Charles Mingus, nacido en Arizona en 1922, ha sido uno de los compositores más grandes de la historia del jazz. Un virtuoso del contrabajo, un pianista consumado, y paralelamente: un retador del racismo dentro y fuera del negocio de la música de su tiempo, siendo además un individuo volátil con un temperamento incendiario. Mingus adaptó creativamente las técnicas de compositores del siglo XX como Schoenberg, Bartók y Stravinsky, y lo mezcló con la música blues y gospel de su infancia.
Más de cincuenta años después de su lanzamiento, «The Black Saint and the Sinner Lady» sigue siendo una rareza, incluso dentro de los mejores discos de jazz de su tiempo. Mientras que la escena jazzística de la ciudad de Nueva York a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta vio mucho en términos de experimentación, separando constantemente su producción musical en términos de estructura y armonía desde los cimientos de sus grandes precursores como Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Pero ninguna de las grabaciones de los contemporáneos de Mingus en esta época, o, para el caso, cualquiera de los otros álbumes de Mingus, causaron una impresión similar a la de este disco.
Fotografía: Don Hunstein
La razón principal de esto es que «Black Saint» escapa a la mayoría de las convenciones estructurales, armónicas y melódicas que uno atribuiría a la música de jazz estadounidense de la época, por ejemplo las del bebop o el cool. El álbum está concebido en parte como un ballet, y cada tema se refiere a una pieza de ese «presunto» ballet. Acaba moldeando una identidad sonora construida sobre un núcleo musical que se establece en la canción de apertura. El ritmo se desarrolla y cambia combinados con cambios en el tempo, intercalado con solos virtuosos y esos motivos más lentos y apasionados que actúan como el alma del álbum.
«The Black Saint and the Sinner Lady» es indudablemente esencial para cualquier persona interesada en el jazz. Y mientras que «Mingus Ah Um» de 1959 tiende a ser aclamado como su mejor trabajo, «Black Saint» es ciertamente el álbum que rompe más con lo establecido. Definido como: «uno de los mayores logros en la orquestación de cualquier compositor en la historia del jazz». Es festivo, lúgubre, enojado, feliz, y tan complicado y conflictivo como el hombre que lo compuso. «The Black Saint and the Sinner Lady» personifican la sensación de éxtasis y exploración que la mayoría de la música de este tipo pretende engendrar.