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Coloquio participativo de los socios: Los Caín

Los Caín de Enrique Llamas es la primera novela del escritor zamorano y premio «Memorial Silverio Cañada» de la Semana Negra de Gijón el 15 de julio de 2019. Su novedad tanto estructural como formal y genérica, al igual que la precisión del léxico utilizado son, tal y como han constatado los miembros del club, dos de sus principales atractivos. 

El ritmo narrativo, unido a la creación de una atmosfera rural y del noroeste, impregna la memoria del lector con el recuerdo de Pedro Páramo, en el que el lector se encuentra sumergido en el agua turbia de unos «pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y entumecido, pobre y flaco como todo lo viejo». Al igual que Juan Preciado se adentra en Comala con el corazón suspendido al borde de la garganta, Héctor penetra en los confines de Somino, un pueblo fantasmal que surge de la bruma de antiguos rencores en un pasaje propio del realismo mágico de Gabriel García Márquez. 

El paisaje de Somino, al igual que en El reino de Celama de Luis Mateo Díez, «la tierra adquirió ya la ruina de su mirada, que contiene el pedazo de muerte con que la mira». Las bastas tierras de campos que ocupan toda la mirada, el horizonte que se oculta bajo frondosos árboles, los tejados bajos y las tierras aradas guardan los secretos y odios de antiguos habitantes que, al igual que los vivos, se revuelven con la ferocidad de perros rabiosos que buscan la tajada en las carnes abiertas por la historia. 

Si en algo los lectores están de acuerdo es en la novedad que plantea esta obra al rechazar encerrarse en un género literario en concreto. Este híbrido se adentra en los principios estéticos y estructurales de la nueva novela neorrural, sin rechazar tampoco algunos elementos del popular hard boiled americano, pero en donde el crimen no va a ser lo más importante, sino la pausada descripción de la psicología de esos personajes olvidados de Castilla, de la exposición de los hombres y mujeres del paisaje leonés que se esconden en los porches de las casas con los ojos brillantes y la cara manchada de la tierra de los odios cainitas de la España profunda.  

Es este olor a tierra marchita, ojos cansados y sabor a brutalidad el que se desprende de Los Caín, una prosa en la que las influencias de los narradores del noroeste como Antonio Pereira o Álvaro Cunqueiro, entre otros, se hacen patentes, y en el que el léxico fluido y preciosista, plagado de numerosos vocablos típicos de la zona asturleonesa se conjugan con brillantes metáforas que recuerdan a la prosa de Valle-Inclán. 

Concretamente, durante la sesión se planteó la posibilidad de entrever una relación dual entre la barbarie y la civilización, tanto en el entorno rural como en el urbano, centrado, fundamentalmente, en los diversos personajes que no cobran identidad hasta que son identificados mediante apodos. No obstante, otros lectores puntualizaron la necesidad de no recurrir a términos maniqueos a la hora de describir a los actantes, puesto que no hay verdaderamente ningún Abel ni ningún Caín, sino seres grises y corrientes que nunca son del todo buenos ni del todo malos, y que, globalmente, forman un conjunto logrado mediante el uso del multiperspectivismo literario. 

Otro asunto de debate fue la figura del narrador que juega un papel esencial a la hora de estructurar la novela e ir exponiendo la trama. Este acude frecuentemente a anticipaciones, valoraciones subjetivas y el juego con la metaficción, puesto que advierte al lector de la obligación de rellenar ciertos huecos en la memoria de la historia que, por no contar con todos los detalles para poder narrarla, necesita de la imaginación para suplir los huecos que van surgiendo. Consecuentemente, se hace visible la referencia a la ficción dentro de la propia ficción e incluso, como en el paradigma cervantino, se acude a la inclusión de historias engarzadas sobre la trama principal que complementan y matizan esta primera, consiguiendo que los personajes cobren una identidad propia y, a la vez, de conjunto, puesto que no hay que olvidar que todo el pueblo de Somino funciona como un personaje colectivo en el que se trasluce la maldad humana y la imposibilidad del perdón. 

Imprescindible para muchos lectores ha sido la inclusión de un marcado simbolismo de carácter alegórico que se puede apreciar en la tumba mal cerrada del padre de las hermanas Cuervo, y que aparece tanto al comienzo de la obra como al final de la misma. No hay que olvidar que las heridas mal cicatrizadas y el rencor son los principales sentimientos que se translucen en este pueblo olvidado y que no son nada más ni nada menos que la expresión de la brutalidad, la incultura y el cainitismo que se arrastra en los pueblos de Castilla, una feroz herencia que se transmite de padres a hijos como una enfermedad que corroe los huesos.  

En resumen, Los Caín es una novela negra que resulta sumamente interesante por la falta de banalización del mal que hay en ella, su gusto por una España rural de ambientes muy marcados en donde el mal no es más que la imposibilidad de los individuos de perdonar las heridas del pasado, y en donde los dos eternos bandos que representan la moralidad, la guerra y las ideologías siguen en pie como dos soldados que no ceden ante la mirada hosca del enemigo. 

Irene Fidalgo

Guía a la lectura: Los Caín

Por Luis Artigue
www.luisartigue.es

Como Juan Carlos Onetti, que dicen que al final de su vida no salía del acogedor territorio de su cama pero alimentaba su imaginación leyendo exclusivamente novelas protagonizadas por maderos y hampones (novelas de un género cuyas señas de identidad son el misterio, la acción, la violencia, el riesgo y la ambigüedad moral), amamos el noir.

Pero no incondicionalmente ni a ciegas ni siempre.

Amamos el noir cuando detrás hay un potente narrador de enigmas y singular retratista del mal capaz de crear uno de esos enclaves tan misteriosos que no son solo reales, y alguno de esos personajes que te permiten masticar su violencia, entender su soledad y compadecer su vértigo.

Eso es la novela negra en sus diferentes subgéneros (hard, boiled, true crime, domestic noir, country noir, juridic noir, crook storie, policial, etc).

NOVELA NEGRA FRENTE A NOVELA ENIGMA

Acaba de reeditarse En el lejano país de los estanques, de Lorenzo Silva, el primer caso de la ya famosa pareja de guardias civiles cultos, sensibles y a su manera vulnerables Bevilacqua y Chamorro. Y la edición de Ed. Destino cuenta con un prólogo inédito a cargo de Paul Preston: en ese interesante frontispicio, el hispanista y devoto de lo que denomina “los Episodios nacionales de Lorenzo Silva”, dedica buena parte de la elucubración a definir con brillantez especulativa ese subgénero del noir que es el hard-boiled, para, al fin, llegar a la conclusión de que “el hard- boiled es la literatura del escepticismo”.

En este sentido desde hace varias décadas la novela negra diríamos que se ha bipolarizado (realismo sucio contra realismo limpio)… Sí, oscila entre el hard-boiled escético, contundente, politizado e implicado con el mal sin coartadas morales o políticas, y la novela-enigma, que es más consciente de que la ficción es más exigente que la realidad, y por tanto es más calculada, protocolaria, clasicista, más buenista quizás en sus finales acabados y en su ausencia de violencia explícita, y desde luego más alejada –se trata solo de distancia escénica– del mal glosado y desglosado…

En Sangre a borbotones el añorado Paco Camarasa explicaba la mala fortuna que tuvo el noir europeo con lo de que los lectores escogieran, como gran éxito comercial, a la ingeniosa e ideológicamente aséptica Agatha Christie (novela-enigma que colabora en el fondo a la banalización del mal por reducirlo a un juego de ingenio), en vez de al atmosférico, hipnótico y social George Simenon con sus historias sobre el mal abrasivo, la desesperación, el odio letal y la venganza o justicia sanguinaria. Y es que, a su juicio, esto dio como resultado que los escritores en busca de la comercialidad se decantaran por la novela negra-enigma en vez de por el hard-boiled que presenta y representa narrativamente las injusticias con su atmósfera, su crudeza y su sinsentido (y por eso tiene siempre su contundente realismo un concienciador y explícito toque social de fondo).

Sin embargo más allá de la banalidad y la simplificación en la última novela negra española hay escritoras audaces que, más allá del repetitivo esquema de la novela-enigma (un crimen, una investigación, unos falsos culpables y un culpable), están haciendo aportaciones ideológicas importantes: citemos por ejemplo Marta Sanz y Susana Hernández (que deconstruyen mediante sus personajes la masculinidad saturada estándar del personaje tipo de novela negra), o Cristina Fallarás (que mediante sus personajes siempre ideologizados incluye en sus novelas carga de alegato social o de memoria histórica), y David Llorente (cuyas novelas noir son distópicas y colindan con la ciencia-ficción ciberpunk), y Noelia Lorenzo Pino (que sabe ponerle idiosincrasia vasca y punk a sus historias negras tan personales como potentes), etc…

Pero últimamente reina demasiado la mímesis en la novela negra, y de eso está tratando de zafarse la mejor novela negra española.

NOVELA NEGRA ESPAÑOLA

La novela negra americana y la novela negra inglesa y hasta la novela negra sueca tienen su sello propio intransferible, identificable, que, además, ha calado en el público lector desde hace décadas.

Teniendo en cuenta esto no han sido pocos los intentos de conseguir, y creo que se ha logrado, una novela negra española con marchamo propio. Tal logro, saltándonos precedentes como García Pavón o Mario Lacruz, empieza a culminarse con Manuel Vázquez Montalbán y González Lesdesma, pasa por Andreu Martín, Guelbenzu, Lorenzo Silva, Julián Ibáñez, Alicia Giménez Bartlett y Juan Madrid, y ha cobrado un renovado vigor por parte de las últimas generaciones de escritores.

La novela negra española no es ajena a los subgéneros del género negro: no está de hecho dejando de tener el corte social del verista y sociológico crook storie (las novelas de Paco Gómez Escribano a este respecto son geniales), y del contundente y casi sádico del hard boiled (Lorenzo Silva, Carlos Zanón, Marcelo Luján, Alexis Ravelo, Noelia Lorenzo del Pino y un largo etc.), y del feísmo político del realismo sucio, y de la sofisticación legal maquiavélica del juridic noir (en esto novelas de José Javier Abásolo repletas de abogados que salvarían antes su casa con piscina que sus principios como Asesinos inocentes son muy recomendables), etc… Pero ha sabido singularizarse mezclando todo eso sincréticamente con nuestra tradición. Y lo ha hecho en especial bebiendo en las ricas y también castizas fuentes del esperpento y el humorismo genial de narradores de nuestra vanguardia histórica como Mihura, Gómez de la Serna y Jardiel Poncela: por ese fértil camino se están adentrado nuestros nuevos escritores del género noir como por ejemplo Juan Aparicio-Belmonte (recomendamos en este sentido su novela Una revolución pequeña), David Torres (véase Niños de tiza) y Juan Jacinto Muñoz Rengel (léase El asesino hipocondríaco).

LOS CAÍN EN EL CONTEXTO DE LA NOVELA RURAL
Un pueblo castizo en el posfranquismo. Un maestro de ciudad, esto es, de otro mundo. Una niña ahogada hace ya 20 años. Una misteriosa epidemia que mata ciervos. Lugareños que albergan odios ancestrales en un entorno de rencillas, polvo y miseria…

La novela rural en nuestra narrativa fue en efecto restablecida gracias el gran éxito de Julio Llamazares y su La lluvia amarilla, y a la perseverancia novelística de, entre otros, Alejandro López Andrada, Abel Hernández y Moisés Pascual Pozas…

Pero está cogiendo nuevos bríos postmodernos.

De hecho la más reciente incorporación al elenco de los escritores literarios para público de paladar exquisito es Jesús Carrasco (Badajoz, 1972), el cual, con su novela inaugural Intemperie (una sinergia brillante de los mundos narrativos de Juan Benet, Miguel Delibes y Cormac McCarthy en forma de novela rural inquietante situada en la España vacía –por decirlo con un término de Sergio del Molino–, la cual, por su fraseo, su personalidad, su temática y su poder descriptivo, opera en el ámbito de la excelencia) consiguió un éxito formidable…

Y la siembra de Jesús Carrasco ha dado sus frutos como demuestran las obras de últimos narradores neorrurales tales que Elvira Valgañón, María Sánchez, Andrés Pascual, Virginia Mendoza, Marc Badal, Pilar Fraile, Urbano Pérez, Pilar Adón, Óscar Esquivias, Ginés Sánchez, Lara Moreno, Jenn Díaz, Mireya Hernández, Iván Repila y Manuel Darriba…

Y a esos nombres rescatadores de la renovada novela rural hemos de añadir ahora el de Enrique Llamas (Zamora, 1989) gracias a una atmosférica novela country noir llena de metáforas y muy en la línea de Intemperie de Jesús Carrasco; una sobre un maestro de escuela en el tardofranquismo, titulada LOS CAÍN (AdnAlianza).

NOVELA NEGRA RURAL O COUNTRY NOIR

Como en La sima de José María Merino, Enrique Llamas sitúa la acción de esta meritoria novela de espacio opresivo y de grandes venganzas en Somino, un pequeño pueblo que emula a la Celama de Luis Mateo Díez, donde el enterramiento apresurado de Arcadio Cuervo provoca que su tumba quede mal cerrada, y por eso en dicho pueblo guerracivilero y tendente a la superstición de los mitos y leyendas (como los son los pueblos de las novelas de los escritores leoneses Luis Mateo, Merino, Juan Pedro Aparicio, Julio Llamazares y Antonio Pereira) las heridas de los vivos también permanecen abiertas, y ni los muertos logran descanso.

Pero LOS CAÍN, como esa joya pionera que es La novela número trece del gran Francisco García Pavón, además de una novela rural es una novela negra (country noir); una en concreto que se centra en lo ocurrido veinte años después, cuando, en la tardofranquista década de los setenta, Héctor, un joven e ingenuo maestro madrileño de familia bien, es destinado al colegio de Somino.

Y se convierte desde el principio en el forastero observado e ignorado a partes iguales.

Aunque el recelo de los habitantes de Somino va mucho más allá de malas miradas y cuchicheos.

Mientras tanto, se suceden los merodeos y preguntas de Curro y Palomo, dos guardias civiles que investigan el accidente de una joven del pueblo, amén de las extrañas muertes de los ciervos (animales que suponen el principal sustento de las familias de la zona).

Ante tantas visitas, Somino entero se revuelve, porque es un pueblo continuista, desconfiado y receloso como todo pueblo de la España profunda… ¿Es Héctor, el maestro de escuela, un chivato?.. ¿Para qué queremos en este pueblo a la guardia civil si podemos resolver mejor los asuntos turbios, aunque sean de sangre, por nosotros mismos?

Mientras la riña visceral y el odio de los niños del barrio de los Llanos y del barrio del Teso se nos antojan un correlato de la España de la época (también subdividida política y socialmente), en el pueblo se suceden los episodios vecinales de acción reacción en medio del espacio desasosegante, y, cada vez, más asfixiante… Como en toda novela country noir donde, más allá del juego de ingenio de la novela-enigma, el enclave donde sucede la acción funciona como un personaje más en un primer nivel de lectura, pero en segundo grado de ficción es a su vez como metáfora de todo un país y de una época.

Pero esto Los Cain no es una novela-enigma, y tampoco una novela negra convencional.

Se trata, más bien, de una novela audaz, ambiciosa y renovadora cuyo lenguaje literario es canela fina. A su vez hay quien diría que tiene caídas de intensidad en el argumento, y que la prosa deja de ser eficaz cuando está más recargada de lirismo valleinclanesco de lo que acostumbran las novelas de género negro (pag. 13: “con la tranquilidad de quien sabe que, entre los vivos, los muertos solo dejan herencias”; pag. 78: “un amarillo lánguido ocupaba las calles”; pag. 119: “a esa hora en que se hace audible el zumbido laborioso de las farolas”, etc.), y que muestra otras influencias muy evidentes (Llamazares, Luis Mateo y Merino, Jesús Carrasco, Ana María Matute y David Lynch). Pero nosotros nos quedamos con que es una novela extraordinariamente magnética en su fraseo, brillante en su construcción de mundo e intencionalidad narrativa, agradeciblemente superadora de la novela negra filo-americana estándar y que propone un country noir castizo en un tan atmosférico entorno rural que parece de novela tremendista.

He aquí un debut notable de un muy prometedor contador de historias bien empalabradas.

De hecho he aquí una novela que ganó con todo merecimiento el Premio Silverio Cañada a la primera novela negra (tuve el honor de ser miembro de ese jurado junto a Marta Robles y Paco Gómez Escribano).

Además es una novela que ha ganado con el tiempo, y ahora vuelta a leer nos parece una propuesta tan inusual que bien parece la precuela hispánica de otra fascinante novela country noir reciente de gran belleza y gran éxito: El mapa de los afectos de Ana Merino (último Premio Nadal).