Amigos todos: para cerrar este capítulo en la reciente historia de tULEctura, es de obligado cumplimiento daros de nuevo las gracias. Cuando surgió la idea de este concurso nunca imaginamos que iba a tener tanta difusión, ni a dar los frutos recibidos. Así es que GRACIAS de nuevo a los más de ciento cincuenta participantes que nos habéis hecho llegar vuestros textos. A los que venían de ultramar y a los de compañeros de la comunidad universitaria; a los adolescentes epatados por los best-sellers de Ruiz Zafón o Patrick Rothfuss, y a los que también en su juventud fueron cautivados por otros autores más sesudos como Tolstói o Dostoyevski que hoy ya son abuelos. Y viceversa. Gracias a los que nos habéis escrito con el corazón y las entrañas en la mano y a los pudorosos. A los que nos han dicho la verdad y a los que han jugado con la ficción. Por si tenéis curiosidad, y antes de mostraros el texto ganador, merece la pena que os hagamos un resumen de qué libros y autores han encabezado el ranking de los favoritos. Sin ninguna duda, el más citado de todos es El Principito, ese adorable ser que nos domesticó y que desapareció en mitad de la noche, el niño de cabellos dorados al que muchos seguimos esperando mientras miramos a las estrellas y nos preguntamos si finalmente el tigre se comió o no a la rosa. Además, la novela Las uvas de la ira o diversas obras de Julio Cortázar han tenido una presencia más que notable.
Afortunadamente, cada uno de vosotros ha interpretado la pregunta del concurso según sus propias vivencias. Así, queremos destacar sobre todo y a modo de conclusión que la manera en la que a uno un libro le puede cambiar la vida no suele tener que ver con la calidad estética de la obra en cuestión, sino en hechos como que ese libro te convierta en lector, o que despierte en ti la vocación de la escritura. Agradecemos la generosidad con la que varios de vosotros nos habéis hablado de ambas experiencias. Convertir a alguien en lector es una virtud tan loable que, haciendo ejercicio de honestidad, debemos reconocerle al César lo que es del César: las historias que a la mayoría nos cautivaron de niños poco tienen que ver con la filosofía, la moralidad o el sufrimiento existencial, y sí mucho más con historias de aventuras en lugares imaginarios. Así lo habéis reflejado a través de repetidos referentes comunes como los tebeos, libros infantiles o algún clásico, sobre todo La isla del tesoro, La historia interminable o la colección de Los cinco. Por supuesto, quienes hemos leído vuestras participaciones hemos sonreído cuando nos hemos identificado con vuestras lecturas predilectas, que son también nuestras. Imposible también no ruborizarse al compartir la experiencia de quienes nos habéis confesado vuestro amor descarnado por algún que otro personaje literario al que habéis convertido en el ideal de vuestros sueños. Por supuesto, las protagonistas de las novelas de adulterio del XIX como La Regenta, Madame Bovary oAnna Karenina siempre han tenido muchos fans y esto ha sido notable, pero… ¿se imaginará un autor tan joven como Andrés Neuman que su viajero del siglo se ha convertido en el amor platónico de más de una adolescente?
A los más devotos, la lectura de la mismísima Biblia os ha supuesto un hito literario además de espiritual, frente a los ateos y otros desengañados que, como Juan Bonilla al contestar la pregunta que inspiró este concurso, «culpan» a las lecturas de Nietzsche y de diversos libros científicos de su pérdida de la fe. Otros (que se han tomado al pie de la letra la pregunta del concurso), que no han sido pocos, han encontrado la salvación en el término medio: los libros de autoayuda. Por supuesto, el más insigne de los caballeros españoles y su lucha contra las injusticias ha sido la metáfora literaria y el consuelo que alguno habéis encontrado, mucho más como símbolo de la derrota que como imagen de la locura. Mas no desesperéis, que no es verdad eso de que Alonso Quijano ha muerto. A la contra del desengaño de la senectud está el vitalismo de la infancia y la juventud, a veces de una forma imprevisible. Algo que nos ha enternecido sobremanera es que una mamá nos haya hecho llegar la ferviente defensa de su hija de diez años, Clara Eugenia, a quien no hemos podido por menos que enviarle (hasta Granada) un certificado que atestigüe su amor por los versos de Gloria Fuertes, para que nunca olvide y deje de ser la lectora entusiasta que es.
Y ahora, por fin ha llegado el momento que muchos estabais esperando, y es momento de conozcáis el nombre por el que habéis preguntado en las últimas semanas. Bien es cierto que a la hora de juzgar vuestras participaciones poco o nada hemos tenido en cuenta la calidad literaria del libro sobre el que hayáis escrito, sino la de vuestro texto personal. Curiosamente, tanto el texto ganador como el accésit se refieren a Rayuela de Cortázar, obra sobre la que unos cuantos os habéis animado a escribir con devoción. Hemos de reconocer que, aunque no teníamos prevista la concesión de un accésit, nos ha gustado tanto el texto que nos ha enviado Mª Dolores Esteban Álvarez que, cuando nos hemos dado cuenta de que es miembro de nuestro club de lectura, no hemos podido disimular nuestro regocijo y por eso aprovecharemos su cercanía para recompensarle su participación como podamos. Escoger un libro es decir mucho de uno mismo sin saberlo, y así ha ocurrido con la forma en la que Mª Dolores nos ha hablado de sus experiencias a través de Rayuela, de cómo el libro la eligió a ella y no al revés, de las servilletas literarias en el día de su boda, y del amor y la filosofía en la obra como metáfora del mundo. Precisamente quienes habéis escogido esta novela sois los que más citas literales habéis tomado también, sobre todo en referencia al amor, y es que a nadie se le escapa (y vuestros textos lo evidencian) que Rayuela -entre mil maravillas destacables- es una novela que habla de amor, pero no como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. (capítulo 93)
Al igual que cuando apartamos en el plato la parte de la comida que más nos gusta para el final, nos despedimos con el texto ganador para que os deje un excelente sabor de boca, un regusto a bohemia parisina. Si bien es cierto que en la ULE estamos acostumbrados a la presencia de lo insólito (ya que además contamos con varios estudiosos de lo fantástico), la historia de juegos literarios que rodea al texto ganador -uno de los solamente dos que nos han llegado presentados bajo pseudónimo o personalidad ficticia sin datos que lo identifiquen- nos ha hecho volver a creer en aquello que decía Borges de que no puede ser, pero es, y que Cortázar no mentía cuando aconsejaba cambiar nuestra manera de mirar el mundo para así descubrir las maravillas que se esconden detrás de lo cotidiano. Agradecemos a todos nuevamente que nos hayáis hecho recordar viejas lecturas, y en especial al ganador, el argentino que resultó ser leonés y que rompió la rutina de la vida bibliotecaria, nos puso el alma de tango y nos dejó medio muertos de amor. Por su calidad literaria, su valor expresivo y su excelente manejo de la intertextualidad, por unanimidad el jurado declara como ganador del concurso El libro que me cambió la vida a Juan Carlos Carbajo.
Me enamoré de la Maga y todavía la busco en el Pont des Arts. Siempre quise tocar en el piano de Berthe Trépat los tres movimientos discontinuos de Rose Bob. A menudo me despierta el llanto del niño Rocamadour, su tristeza clava sus agujas en mis labios y no puedo decir nada. Saint-Germain-des-Prés llena mis pasos del áspero bebop y de las tristes promesas que enmudecen las esquinas de la Rue Guenegaud. Horacio Oliveira me traicionó (permítanme la discreción) y nunca se lo perdoné. En el boulevard de Sébastopol un clochard me dio un sobre con la fecha de mi muerte. Si no fuera porque un día me arrinconaron con sus pedanterías y risas que mermaron mi sentido común, nunca les hubiera quemado sus discos de vinilo; por si no lo saben estoy hablando del Club de la Serpiente. Al final acabaron echándome del piso y me alegré, así tuve más tiempo para pasear por el cementerio de Montmartre. Todas las noches alimento mi insomnio con la lectura de Voltaire, un librito que «distraje» a los bouquinistas. Siempre estaré agradecido a Gregorovius, que me enseñó dos cosas: «el jazz es un modesto ejercicio de liberación y París una enorme metáfora».
“Star dust» suena en mi cerebro y mi corazón escucha el ruido de los vasos cuando bailaban los muchachos en la ‘cave’. Por más que lo intenté, fui incapaz de aprender el gíglico, ese idioma que oculta el vuelo de los pájaros al amanecer.
Una noche estuve en la casa del escritor Morelli, quien me preguntó si leía a Spinoza; tenía un gato y muchísimos libros. «Solo viviendo absurdamente se puede romper este absurdo infinito»: ¿a quién escuché estas palabras con hilo de cometa? No se me ha olvidado el sabor del mate ni de las historias de pendencieros, «porque el recuerdo es el idioma de los sentimientos, cada vez iré sintiendo menos y recordando más». Talita, con sus bolsillos llenos de piolines, me susurraba las causas perdidas que todavía podíamos ganar, y Traveler, perdido en su melancolía, me regalaba entradas para ver al gato calculista en el circo del Señor Ferraguto.
De eso hace ya tanto tiempo.
Hoy, por fin, me he decidido a escribir sobre Rayuela, el libro que me arruinó la vida.
JUAN CARLOS CARBAJO LARSEN