Algunos de nosotros tenemos la suerte de poder disponer de algunos días de vacaciones en Semana Santa. Cada uno los dedicará (por gusto o necesidad) a lo que más le convenga: descanso, trabajo atrasado, tradiciones, playa, familia, lectura 😉 …
Como espectáculo global (¿?) la Semana Santa es de una gran plasticidad: música, flores, olor a incienso, grupos escultóricos paseando por las calles, y un gran número de extras que participan voluntaria y entusiastamente ataviados con ropajes como mínimo impactantes. Se «comulgue» o no con el espíritu inicial, la puesta en escena es magnífica y el resultado siempre resulta impresionante.
Las conmemoraciones religiosas de estas fechas quedan muy reducidas excepto en el caso de las manifestaciones procesionales que, más que al fervor, llaman a la fiesta popular; y eso sin empezar a tener en cuenta limonadas, torrijas o genarines.
Pero ni siempre fue así ni está tan lejano el tiempo en que no lo fue: programas televisivos repletos de oficios litúrgicos alternando con películas de romanos, música sacra en la radio, cines y locales de diversión cerrados. No está de más que lo recordemos para estar preparados… por si vuelve.
Un poco antes, en 1881, Leopoldo Alas “Clarín” escribió un cuento de corte fantástico ambientado en la Semana Santa de “una ciudad muy antigua, triste y vieja, pero no exenta de aires señoriales y de elegancia majestuosa”; en fin, una ciudad… vetusta. Para quien haya leído La Regenta, resultará curioso El diablo en Semana Santa, pues reconocerá el ambiente y algunas situaciones y personajes que son un esbozo anticipado de la novela.
Quizá el propio Clarín también estuviera harto de la Semana Santa, porque en una vuelta de tuerca elige al diablo como protagonista del cuento, y lo presenta de una forma divertida y casi afectuosa, haciéndolo parecer, antes que un ser maligno, un pícaro travieso que quiere escapar del aburrimiento. Y es que ya se sabe: cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas.