Fotografía: Agence France-Presse
20 de abril de 1965. Montserrat Caballé es llamada para sustituir a la entonces diva de la ópera Marilyn Horne, en el papel principal de «Lucrezia Borgia» de Donizetti, en una versión en concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. El éxito es absoluto y el diario The New York Times enjuicia su actuación con este titular: «Callas + Tebaldi = Caballé». Comenzaba la leyenda de esta artista universal fallecida el pasado 6 de octubre en su Barcelona natal.
En su última entrevista concedida a la prensa, pocos días antes de su muerte, Philippe Caloni le preguntó a María Callas si, en su opinión, tenía alguna sucesora. Ella respondió afirmando inequívocamente: «solo a Montserrat Caballé». En 1980, a Renata Tebaldi se le preguntó qué pensaba del estado del bel canto en todo el mundo. Su respuesta fue simple: solo queda una prima donna: Montserrat Caballé. Ese mismo año, Magda Olivero, una de las últimas grandes sopranos del verismo, dijo: “los cantantes debemos arrodillarnos y agradecer a Dios por una voz como la de Caballé”.
Las tres divas tenían razón: Montserrat Caballé es considerada como una de las más grandes cantantes en la historia de la ópera. Según los biógrafos Robert Pullen y Stephen Jay Taylor, su grandeza como artista se ha basado principalmente en sus cualidades vocales: una de las voces más bellas y versátiles de la historia, aliada a una técnica virtualmente impecable. Además, muy pocos cantantes en la historia de la ópera, pueden reclamar un repertorio tan amplio, que incluye virtualmente toda la gama posible de papeles del espectro de la lírica. Montserrat Caballé aparecerá en los anales de la historia operística como la poseedora de la voz más hermosa de su época.
Montserrat Caballé en sus inicios en el Liceo. Fotografía: Gran Teatre del Liceu de Barcelona
María de Montserrat Bibiana Concepción Caballé Folch nació en Barcelona el 12 de abril de 1933. Era hija de Carlos Caballé i Borrás y de su esposa, Anna Folch. Conoció los horrores la la Guerra Civil Española. Cuando tenía cuatro años, fue bombardeada su casa. Su fortuna cambió cuando una familia adinerada le pagó siete años de estudios en el Liceo, el conservatorio que había dado su nombre al templo de la ópera de su ciudad. Allí ganó la medalla de oro en 1954.
Ella afirmó que le debía prácticamente todo lo que había logrado a dos devotas maestras, Eugenia Kemeny y Conchita Badia, esta última una notable soprano española. Kemeny, que a la vez era atleta y cantante, enseñó a la joven Montserrat los estrictos ejercicios de respiración que practicó a lo largo de su carrera. A estos maestros, al incansable apoyo de su hermano Carlos y a su indomable voluntad, ella debía la longevidad de su carrera.
En 1956 comenzó su largo peregrinaje hasta llegar a esa mítica fecha de 1965 que comentábamos al principio. Primero en la ópera de Basilea, comenzó con pequeños papeles y trabajó como camarera. Posteriormente se mudó a Bremen en 1959. donde ya ejecutó papeles protagonistas en obras como «La Traviata» o «Madame Butterfly». También actuó en templos de la ópera como La Scala de Milán, pero en papeles pequeños.
El actor Danny Kaye y Luciano Pavarotti besan a Montserrat Caballé en los camerinos de la Ópera de San Francisco, en 1978. Fotografía: Ira Nowinski (Corbis / VCG – Getty Images)
A partir de su aclamada actuación esa mítica noche de abril de 1965, que además supuso su debut en Estados Unidos. «Cuando Caballé comenzó su primer aria, hubo un cambio perceptible en la atmósfera», escribió el crítico John Gruen en el New York Herald Tribune . «Parecía por un momento que todos habían dejado de respirar».
Caballé asumió la mayoría de los papeles principales para sopranos, incluyendo «Tosca» de Puccini, Mimi en «La Boheme», también de Puccini , Violetta en «La Traviata» de Verdi y su favorita, «Salome» de Richard Strauss.
Pero si en algo destacó Montserrat Caballé, era en afrontar propuestas más arriesgadas y no encasillarse, ni conformarse con cantar siempre el mismo repertorio. Aunque su faceta más conocida son las obras del bel canto italiano del siglo XIX, incluyendo obras de compositores como Bellini, Donizetti y Puccini. Caballé también estaba cómoda con la música del siglo XVIII de Handel y Mozart; las óperas alemanas de Richard Wagner y Richard Strauss; y obras del siglo XX de Stravinsky, Prokofiev y Berg.
Montserrat Caballé, entre las ruinas del Gran Teatro del Liceo, devastado por un incendio en 1994. Fotografía: EFE / TVE
En conciertos y recitales, Caballé amplió su repertorio para incluir canciones populares, y, ocasionalmente, duetos con otros cantantes, incluido su esposo, el tenor Bernabé Martí.
Uno de sus compañeros de canto más improbables fue Freddie Mercury, el carismático vocalista de Queen, que idolatraba a Caballé y asistía a menudo a sus actuaciones. Su álbum de 1988, «Barcelona», fue uno de los últimos éxitos de Mercury antes de su muerte en 1991. Durante los años posteriores, Caballé lució una cinta roja en sus conciertos para mostrar su apoyo a la investigación sobre el SIDA.
Freddie Mercury y Montserrat Caballé en las sesiones de grabación de «Barcelona»
Montserrat Caballé ha sido la última «Prima Donna» en todos los sentidos del término. Ella encarnaba lo que significaba ser una estrella de la ópera: era temperamental, teatral, imperiosa y, sobre todo, profundamente musical.