¿Somos conscientes de hasta qué punto la literatura está incorporada en nuestra vida y costumbres?
El mismísimo Carnaval que ahora celebramos es en El libro de Buen Amor un personaje literario: ¿recordáis la famosa batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma?
Es una fecha en la que una y otra vez acudimos a los tópicos que conocemos por nuestras lecturas, en la seguridad de que todo el mundo va a reconocer qué personaje estamos representando. Y ¡atención! porque «a algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro» (Gilbert K. Chesterton)
Uno de los disfraces más recurrentes en carnaval es el de Caperucita Roja en sus múltiples variantes, desde la más tierna… a la más tierna. (El tiempo va pasando, la gente crece y la ropa no).
Seguramente este personaje literario sea uno de los primeros que cualquier niño haya interiorizado en su aprendizaje de la vida, y todo gracias a Charles Perrault, quien fue el primero que recogió este cuento de hadas de la tradición oral europea.
Aprendemos a leer y nuevos personajes entran a formar parte 
de nuestra vida. Tal vez no haya gran profundidad en la historia (menos mal, porque aún no tenemos mucho vocabulario…) pero cuánto nos gustan las viñetas de los comics. Son quizá las primeras lecturas en solitario, y aventureros y héroes nos llevan a viajar y recorrer el mundo.
Pero hay más mundos. Llega la magia a las lecturas juveniles y ahí ya… el reino de la fantasía no conoce límites: señores con anillos, tronos que juegan, cálices de fuego y máquinas del Juicio Final.

Todo ello, en general, con una variante mucho más… tierna destinada al público femenino, que o es menos cuidadoso con el vestuario (se le suele romper habitualmente) o es insensible a las inclemencias del clima.
Bien. Quedamos en que la gente crece;
a veces tanto y tan de repente que hasta la casa le queda pequeña. El país de las maravillas también ofrece varias posibilidades rápidamente identificables: el conejo, el sombrerero o la reina de corazones; los naipes aportan una posibilidad añadida para el disfraz grupal, que siempre es un plus.

A partir de un momento en la vida, es casi seguro que uno se ha encontrado con algunas obras…
con algunos autores…

y por supuesto con algunos personajes.
Leyendo y leyendo nos vamos haciendo mayores.
Nadie puede parar el tiempo. Es inevitable crecer, dejar atrás la infancia y entrar de lleno en la
edad adulta, aunque ello
conlleve abandonar algunos de nuestros sueños, establecer compromisos y responsabilidades o aceptar que ya no podremos volver a ser habitantes del País de Nunca Jamás, un mundo perfecto en el que todo fue felicidad y diversión.
Conocer en profundidad la naturaleza humana (la propia tanto como la ajena) nos convierte en personas más sensibles, a veces más quisquillosas y maniáticas y, si tenemos suerte, más inteligentes y sabias.
Mantenemos como podemos nuestro orgullo y abatimos nuestros prejuicios.
Pero la vida nos hace cambiar, poco a poco
o de golpe; la hipocresía, la mediocridad, las circunstancias ¿quién sabe por qué? Y una mañana, al despertar, nos damos cuenta de que nos hemos transformado. Otros triunfaron donde nosotros ni siquiera nos atrevimos a intentarlo, y probamos a superar nuestros miedos riéndonos de nuestros defectos…
…mientras por dentro, una parte de nosotros sigue cobijando a aquel niño que leía tebeos y jugaba a inventar palabras.
Para los casos de emergencia – los clásicos nunca fallan – siempre podemos confiar en los valores de la amistad, la nobleza y la comprensión de quien también se siente diferente.

Porque al final, medio vivos y medio muertos por dentro y por fuera, nuestros días pasan sin darnos cuenta, mientras buscamos insaciablemente algo que nos permita seguir sintiendo que estamos vivos.
Total, que así se pasa la vida…
Puesto que es sabido que no hay manera de escapar al devenir del tiempo ni a la afición a la lectura, vivamos y leamos como mejor nos parezca y más disfrutemos. Y mientras tanto, «Como es don Carnal muy grand emperador, et tiene por el mundo poder como señor» hagámosle los honores y recibámosle ¡a lo grande!
Epílogo: Personajes literarios referenciados en la entrada.
- Caperucita Roja. Cuento de Caperucita Roja, versión de Charles Perrault, o de los hermanos Grim
- Tintín. Serie de historietas Las aventuras de Tintín, de Georges Remi (Hergé) (1929-)
- Capitan Haddock. (ibidem).
- Superman. Superhéroe de comics creado por Jerry Siegel y Joe Shuster (1932-)
- Drizzt-Do’Urden-el-Elfo-Oscuro. Universo de los Reinos Olvidados. R.A. Salvatore (1988-)
- Harry Potter. Saga literaria de Harry Potter, de J. K. Rowling (1997-2007)
- Personajes Steampunk: subgénero literario de ciencia ficción en la época victoriana (1980-)
- Alicia. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. (1865)
- El Sombrerero. (ibidem).
- El Conejo blanco. (ibidem).
- El principito. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. (1943)
- Edgar Allan Poe, escritor.
- Ramón del Valle Inclán, escritor.
- William Sakespeare, escritor.
- Sherlock Holmes . Todo el Canon holmesiano escrito por Arthur Conan Doyle, (1887)
- Bond, James Bond. Saga literaria de Ian Fleming (1952-)
- Holly Golightly. Desayuno en Tiffany’s , de Truman Capote (1958)
- Peter Pan. Obra de teatro del mismo título, de J. M. Barrie (1904)
- Campanilla. (ibidem).
- Capitán Garfio. (ibidem).
- Hércules Poirot. Personaje creado por la escritora Agatha Christie. (1920-)
- Elizabeth Bennet ( y no lejos, Mr. Fitzwilliam Darcy). Orgullo y prejuicio, de Jane Austen (1813)
- Gregorio Samsa. La metamorfosis, de Franz Kafka (1915)
- Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, (1987)
- Personajes de comic (aprox. 1940)
- Scrabble. Juego de letras
- Bookworm. Juego de letras. La expresión equivalente a «ratón de biblioteca» en español es bookworm «gusano de libros» en inglés.
- D’Artagnan (y señora). Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, (1844)
- Don Quijote de la Mancha (y tal vez Aldonza Lorenzo / Dulcinea del Toboso). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. (1605)
- Frankenstein (y señora). Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. (1818)
- Conde Drácula. Drácula, de Bram Stoker,(1897)
- Dama lectora de la sección financiera del periódico: Sin datos (lo sentimos: no conocemos su nombre, ni su número de teléfono, ni sabemos si tiene facebook 😥 ).























reivindicar de alguna u otra manera en el ámbito cultural leonés. El diario
fuera solamente de odio, sus impresiones sobre la ciudad no dejan lugar a dudas de que su honestidad en las críticas no solamente procedía de lo político sino del «aldeanismo» cuyo ejemplo más claro es la anécdota alrededor del cinefórum y aquella película de Cocteau. También en su momento reconoció no guardar ningún rencor a la ciudad, al igual que nosotros con él. Aunque en este país es cosa generalizada el juzgar al todo por la parte y sobre todo por lo anecdótico, no se puede dejar de reclamar hacia Umbral la atención que merece su obra. Las enemistades de la vida literaria dejan de tener sentido cuando el peso de la letra va por delante, y por eso uno puede ser un gran admirador de Bolaño y no hacerle ningún caso a su decálogo del buen cuentista, donde repite tres veces que nunca hay que leer a Umbral. Para quien le apetezca leer sobre la vida leonesa en los 50 el testimonio de Umbral en La ciudad y los días es altamente recomendable, y es que hasta de los nuestras tabernas más célebres hizo escarnio: un ejemplo, la que del mesón El Besugo rescataban nuestros amigos de 



, y hay que insistir en ello por su trascendencia de difícil asimilación hoy. El caso de Don Quijote es un ejemplo claro: leer para uno mismo tiene unas consecuencias preclaras: la lectura individual es única e impredecible. Al igual que los monjes que hicieron lecturas heréticas de los textos sagrados y que provocaron la prohibición de hacer interpretaciones libres de los mismos, así como que la imprenta se convirtiera en una herramienta que evitara la heterodoxia creando copias únicas que fomentaran versiones únicas, Alonso Quijano encarna el nuevo modelo de lector que interpreta individualmente (y correctamente) lo que lee con consecuencias no solamente individuales sino sociales: no es un loco porque quiera parecerse a los héroes de los libros de caballerías, sino porque de ellos aprende el valor de luchar contra las injusticias, de ahí que, más allá de que acierte o yerre en el planteamiento de su empresa, evidencia que de su lectura -que más tarde en el escrutinio de la biblioteca censurarán- se deslinde un afán de justicia aprendido a través de la literatura. El mismo Cervantes dijo que su obra tendría tantas interpretaciones como lectores, y que debería primar la libertad frente al dogmatismo de una sola interpretación. Sin embargo, y aunque su lectura exija un lector individual, silencioso y concentrado las dos partes de la novela están escritas con las fórmulas adecuadas para su lectura en voz alta. Evidentemente, hay que destacar la grandeza del autor que contiene en su obra todas las costumbres sociales respecto al acto mismo de leer que predominaban en su época, pero sin duda la más llamativa de ellas es la que representa Don Quijote, a quien la lectura silenciosa convierte con un ciudadano comprometido y alborotador.
poco a poco por la de llevar un cacharro digital que ahorra a los viajeros cargar con el peso de los libros en papel y de la que podemos ver una muestra
sospechar de quienes lo hacen en el metro. Así, hay que matizar qué es lo cuestionable, y que no tiene que ver estrictamente con el formato sino con el cómo se usa. Por lo tanto, para quienes creemos que no se puede leer a Dostoyevski en el metro no es una cuestión de elitismo intelectual, ni siquiera de un fetichismo por el hecho de preferir la maravillosa experiencia de sostener un objeto que tocar y oler entre las manos cada noche en la intimidad (aunque siendo sinceros, ¿no es esta una de las pequeñeces cotidianas que dignifican nuestros días?). Defender que a Dostoyevski y a tantos otros no se les puede leer en el metro es una cuestión de sentido común que solamente tiene que ver con la necesidad de tiempo, de silencio, de pensamiento, de reflexión y sobre todo de búsqueda de preguntas y respuestas interiores que nada tienen que ver con lo inmediato. ¿O es que acaso internet nos puede transmitir la grandiosidad de crear personajes que en una misma novela demuestren a la vez la existencia e inexistencia de Dios? Más aún, ¿puede internet ayudarnos en un solo clic a decidir cuál de las dos opciones queremos escoger?
podían hacerlo.


