Los fantasmas, vampiros, muertos vivientes y toda la galería de monstruos clásicos que se nos puedan ocurrir ya no nos dan miedo, como tampoco nos da miedo lo que lleva Mia Farrow en el vientre en «La semilla del diablo» ni Jack Nicholson con cara de loco en «El resplandor». Las historias de fantasmas siempre tuvieron un trasfondo que ahora no somos capaces de leer entre líneas y que escondía lecturas sociales. Alberto Chimal recupera esa función del miedo, y a través de los siete relatos que componen Los atacantes nos hace reflexionar sobre los monstruos cotidianos que a veces encontramos dentro de nosotros mismos.
Para ser honestos con la verdad reconocemos que esta lectura (si no ha sido la que más) ha suscitado una gran participación en el coloquio, de ahí que por la calidad y variedad de voces e ideas que pudieron oírse se van a publicar dos post al respecto. Aunque lo metaliterario fue lo último de lo que se habló, empezamos por los dos cuentos que giran en torno a la creación literaria y que son además de gran valor literario.
La sombra de Bolaño es muy alargada
En el ámbito de las letras hispanas se ha hablado mucho de la paradoja que encarnó Cervantes lamentándose por su mala suerte para componer verso y siendo a la vez el “inventor” de la novela moderna. Salvando las distancias, seguramente el pobre Bolaño nunca pensó mientras cometía las excentricidades que nos cuenta en «Los detectives salvajes« que los escritores actuales -sus casi contemporáneos- pasarían a formar parte del eterno retorno literario y a luchar contra el mordisco de su gran influencia como él lo hizo con la de Octavio Paz, y otras grandes Celebridades.
El narrador de Chimal se convierte en el Juan García Madero del siglo XXI, en un salvaje de facto que quiere vivir la vida literaria como la Celebridad. Una paradoja dentro de otra paradoja. El viaje trasatlántico que realiza lo que queda del cuerpo de Bolaño en la bodega de un barco (como Drácula en su día) acaba volviendo a la vida y devorando entrañas sin mirar a quién. Por su inmortalidad podría haber sido un vampiro, pero por lo peligroso del mordisco de su influencia tenía que ser un zombi. Quién sabe si en algún lugar del cosmos, en un círculo del infierno de Dante estarán Bolaño y Octavio Paz de alguna forma, quién sabe si no nos miran y ríen.
El fin del mundo es un lugar poético
Por unanimidad tULEctura declara «Arte» como el mejor cuento de la obra, o al menos el que más ha gustado. Destacan sobre todo la estructura, el tratamiento del tiempo y del espacio y el tono poético con el que el apocalipsis puede llegar a parecer un baile perfectamente coordinado al que cada uno pone su banda sonora. «Arte» es la evidencia de que la historia del mundo puede resumirse en los dos últimos habitantes de la tierra.
A las sugerente imágenes evocadas y a todo el plano formal hay que añadirle la fuerza de la alteridad, de las perspectiva, reina del relato. La función del arte se sublima por tanto en el hecho de completar nuestra visión del mundo, de comprender el todo en cada cosa y el que el mundo pueda acabarse a las 7 de la tarde y a todas horas. Cada texto bien construido es un mundo dentro del mundo, y el poeta verdaderamente un demiurgo que nos hace comprender un poco mejor el aleph borgiano.
Puesto que esto es un espacio dedicado a la literatura es de justicia que hagamos una concesión al sentimentalismo que nos ha transmitido el cuento. Sin exageraciones, «Arte» es un cuento leeríamos mil veces deseando que fuera la primera vez. Es un cuento que da sentido a cada minuto que dedicamos al arte, ganando así un minuto de vida.