Cuando Neil Young escribió: «es mejor quemarse que desvanecerse», bien podría haber estado hablando de Simon & Garfunkel. El dúo llegaba en su máximo apogeo crítico y comercial cuando terminaron los años sesenta, con un par de álbumes rompedores, «Parsley, Sage, Rosemary y Thyme» de 1966 y «Bookends» de 1968 y la banda sonora de la exitosa película de 1968 de Mike Nichols «El Graduado». Su quinto LP, «Bridge Over Troubled Water», ofrecería su trabajo más ambicioso y más concienzudamente realizado. También significaría el final de su asociación.
Para aquellos que conocían a Paul Simon y Art Garfunkel, la idea de una separación probablemente no hubiera sido difícil de comprender, incluso en la cima de su éxito. Durante su larga asociación personal y artística, se habían separado en más de una ocasión. Pero comercialmente hablando, eran casi infalibles cuando entraron al estudio para grabar «Bridge», y en términos musicales, parecían tener el entusiasmo de unos principiantes, más que el de unos artistas plenamente asentados.
Pero, aquello no dejaba de ser una apariencia que escondía una serie de desencuentros, cada vez más frecuentes, por la dirección musical del dúo. Paul Simon era el compositor de todas las canciones, y había cedido el protagonismo vocal a Art Garfunkel, más veces de lo que él hubiera deseado. Además, había una seria discrepancia, acentuada en este álbum, por incorporar nuevos sonidos, pretensión clara de Simón, frente a un Garfunkel empeñado en desarrollar armonías vocales, adornadas de elaborados arreglos orquestales.
Simon & Garfunkel en la época que se grabó el álbum. Fotografía: Michael Ochs Archives / Getty Images
En cierta forma, hubo un empate entre los dos en el resultado final del álbum. Simon incorporó ritmos que más tarde desarrollaría en su carrera en solitario. La música andina en «El Cóndor Pasa». La deslumbrante percusión de «Cecilia» o el cálido sonido cercano a la Bossa Nova en «So Long, Frank Lloyd Wright». Garfunkel cumplió sus objetivos con la grandiosa canción que da título al álbum, donde su voz se eleva a alturas bíblicas durante el clímax final, y con la épica «The Boxer», una metáfora de la experiencia de los inmigrantes en Estados Unidos.
Tampoco ayudó la decisión de Garfunkel de aceptar un papel en la película de Mike Nichols, «Catch-22». Aunque se suponía que era breve, su compromiso de filmación se extendió gradualmente durante semanas y meses, ralentizando la grabación del álbum y frustrando a Simon, quien canalizó su impaciencia e inseguridad en las canciones «So Long, Frank Lloyd Wright «y» The Only Living Boy in New York «.
En retrospectiva, sin embargo, Garfunkel admitió que su disputa con Simon sobre la película, fue realmente sólo un síntoma de un problema mucho mayor. «No lo estábamos pasando bien. No nos estábamos divirtiendo. Estábamos cansados de trabajar juntos. Queríamos un descanso el uno del otro», manifestó a SongTalk. «No nos estábamos llevando particularmente bien, y hubo muchos conflictos que fueron desagradables. Recuerdo haber pensado: Cuando termine este disco, quiero descansar de Paul Simon. Y juraría que él sentía lo mismo».
Simon & Garfumkel con los cinco premios obtenidos en la edición de los Grammy de 1971. Fotografía: Bettmann / Getty Images
Simon admitió, en una entrevista con la revista Rolling Stone, que «fue un trabajo muy duro y complejo. Creo que Artie dijo que sentía que no quería grabar, y sé que dije que sentía que si tenía que pasar por este tipo de abrasiones de la personalidad, no quería seguir haciéndolo. No dijimos: «Ese es el final». No sabíamos si lo era o no. Pero se hizo evidente cuando se estrenó la película y cuando salió el álbum, que había terminado».
«Bridge Over Troubled Water» supuso, en cierta manera, una ruptura con la línea musical que habían mantenido en sus trabajos anteriores, muy cercana al folk. También en aquellos álbumes, daba la sensación de una cierta unidad en el mensaje que se quería transmitir. Aquí las canciones son independientes unas de otras, asemejando el concepto del «Álbum Blanco» de Los Beatles, de ser la suma de las partes, más que un todo en conjunto.
Siempre ha habido opiniones dispares, y muy contrapuestas, sobre su importancia en el global de la carrera de Simon & Garfunkel. Para muchos es su mejor trabajo, para otros el peor, básicamente por abandonar, en cierta forma, su sonido tradicional.
Simon & Garfunkel se presentan en vivo en el escenario del K.B. Hall, el 28 de abril de 1970 en Copenhague, Dinamarca. Fotografía: Jan Persson / Redferns
Si hemos de fiarnos de su carrera comercial, poco o nada se puede objetar a este álbum. Fue enormemente exitoso. Ganó los Premios Grammy de Álbum del año y Canción del año en 1971, alcanzó el número uno en las listas de la revista Billboard y vendió más de 25 millones de copias en todo el mundo, llegando a vender 1.700.000 unidades en Estados Unidos, en las tres semanas siguientes a su lanzamiento. Fue durante años el disco más vendido de la historia. En 2003, la revista Rolling Stone clasificó el disco como en nº 51 en su lista de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos.
La carrera de Simon & Garfunkel fue el resumen emocional y vital de los sesenta. Este álbum sería su coda final, de su unión artística y de la década. Los años setenta fueron años de frustraciones y conflictos (Vietnam, Watergate), donde hubiera sido más necesaria que nunca la esperanza, a pesar de todo, que destilaban sus canciones. O quizás, en esa sociedad tan convulsa y dividida, su música nunca hubiera encontrado un hueco donde acomodarse. Su deteriorada relación personal fue lo que acabó con el dúo por excelencia de la música popular moderna, pero puede que fuera un proyecto con fecha de caducidad. La que marcó el final de la denominada «década prodigiosa».