En la tarde de ayer nos reunimos los socios del club como es costumbre para charlar sobre Demasiada felicidad, una de las últimas obras de la canadiense premio Nobel que, si bien a algunos no les ha terminado de convencer, ha generado más de un seguidor que no tardará en conseguir toda su bibliografía. Lo primero que hay que decir es que difícilmente en una sesión se puede abordar esta obra con una solvencia mínima, ni si quiera uno solo de los cuentos. Los niveles de lectura son tales que, aunque dedicáramos todo el curso a Demasiada felicidad no nos acabaríamos de quedar satisfechos.
Si la lectura de Bonilla nos familiarizaba con los relatos donde las anécdotas puramente triviales escondían reflexiones sobre el paso de la adolescencia a la madurez, Demasiada felicidad es un perfecto compendio de la importancia de la «lectura entre líneas». En la guía a la lectura ya se apuntó la idea primordial de que la obra de Munro es de fácil lectura pero muy difícil comprensión. Esto se traduce en que formalmente nos encontremos ante una narrativa sintácticamente sencilla y sin florituras, que participa más de la brevedad que de la construcción de oraciones subordinadas que se encadenan a lo largo de las líneas. Más concretamente, lo esencial de los textos suele encerrarse precisamente en frases muy cortas cargadas de ambigüedad e ironía que se encuentran diseminadas en el desarrollo de las historias y sobre todo en sus finales, -a veces necesarios para dar sentido al cuento- como el nunca se sabe de «Radicales libres» o Yo me hice mayor, y vieja de «Algunas mujeres». En cualquier caso, una sola lectura no basta para percibir todo lo necesario ni la riqueza de los cuentos. Ante la insatisfacción de no haber podido pararnos a hablar todo lo que nos hubiera gustado, en los próximos días aparecerá otra entrada profundizando sobre aspectos que se mencionaron ayer a través del comentario de tres cuentos.
Basta un vistazo a la bibliografía de la autora (Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, El amor de una mujer generosa, Las vidas de las mujeres..) para percatarse de que el foco de su narrativa se inclina (¿sin querer?) sobre las mujeres . Más en concreto, sobre «la terrible vida de las mujeres». A pesar de lo que pueda parecer, lo hace sin sin victimización, sin juicios, de una forma tan magistral que nos parece estar tratando a personales reales en lugar de a personajes literarios. Nadie puede salir indemne de lo que ellos piensan, dicen o hacen porque nos hacen partícipes de su historia. A veces se insinúa que la autora presenta a estos personajes como víctimas, o que se ensaña con dureza con los hombres: nada más lejos de la realidad. La profundidad psicológica de los mismos es tal que debemos descartar por completo esa afirmación. La tan famosa frase de los evangelios «por sus obras los conoceréis» se les puede aplicar: no es necesario describir a los personajes en términos morales, ya que el hombre que asesina a sus hijos, el joven que mata a su familia y luego la fotografía, las niñas que ahogan a su compañera en el campamento de verano: no hace falta que el narrador juzgue lo más mínimo, el lector ya tiene datos suficientes para decidir si lo hace o no. Entrar a debatir si son los personajes masculinos peor tratados que los femeninos es una necedad, ya que ambos simplemente son descritos de tal manera que nos parece encontrarnos ante un espejo del que no siempre nos gusta la imagen que nos devuelve. Todos ellos están vistos desde la distancia y la frialdad que solamente puede tener una persona que ve la vida con más de ochenta años, todos con sus virtudes, sus vicios, y en ocasiones una mezquindad demasiado cotidiana.
Continuará.