel

H9f2a29357f26e5bdbfd2938e3821e04cace aproximadamente un año aparecía en Culturamas un artículo de Juan Jacinto Muñoz Rengel en el que contestaba a la pregunta acerca de la novela de su vida. Como les suele pasar a los amantes de la literatura, no es capaz de escoger en principio una sola obra y por eso no se resiste a citar a varios autores y títulos, algunos de los cuales recogemos en las imágenes de las cubiertas.

Leyendo a Juan Jacinto ha sido imposible no recordar a Bonilla hablando de la adolescencia como la edad en la que uno es susceptible de sufrir esas conmociones literarias queecaebe6dce23a8f8e64d5018867162aa te acompañan toda la vida, por lo que nos ha apetecido acercaros no solamente algunas de las predilectas del autor malagueño, sino el testimonio de cómo en la edad adulta aún podemos ser sorprendidos de esta manera por la ficción. Como colofón a ese breve homenaje a Solaris, Juan Jacinto Muñoz Rengel apunta no solamente la idea de que esta impresión depende de los libros y de nosotros mismos, sino de la importancia del momento.

Parece que hay una edad para todo, y que por desgracia siempre llega un momento en la vida del hombre en el que selibro_1362277233dejan de sentir ciertas cosas, o se sienten con menor intensidad. Es así de triste y me tomo como uno de los retos de mi vida conservar encendida la llama de esa intensidad. Sin embargo, una vez que pasa la candidez inicial, el estado de pureza, una vez que queda atrás el asombro y la perplejidad, y se va mermando o adormeciendo la capacidad de ser impresionado, todo se vuelve diferente. Por eso a partir de entonces las nuevas lecturas no consiguen conmoverte en un grado semejante. Te puedes encontrar con libros estupendos, puedes sorprenderte de cierta manera y disfrutar de ellos intelectualmente también de cierto modo. Pero rara vez será de nuevo lo mismo que aquella primera vez.

Y un buen día, no hace muchos años, me topé con Solaris, de Stanisław Lem. Y me demostró que estaba equivocado. No mucho, pero al menos lo suficiente y esperanzadoramente equivocado. Podía volver a sentir algo parecido con algunos libros; aquella lectura inflamada, aquel pasar las páginas viviendo el libro por dentro, Otra vuelta de tuercaaquel ser vivido por el libro muchos y muchos días después. Así que tengo que pensar que, si pudiéramos dejar aparte las ventajas y desventajas de partida, toda la carga del devenir personal, el mérito de Solaris fue aún mayor. […]

Ahora, en ocasiones, cuando pienso sobre estas cosas, me pregunto qué habría ocurrido si hubiera leído Solaris, de Stanisław Lem, a mis quince años, cuál habría sido la explosión. Aunque, en realidad, la verdadera pregunta que planea detrás de esto es si todo depende de los libros o si también son determinantes el azar de nuestra vida y nuestra disposición. (Fragmento extraído de Culturamas)

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Y a ti

¿qué libro, qué lectura, qué historia  te cambió la vida?

Consulta las bases del

CONCURSO  EL  LIBRO  QUE  ME  CAMBIÓ  LA  VIDA

y participa  hasta el 7 de febrero a través de nuestro correo tulectura@unileon.es

CONCURSO: El libro que me cambió la vida (I)

El 16 de diciembre del pasado año en el último encuentro del club de lectura, Juan Bonilla nos hizo una agradable visita para charlar sobre Una manada de ñus (Pre-Textos, 2013) con los socios y amigos que se acercaron a la cita. Todo lo que se habló se puede ver y disfrutar cuantas veces se quiera en el vídeo del encuentro, pero hemos querido llamar la atención sobre alguna de las palabras del autor sobre el poder que tiene la literatura durante la adolescencia y, cuando fue preguntado por su concepción de metaliteratura, el quiebro que dio a la pregunta hacia lo que considera la meta de la literatura:

“En mi adolescencia éramos muy letraheridos y nos entusiasmaban algunos poetas, entonces lo que se traduce tanto en ese relato como en otros […] tanto el relato dedicado a Brooke Shields como Justicia Poética en calidad tratan de ser dos homenajes a la propia literatura o al propio arte, no tanto a la literatura y al arte sino a la pasión adolescente por la literatura y el arte. La adolescencia entendida como ese momento donde un libro o una película te puede cambiar la vida, cosa que a mí ya no me va a pasar. Yo leo, leo todos los días, leo muchos libros pero sé que un libro ya no me va a cambiar la vida. Lo disfrutaré más, lo disfrutaré menos, pero no me va a cambiar la vida. La literatura ya no tiene ese impacto que tenía en esa época. Estos dos relatos tratan de ser una especie de canto a esab5cfbd46e0a5bb4d9fce521e9430f785 relación del adolescente con la literatura. ¿Alguna vez te pasó lo que acabas de decir, que leyeses un libro y …? Sí, me pasó, como a ti, como a casi todo lector, hay momentos en los que… no sé, a mí la lectura de Nietzsche por ejemplo se me revolcó completamente. Yo vengo de una familia andaluza, por tanto muy católica, y para mí la lectura de Nietzsche me resultó…transparentó de repente la realidad y el mundo. Por supuesto me pasó, y por fortuna me pasó cuando la literatura o los libros todavía podían conformar tu visión del mundo. O sea, si ahora leyera a Nietzsche por primera vez no sé cómo sería el resultado, pero sí que estoy muy agradecido de que me pasara justo entonces. Me solía pasar con los que yo considero autores fundamentales: me pasó con Pessoa, me pasó con Cernuda, me pasó con Herman Hesse, que curiosamente es un autor que no ha dejado ningún rastro en mis relatos pero que sin embargo sí considero de los más influyentes precisamente por que lo leí en esa época. […] La meta de la literatura siempre está más allá de la literatura. La literatura siempre está en la vida de los lectores o de otras personas. La literatura es una ficción, ni si quiera entre un af7028fce2deadb7c66e2bfd1ac4b87dautor y un lector, sino entre un libro y un lector. Si este libro permanece aquí cerrado y nadie lo lee, eso no es literatura, no es más que un objeto. Esto necesita de la fricción de otro ser para ser algo y esa es la meta de la literatura. […] ¿Cuál es la importancia del Quijote? La importancia del Quijote no es que un señor de tanto leer se vuelva loco, sino que un señor de tanto leer se eche a la vida. Ésa es la gran lección del Quijote: se echa a la vida. Un señor que estaba encerrado en su casa leyendo, -es decir, la negación de la vida- se echa a la vida, se echa a los caminos inducido por la literatura para que le pasen las cosas que él ha leído que le pasan a otros, a los héroes.”

En el vídeo mismo se nota el cambio en la respiración del público al escuchar las palabras que corroboran que ningún libro puede ya cambiarnos la vida (¿o sí?), y si la cámara se hubiera dado la vuelta en el momento preciso, se verían un montón de sonrisas tras la afirmación de que el Quijote no se volvió loco, sino que se echó a la vida. Sonrisas, y movimientos incómodos en los asientos, que deben ser reflejo de las preguntas que cada uno empezó a hacerse en ese momento: “y a mí…¿qué libro me ha cambiado la vida?”.

Así que ahora nos gustaría saber a nosotros qué libros os cambiaron la vida siendo unos adolescentes, cuáles os impactaron más, e incluso cómo la ficción os ha podido llevar a cambiar algo de vuestras vidas siendo adultos,Dan Andreasencuando ya es más difícil esa relación tan atrevida con lo leído. ¡Compártelo con nosotros! ¡Cuéntanoslo!

Del 7 de enero al 7 de febrero esperamos vuestra participación a través de nuestro correo  tulectura@unileon.es

BASES DEL CONCURSO

  1. El concurso está abierto a todo el mundo, sea o no miembro de la comunidad universitaria.
  2. Cada concursante podrá enviar no solo una, sino ¡dos! participaciones (sabemos que a veces, los lectores tienen el “corazón partío”).
  3. El jurado estará compuesto por cinco personas vinculadas con  nuestro Club de Lectura, pertenecientes al Departamento de Filología Hispánica y a la Biblioteca de la Universidad de León.
  4. Se valorará la calidad de la redacción y la fuerza comunicativa del texto.
  5. El plazo de participación en el concurso será del 7 de enero al 7 de febrero de 2015.
  6. El premio consistirá en un lote de libros, por valor de 100 €, elegidos por el ganador.
  7. Los textos han de tener una extensión máxima de 1000 palabras (no hay extensión mínima).
  8. Los textos se remitirán al correo tulectura@unileon.es y deberán ir acompañados de los siguientes datos:
    • Nombre completo.
    • Correo electrónico de contacto.
    • Teléfono de contacto (opcional, por si gana  😀 )
    • Información sobre cómo te has enterado del concurso.
  9. Las participaciones remitidas podrán ser publicadas, en todo o en parte, en el blog tULEctura, espacio de la Universidad de León  cuyo objetivo es la promoción y el fomento de la lectura.
  10. ¡Ya! Corre a escribir y… ¡suerte!

 

Más Justicia Poética

El día del coloquio participativo de los socios sobre Una manada de ñus, algunos temíamos una batalla campal de opiniones enfrentadas por los comentarios que habían surgido anteriormente sobre la obra, aunque finalmente la sangre no llegó al río. No obstante, hubo varias personas que, de manera más o menos velada, señalaron al relato titulado “Justicia poética” como el que menos había llamado la atención (para alguno supuso casi un deseo de vuelta a la censura) e incluso provocó una discusión entre nuestros socios más apasionados sobre los límites de lo políticamente correcto a la hora de hacer literatura. Alguno de los jóvenes se atrevió finalmente a defenderlo alegando empatía con los personajes, quizá por el ansia de renovación vanguardista que tiene la juventud frente a las injusticias literarias. El caso es que la justicia poética que los personajes del relato tratan de lograr para el poeta J.M. Fonollosa, -a quien tres miembros de un jurado no quisieron premiar con el Premio Ciudad de Barcelona por el poemario Ciudad del hombre-, se lleva a cabo mal y tarde, como una victoria pírrica.

El día del encuentro con Bonilla contamos también con la asistencia silenciosa del editor de Manual de Ultramarinos, que en su blog dejó constancia con alguna fotografía del evento. Ya que la afición por Bonilla parece común, y ellos son en sí un grupo salvaje de justicieros poéticos capaces de encontrar cualquier reliquia descatalogada que rescatar del olvido, no hemos podido resistirnos a compartir con vosotros una de sus últimas entradas del 2014, de la que hemos tomado prestada la imagen.

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Probablemente, Fonollosa -aun recibiendo el premio- no hubiera pasado a la historia más que como un poeta de estilo vanguardista y seguidor de Lorca, Como desconocemos lo que en el relato hay de verdad, siempre nos quedará la satisfacción de haber ayudado a sus personajes a rescatar del olvido momentáneamente al poeta que hizo las delicias en su adolescencia.

La ficción o la vida

Ya lo dijo Aristóteles en su Poética allá por el siglo IV a.C.: el arte debe ser mímesis, imitación de la realidad. Y si no, es que es otra cosa. Pero a veces las relaciones entre lo uno y lo otro derivan en una confusión tal en el lector, que le lleva a tomar por ciertos los hechos relatados en papel. Afortunadamente, en el plano literario alguna de estas confusiones ha tenido consecuencias maravillosas como las salidas por La Mancha de un ingenioso hidalgo con el fin de acabar con las injusticias del mundo a imitación de los ficticios caballeros medievales de sus novelas favoritas.

Desde Aristóteles hasta nuestros días, incluso mucho tiempo antes de que se hablara de la posmodernidad, los autores ya jugaban a sabiendas con la idea de confundir -no solo a los personajes literarios creados por su mano- a los lectores potenciales. A través de la literatura y sobre todo del cine, nos pueden venir a la cabeza miles de ejemplos de cómo a veces desde nuestro papel de espectadores nos volvemos crédulos ante la historia que se nos cuenta. Ahora bien: esto en principio no es ingenuidad, sino la norma. De no realizarse el famoso pacto de ficción entre autor y lector, la lectura no tendría sentido. Así, cada vez que abrimos un libro aceptamos sin rechistar dos cosas: que lo que allí vamos a leer lo tomaremos como verdadero e incuestionable dentro de que sea coherente en otro mundo posible, y en segundo lugar, que ese universo creado, por mucho que a veces se parezca al nuestro es siempre ficción, y por lo tanto mentira. En relación con esto, existe lo que tradicionalmente se ha denominado lector ingenuo, que sería aquel que por su falta de práctica lectora no es capaz de diferenciar las argucias del autor a la hora de desarrollar la trama y por lo tanto toma como verdadero lo que se cuenta. Pero…¿quién de nosotros -más o menos experto en cuestiones literarias- no ha sido tentado cientos de veces con tomar como verdadero lo que dice una novela? No hay que buscar ejemplos de casos extremos en los que el fanatismo ha llevado a los seguidores de una determinada obra a trasladarla de diversas maneras al plano real, sino que mucho más cerca se hallan ejemplos derivados de la tan asidua práctica de la autoficción. Y es que si desde siempre el lector tiene una tendencia a veces irrefrenable a identificar al narrador con el autor (sobre todo cuando está en primera persona), desde que la tónica general es que los escritores partan de sí mismos como agentes del relato y de su biografía, la diferenciación entre lo que es ficción de lo que no es aún más conflictiva. Casos famosos desde los más clásicos hasta los más actuales los hay por doquier: Paul Auster convertido en detective en Ciudad de Cristal, Javier Marías como personaje dando clase en Oxford en Todas las almas, Trapiello, Coetzee, Vila-Matas, etc. Quizá el ejemplo más claro de hasta qué punto lo real puede convertirse en materia literaria con consecuencias memorables es el caso de Vargas Llosa y su tía Julia Urquidi, cuya relación dio pie a la trama de la maravillosa novela La tía Julia y el escribidor. Tras la separación del matrimonio, la tía seva385 rebeló contestando con Lo que Varguitas no dijo, invalidando lo que se narraba en la obra originaria y por lo tanto, dando a entender que no era tan ficcional lo que contaba su ex marido y sobrino. Y es que a veces da igual cuánta formación tenga uno, siempre hay que recordarse durante el tiempo de la lectura que por mucho que conozcamos a los personajes o los lugares que habitan no tienen por qué estar contándonos la verdad. Aristóteles ya dejaba bien claro que la mímesis debe ser ante todo verosímil, o lo que es lo mismo debe tener apariencia de verdad. Pero claro, no es lo mismo serlo que parecerlo.

Hace solamente unos días, se presentaba en Zamora la reedición de la novela Calle Feria, obra célebre en esas tierras por suceder la trama en una de sus calles, y en León por lo querido que es su autor Tomás Sánchez Santiago, quizá conocido más como poeta que por su obra en prosa. Cuando uno se enfrenta a las historias que se nos cuentan en esta colección de cuentos, -o novela si se prefiere-, se corre el peligro de creer que todos esos personajes que habitan la calle Feria de Zamora de verdad han existido, de tan cotidianos que nos parecen. Quienes procedemos del mundo de la filología somos especialmente cuidadosos con cumplir el pacto de ficción sin caer en la trampa, y acostumbramos nuestra mirada para no perder nunca el distanciamiento debido, hecho por el que una obra como Calle Feria nos parece maravillosa independientemente de que sus personajes tengan referentes reales o no, ya que eso es un hecho independiente. Pero a veces uno, por muy cuidadoso que sea con las herramientas filológicas que posee, categoriza la materia narrativa sin plantearse que la realidad a la que se alude puede traerle más de una sorpresa.

Como invitada en la mesa redonda que se celebró decidí hablar sobre lo insólito y todas sus manifestaciones en la novela como herramienta de justicia poética, siempre desde el punto de vista literario, ya que es obvio que por mucho que aparezca en la obra esa posibilidad las personas no pueden viajar en el tiempo ni traspasar la pantalla del cine para cobrar viCalle_Feriada en la película que se está proyectando. Pero poco a poco fui siendo testigo de que lo insólito a veces está detrás de los hechos reales que condicionan la vida literaria. De entrada, que la editorial Isla del náufrago del también escritor José Antonio Abella sea poco menos que una suerte de justicia poética que se dedica a rescatar por amor al arte a escritores infravalorados editorialmente, me pareció más propio de una trama novelesca que del mundo real donde lo que prima es el beneficio económico. Después empezaron a surgir entre el público historias y nombres que coincidían con algunos de los personajes de la novela y que preguntaban cómo era posible que los que habíamos estado ajenos a la realidad zamorana de la posguerra pudiéramos entender verdaderamente aquellas historias. Cabe preguntarse entonces dónde están los límites del pacto de ficción, y qué consecuencias pueden tener para quienes caen de un lado o del otro.

Tras todo aquello, paseaba junto a Tomás por las calles que parecen de otro tiempo, y que me parecía haber recorrido literariamente de la mano de alguno de sus personajes. Pregunté entonces, conmovida, por la dimensión real de todos aquellos nombres por quienes nunca me había atrevido a preguntar, de tan ficcionales que los creía. Me enteré entonces de que el magnífico cuento “Diario roto de un barbero”, más allá de las irrupciones fantásticas en su trama, era terriblemente real. Que el Paco de verdad, como el de la barbería, tenía su establecimiento lleno de espejos colocados estratégicamente para ver a Palmira en todo momento. Que no se casaron nunca, y que después de décadas y de la enfermedad que terminó con los recuerdos de ella, él iba a visitarla todos los fines de semana.

Aristóteles tenía razón: hay que aceptar el pacto de ficción y meterse de lleno en las mentiras que el autor nos cuenta, porque solo así sufriremos en nuestra carne la catarsis que nos reconcilie con la vida. Tienen razón, además, quienes se empeñan en repetir que la literatura no es verdad, así como los narradores que defienden a ultranza la necesidad de la ficción. Y si no, basta recordar a los escritores que nos han visitado últimamente, como por ejemplo Martín Garzo, quien defendía la necesidad de las mentiras porque hablan de la verdad, o por la vía contraria Iwasaki, que nos recordaba a carcajadas lo inverosímil y fantástica que es nuestra realidad, casi tanto como la ficción.

A veces parece que la relación entre literatura y realidad se invierte y que llegan a ser lo mismo. A veces dan ganas de darle la vuelta a Aristóteles, y decirle que nos deje a solas con la vida para mirarla como si fuera un libro. Y que sea entonces la catarsis producida por los hechos cotidianos y no al revés quien nos reconcilie con la literatura.

Una manada de ñus: coloquio participativo de los socios

Por Raquel de la Varga Llamazares

El jueves 4 de diciembre nos hemos reunido los socios del club para debatir intensamente y “desbrozar” al máximo la última antología de relatos publicada por Bonilla. Pese a que en los días previos hemos recibido comentarios que auguraban posiciones muy encontradas respecto a la la lectura, hoy los más reticentes han confesado haberse rendido finalmente ante el autor, sobre todo conciliados con la obra tras el término de su lectura y la advocación  final de “Subasta Holandesa” por la pervivencia de los sueños y metas vitales por encima del fracaso cotidiano.

Sucede a veces que tras la obra, -en apariencia sencilla-, se esconde un mensaje que a primera vista nos parece más llano y superficial de lo que en realidad es. Una manada de ñus está más cerca de lo primero que de lo segundo, y si no se destierra la ingenuidad o no se presta la debida atención en nuestra lectura podemos perdernos las -nada baladíes- reflexiones que no dejan de meter el dedo en el ojo y que no esperábamos recibir de quien nos las enuncia. Es precisamente el narrador uno de los grandes logros de Bonilla, desde una aparente inocencia y visceralidad adolescente que en realidad nos lleva y nos trae al terreno que quiere a su antojo, entre lo poético y lo cotidiano transitando los caminos de la autoficción. Sin florituras ni alardes de erudición en la sintaxis, oscila entre la oralidad y la construcción de imágenes poéticas con un lenguaje sencillo, pero muy efectivo. Así, hay relatos que nos puede parecer que se asientan sobre postulados más bien próximos al juego posmoderno y sin demasiado trasfondo. Podemos estar más o menos de acuerdo, pero hay que tener presente que se trata de textos de digestión lenta,Andalusian hacienda y de no pararnos a paladear y reposar lo leído de la forma y en el tiempo adecuados, corremos el riesgo de dejar escapar, no solamente sentencias de una calidad expresiva notable, sino también el mensaje entre líneas no tan obvio que esconden tras de sí. ¿Quién puede no sonreír (y salivar) de puro deleite ante las deliciosas expresiones con las que el autor habla del vino de Jerez y la idea comercial idea del sol embotellado? Es más, ¿se puede permanecer impasible ante la lectura tras esa evocación de la tierra a la que no se ha de volver a través de una imagen tan potente como la nostalgia transformada en el vino, ese pletórico líquido derretido, símbolo del sol de su infancia?.

Inicios deslumbrantes, pero los finales aún mucho más memorables. Sin buscar ese fin sorpresivo del cuento clásico que da sentido a lo que no tenía, la trama y el todo funcionan como un soneto barroco: al revés que un iceberg, muestra todo un constructo que remata la puntilla, lo que permanece invisible. El inicio de cualquier relato de la antología escogido al azar supondría un magnífico ejemplo de cómo comenzar una historia creando unas expectativas de calidad que, siendo justos, no siempre se cumplen. No obstante, (y aunque en gustos no suele haber términos medios) parece un común de los lectores la elección de “Brooke Shields”, “Subasta Holandesa” y “Cuidados paliativos” como sus favoritos, y sobre todo este último como EL cuento. Es más, para alguno, quizá sea también fuera de la obra uno de los pocos elegidos que se salvarían de una hipotética quema en la que hubiera que salvar una docena de objetos privilegiados. “Cuidados paliativos” es en definitiva el mejor ejemplo de que el pesimismo y el descreimiento que parece envolver la obra de Bonilla no es tal, porque si hay un ejemplo de literatura que reconcilia con la vida desde luego es este.

Al igual que ocurre con la historia más próxima, tan difícil de ficcionalizar de una manera objetiva y con calidad por falta de distanciamiento, lo mismo sucede con experiencias como la muerte o, alguna tan terriblemente cercana y habitual como la enfermedad incurable. Es casi imposible no caer en la sensiblería o evitar recrearse en el dolor y la emoción fácil de determinadas escenas, hecho por el que textos como este logran no caer en la conmiseración y convertirse en ejemplo de manifestación literaria y en muchos casos también de honestidad. Desde el mismo título, pero sobre todo el inicio, dejan bastante claro que ni la madre enferma ni el matrimonio del narrador van a conseguir salvarse, ergo el tono del relato está en principio condicionado por la tragedia. Aquí se encuentra uno de los grandes logros narrativos de Bonilla: la distancia precisa, la ironía y la elipsis consiguen el tono justo y necesario para no caer nunca en el tremendismo al que son proclives ciertos temas. Esto es evidente si nos fijamos en cómo se trata la enfermedad y muerte de la madre: prácticamente no se describen los síntomas, y el momento del adiós final (tan atractivo para los autores que buscan la recreación lacrimógena) se elude. ¿Para qué decir más cuando no es necesario ni se sabe qué decir?. Si la literatura es muchas veces el cómo más que el qué se cuenta, los grandes aciertos vienen precisamente de lo que se calla. Así, la construcción de la psicología del personaje es redonda: lejos de dar evidencias verbales del vacío en el que se ha sumido, el hecho de que no abandone su rol de cuidador y de que se empeñe en seguir siendo imprescindible para alguien (aunque sea un gato, hecho que lo hace aun más lamentable) ya dan buena cuenta de que la tristeza va más allá de todo cálculo. Al narrador no le quedan fuerzas para cosas raras ni para nada, de ahí que la impotencia sea tal que al lector no le debe extrañar en ningún momento la calma con la que nos habla. Eso sí, de vez en cuando aparecen las dosis justas y necesarias de “exaltación” que sin hurgar en la herida, duelen. Así, la inevitable reflexión sobre la etapa de los cuidados paliativos pasa por una sola frase que no necesita de más para evidenciar lo terrible del concepto: los enfermos en cuidados paliativos no son los que se están preparando para morir, sino náufragos licenciados en geografía que saben que ni aun a miles de kilómetros de donde están hay isla donde puedan salvarse. Se eluden por completo las horas que tieIndia - Varanasi, votive candles floating in the waters of the Ganges @ Assi Ghatnen que ver con la agonía final y la muerte, y la única concesión al sentimentalismo que se permite es el deseo de ver a la madre falleciendo en el sofá de su casa con un álbum de fotos entre las manos en lugar de en el hospital. Son escasos esos momentos, pero son clave, como el golpe más certero en el sentimentalismo del lector al describir los desvaríos del personaje que va a morir dejándose llevar por los recuerdos que le llevan a la infancia de su hijo y al deseo subconsciente de dejar llena la despensa antes de irse del todo. El matrimonio muere, la madre muere y sin embargo, le ha dejado la despensa llena, el corazón vacío y además le ha salvado la vida. El relato mantiene el ritmo hasta que se acerca el final, donde la tensión y la calidad narrativa despuntan con un magnífico estrambote que nos estalla en la cara, veloz como la vida misma que no cesa y que se proclama.

“Cuidados paliativos” es seguramente uno entre los cien textos que llevar a una isla desierta sin posibilidad de retorno. Aunque la literatura no enseña de forma tan eficaz como la experiencia, es casi imprescindible saber que ya hay suficiente trascendencia en el hecho de estar aquí como para pensar en la intrascendencia de dejar de estar. Un poeta dijo una vez algo así como que en el fondo de toda alegría siempre se esconde la tristeza. Bonilla nos recuerda que el proceso contrario también sucede, y que las pequeñas cosas llenas de insignificancia maravillosa que nos rodean son en realidad cosas monumentales, que hay vida por todas partes, y que cada desgracia que supone un cambio no es más que el momento inevitable en que hay que entregar el testigo al nuevo corredor en la carrera de obstáculos que lleva nuestro nombre. Y decir esto ya es decir mucho.

 

 

El destino más cruel

La tan famosa sentencia atribuida a Plinio el joven Nullum esse librum tam malum, ut non in aliqua parte prodesset, o lo que es lo mismo, no hay libro tan malo que no contenga algo de provecho es por tradición una verdad asumida y repetida hasta la saciedad, hasta el punto de que no parece haber ninguna razón lógica para acabar gratuitamente con la existencia de ninguna obra literaria. Pero el hecho de que la biblioteca infinita anhelada por Borges sea una quimera, hace que editoriales y organismos como fundaciones o bibliotecas sufran inevitables problemas de espacio. Esto ha derivado en que en la actualidad existan leyes que regulen la situación de los cientos de miles de libros que nadie quiere, solventando este problema con una solución radical: destruirlos.

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Quema de libros durante la dictadura de Pinochet (1973)

La realidad mercantil que rodea al mundo editorial hace que parezcan incuestionables los motivos por los cuales tal o cual edición que lleva varios años sin venderse deba desaparecer de los sótanos para procurar espacio a nuevos ejemplares. Las leyes del mercado son así, y al editor no le queda más remedio que hacer lo que económicamente más le conviene, que es llevar esos cientos de libros a la incineradora. Parece una idea sacada de las censuras más crueles de la historia, una película de ciencia ficción o el argumento de una crónica sobre prácticas inquisitoriales, pero no. Lamentablemente, es la realidad. Cada vez que pasa un determinado tiempo tras una publicación, la editorial tiene por ley todo el derecho de destruir los libros sobrantes que no se venden.

Por un lado, hay que decir que esta circunstancia no es algo propio de la legislación española aunque aparezca recogido en la Ley de Propiedad Intelectual, sino que es algo asumido internacionalmente. Cualquiera podría preguntarse cómo es posible que algo así no tenga mayor visibilidad, y es que en ocasiones los propios autores se enteran de esta prebenda cuando se les llama desde las editoriales para informarles de que van a llevar sus libros a la incineradora. El desconocimiento es tal, que muchos no saben que pueden negarse y hacerse cargo ellos mismos de la obra que va a ser destruida.

Fotograma de la película “Farenheit 451” de Truffaut (1966)

Por otro lado podríamos preguntarnos cómo es que no nos suena haber oído nada en los medios de comunicación. La respuesta es simple: si buscamos en la red o esperamos ver opiniones críticas al respecto en la prensa no nos las vamos a encontrar, pero no porque no las haya, sino porque la censura es un mecanismo tan versátil que cambia de forma en cada lugar y a cada momento de la historia según diversos intereses. Así, en la prensa nacional o en periódicos como el diario Clarín de Argentina ha habido artículos que alertaban de lo injusto del hecho de que la ley establezca que condenar esos libros a la quema desgrava, mientras que si se donan hay que pagar un porcentaje mayor en impuestos. Diversos blogs especializados hablan del tema, pero de lo aparecido en prensa no queda prácticamente ningún vestigio.

Juan José Millás en un artículo del pasado año decía: El libro tiene un costado contable, eso no podemos negarlo. Hay quien lo escribe, quien lo edita, quien lo distribuye y hay, con suerte, alguien que lo compra. Proporciona puestos de trabajo, genera actividad económica e influye en el PIB. Pero, claro, todo eso es pura filfa en relación con los beneficios intangibles que proporciona. Un sistema filosófico, en fin, no es un bien consumible. Que las editoriales sean empresas y como tales miren por sus intereses es una evidencia, pero que un Estado no regule sus leyes para proteger la cultura ya es algo más cuestionable. Los libros son un producto más, un bien material generador de riqueza en el universo de la mercadotecnia, pero no debemos perder de vista que tras el puro soporte físico se esconde una entidad artística capaz de generar emociones, de provocar pensamiento crítico, cuestionamientos de orden moral y la destrucción de dogmas que se creían incorruptibles. Son entes que quizá contengan las claves para entender el mundo. ¿Cómo es posible entonces que se legitime la destrucción masiva de libros en lugar de facilitar su donación a bibliotecas?.

Hechos como este, unidos a otros tan cuestionados como el canon que las bibliotecas públicas deben pagar en relación con los derechos de autor hacen pensar que la situación imaginada por Ray Bradbury no es una utopía sino una realidad cercana. Un libro escondido en un depósito de cualquier biblioteca está como dormido, ausente, pero no muerto. Frente al que acaba siendo víctima del fuego, cualquier libro por olvidado o escondido que permanezca tiene la posibilidad de volver a ser descubierto, de generar vida. Permitir un destino tan cruel para el libro es permitir un genocidio cultural, robarnos a nosotros mismos la oportunidad y la obligación de sentir, de aprender, de revivir y de dar vida. De cambiar. Lo contrario solamente nos lleva a la deshumanización.

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Representación de la Biblioteca de Babel (1941)