Siguiendo el calendario del Club de Lectura, ayer tuvo lugar el coloquio participativo de guía a la lectura de la obra Ajuar Funerario, de Fernando Iwasaki. Miriam López Santos señaló a los asistentes las claves para la compresión del microrrelato como género y del terror como tema literario hacia el que nos sentimos atraídos de forma atávica.
La siguiente cita tendrá lugar el 29 de mayo, y el 30 de mayo será el propio autor, Fernando Iwasaki, quien nos visite para hablar de su obra literaria.
Y quién mejor que él para presentarnos este título. Reproducimos la esclarecedora introducción que precede en el libro a los microrrelatos
Los antiguos peruanos creían que en el otro mundo sus seres queridos echarían en falta los últimos adelantos de la vida precolombina, y por ello les enterraban en gruesos fardos que contenían vestidos, alimentos, vajillas, joyas, mantones y algún garrote, por si acaso. Los arqueólogos, esos aguafiestas del eterno descanso, bautizaron como «ajuar funerario» aquel melancólico menaje, sin saber que así revolucionarían el siempre vivo negocio de las pompas fúnebres. ¿Por qué conformarse con cargadores de librea o un ataúd tallado a mano, si por un pequeño suplemento uno puede lucir alicatado de alhajasen su propio velatorio? Las funerarias de mi país —más pomposas que fúnebres— han rescatado el milenario arte de empedrar difuntos con insignias, medallas, leontinas, collares y cualquier abalorio capaz de conferir la piedad de un obispo, el aplomo de un general o la majestad de un Inca. Más tarde, una vez consumida la capilla ardiente, discretos monosabios recogen la bisutería de la muerte para investir y vestir a otros cadáveres. Las historias que siguen a continuación quieren tener la brevedad de un escalofrío y la iniquidad de una gema perversa. Perlas turbias, malignos anillos, arras emputecidas…un ajuar funerario de negras y lóbregas bagatelas que brillan oscuras sobre los desechos que roen los gusanos de la imaginación.
F.I.C. Sevilla, invierno de 1998
Como ejemplo, un par de microrrelatos incluidos en el libro:
Detesto los fantasmas de los niños. Asustados, insomnes, hambrientos. El de casa llora desconsolado y se da de porrazos contra las paredes. De repente me vino a la memoria el canto undécimo de La Ilíada y le dejé su platito lleno de sangre. No le gustó nada y por la mañana encontré todo desparramado. Volví a dejarle algo de sangre por la noche, aunque mezclada con leche y unas cucharaditas de miel: le encantó. Desde entonces le preparo unas papillas riquísimas con sangre, cereales, leche y galletas molidas. Sigue desparramándome las cosas, pero ya no se da porrazos y a veces siento cómo corre curioso detrás de mí. Quizás me haya cogido cariño. Tal vez ya no me tenga miedo. ¡Angelito!, si hubiera comido así desde el principio nunca lo hubiera estrangulado.
AIRE DE FAMILIA.
Después de muchos años ha vuelto la vida a la vieja mansión familiar y todo me resulta nuevo y extraño: los cuadros, la vajilla, los muebles. Hay algo aterrador que me impide reconocer cuanto me rodea, pero lo peor es la niña que viene por las noches a mi cuarto para atormentarme de nuevo con ese horror azul en los ojos. Dice que es su cuarto, pero yo estaba aquí mucho antes.
¿Te han gustado? ¿Te han sorprendido? ¿Te han escalofriado? Si lo deseas, puedes dejarnos tu comentario en esta entrada, o si prefieres decírnoslo personalmente, ven a la próxima sesión y cuéntanoslo. (Las sesiones son gratuitas y abiertas)