La icónica cubierta de Peter Saville para «Unknown Pleasures», basada en la frecuencia de radio en zig-zag de una estrella moribunda.
La recta final de la década de los setenta fue una época extraña, pero muy enriquecedora para la música. Muchos de los artistas y de las bandas que triunfaron y revolucionaron la industria musical en los años sesenta y principios de los setenta, comenzaron a desaparecer o a quedar relegados poco a poco en el olvido.
Sin embargo, así como se fueron apagando estas estrellas, empezaron a surgir un sinfín de géneros musicales que renovaron para siempre la escena musical. Uno de estos nuevos movimientos fue el punk, encabezado por bandas como The Clash, Ramones y, por supuesto, los Sex Pistols. Y aunque el punk tuvo una vida bastante breve, su energía, su pasión y su rebeldía contagió a toda una generación de jóvenes británicos, que después tomaron y perfeccionaron estas influencias para crear un sonido más complejo y experimental: El post-punk.
En este caldo de cultivo, el guitarrista Bernard Sumner y el bajista Peter Hook decidieron formar su propia banda llamada Warsaw, a la que poco después se sumó el batería Stephen Morris y un joven y melancólico vocalista, llamado Ian Curtis. Tan solo un año después, el cuarteto cambiaría su nombre a Joy Division y a principios de 1978 la banda firmó un contrato con RCA Records.
Joy Division en 1979: (de izquierda a derecha) Stephen Morris, Ian Curtis, Peter Hook y Bernard Sumner. Fotografía: Paul Slattery / Retna
La música de Joy Division es muy difícil de describir. Puede sonar extraña, aburrida y deprimente al principio, pero te acaba seduciendo. Es como una niebla helada y desoladora, que acaba siendo adictiva.
En 1979, la mayoría de las bandas de punk hicieron música muy agresiva para poner de manifiesto su ira. Joy Division hizo una variedad más lenta y emocional, donde el bajo y la batería eran más importantes que la guitarra: era el comienzo del post-punk.
A principios de 1979, el desconocido productor Martin Hannett se unió a la ecuación para producir el disco debut de Joy Division. El proceso de grabación fue bastante sencillo y se realizó durante tres fines de semana en el mes de abril. A pesar de ello, el lanzamiento de «Unknown Pleasures» se retrasó bastante tiempo debido al complejo y sofisticado proceso de producción y postproducción que realizó el inexperto, pero ambicioso, Hannett.
Joy Division actuando en vivo en el Bowdon Vale Youth Club. Fotografía: Martin O’Neill / Redferns.
El impacto en las listas del álbum fue mínimo (nº 71 en las listas del Reino Unido, y no hubo publicación en el extranjero), no tanto porque la discográfica tuviera recelo del sonido, como por la falta total de promoción: la banda ni siquiera lanzó algún single para promocionar el disco.
Pero la historia del rock está repleta de finales absurdos, estúpidos y trágicos para comienzos prometedores (accidentes aéreos, sobredosis, disparos). En algún momento de la mañana del 18 de mayo de 1980, Ian Curtis, a la edad de 23 años, se ahorcó en la cocina de su casa.
Es fácil decir, mirando hacia atrás, que la gente más cercana a él deberían haberlo visto venir. Su matrimonio se estaba desmoronando, su epilepsia empeoraba y, en su mejor momento como banda, las letras de su segundo álbum, «Closer», mostraban suficientes pistas del diabólico cóctel que se estaba agitando en su interior. De la paranoia y la depresión que se estaba creando.
Joy Division en Manchester. Enero 1979. Fotografía: Kevin Cummins / Getty Images
Sin embargo, «Closer», sería mucho más afortunado, pero su popularidad fue indudablemente impulsada por el destino de Ian. Siendo cínicos, nada como un buen suicidio para vender tus canciones.
Con los años, la fascinación macabra con el suicidio de Curtis ha disminuido un poco, aunque probablemente nunca desaparecerá por completo. A medida que se fue desvaneciendo, «Unknown Pleasures» ocupó su lugar entre los grandes álbumes de la historia del rock. Un disco atemporal, fuera de los patrones del tiempo y el espacio y que introduce al oyente en una realidad única, ajena a todo lo exterior.
Algún crítico lo definió como: «el álbum más deprimente de la historia». En todo caso, lo correcto sería decir: el «más deprimido». No obstante, a lo largo de la historia de las artes, hay multitud de ejemplos de infinidad de obras maestras, surgidas de las brumas que atenazaban las mentes de muchos creadores.