Tres cuentos de Munro

El día de la guía a la lectura comentamos una imagen que simboliza a la perfección la experiencia del lector cuando se embarca en la lectura de Munro. Más allá de que determinados cuentos nos hayan llamado más la atención por su contenido (como es el caso de «Dimensiones»), esta experiencia lectora no deja de parecerse a un viaje por el interior de una casa -casa que somos en realidad nosotros mismos- en el que nos detenemos más en unas habitaciones que en otras según nuestra propia manera de ser, vivencias previas o sencillamente nuestro momento vital. En cualquier caso, la mirada con la que nos dirigimos hacia cada detalle escondido en el espacio de lo privado en cajones y armarios no está empañada por la nostalgia de quien rebusca entre objetos del pasado, sino de reconocimiento y vergüenza ante personajes y acciones de los que se nos hace partícipes silenciosos y que tiene que ver con lo que se oculta tras la cotidianidad, una nada condescendiente visión de la condición humana. Insatisfechos por lo que nos quedó dentro el día del coloquio, retomamos algunos aspectos que se insinuaron para que no caigan en balde, ahondando un poco más dentro de nuestras posibilidades. Que las siguientes palabras -dentro de las limitaciones espaciales y cualitativas- sirvan como pequeño homenaje a Munro.

alice munro

Respecto a los cuentos que abren y cierran la obra existen varios nexos temáticos. El más obvio es el de la focalización en un protagonismo de lo femenino, ya que ambos sitúan en el punto de mira a una mujer que de una u otra manera es esclava de un condicionamiento de género. Sofía  Kovalesvski es una de las muchas mujeres cuyo nombre no conocemos que han poblado la historia de la humanidad, y que por su condición de mujer no han podido dedicarse por entero a la actividad cultural o científica en el mejor de los casos, asumiento que han sido infinitamente mayores en número las que sencillamente por la misma razón no han tenido -no una alfabetización- sino unas condiciones de vida dignas. Pese a que no se trata de comparar la calidad de ambos textos, muy diferentes en esencia, ni tampoco de restar importancia a las af3447de0d4234e0b589b0725343c279situaciones reales o no vividas por ambos personajes, es cierto que “Dimensiones” parece haber causado una sensación mucho más honda en el lector. Quizá porque se trata del texto que abre la obra o seguramente por lo terrible de lo que se nos narra. Como comentábamos en la entrada anterior, la intención de la autora no es crear personajes cargados de victimismo. Sin pretender escribir un cuento cuyo tema principal sea la violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones, en esta historia hay un trasfondo que evidencia la relación de dominación que comúnmente hay entre maltratador y víctima en un caso de violencia de género, poniendo de manifiesto que ni la violencia física llevada al extremo llegando al homicidio de unos hijos en común es suficiente para que desaparezca la relación de dependencia y de sometimiento emocional que va más allá de lo que la razón pueda comprender. A la autora no le hace falta recrearse en descripciones lacrimógenas ni en ahondar a través de un personaje en primera persona en unas emociones desgarradoras que puede sentir la protagonista, porque los simples hechos hablan por sí mismos. Otro de los nexos que conectan esta historia con “Demasiada felicidad” es el motivo del viaje, algo nada novedoso en la historia de la literatura y que sin embargo resulta esencial para comprender ambos textos. El increíble manejo del tiempo que hay en cada relato hace que en “Dimensiones” llegue un momento en el que nos olvidemos de que la narradora está haciendo un viaje en autobús, ya que hemos pasado a 12d4fd00095790391d2cee83dff2a20bconocer qué es lo que la ha llevado a estar allí viviendo una vida que nos describe como anodina y sin mucho sentido. Cuando por fin sabemos que se dirige a la cárcel a visitar a su marido, -quien no solamente la maltrataba sino que acabó terminando con la vida de sus hijos-, se retoma de nuevo la atención hacia el viaje, el autobús y la carretera que la lleva de nuevo hacia lo único que le queda en la vida, aunque paradójicamente se la arrancara sin piedad. Paradójicamente, Sofía Kovalesvski viaja hacia la muerte, mientras que Doree, prácticamente muerta en vida, que parece que irremediablemente nunca podrá salir del bucle infernal en el que se encuentra se topa «por accidente» con un pretexto que le conduce de nuevo a vivir. Con tres hijos muertos a manos de su padre y por lo tanto, una vida destrozada por completo, solo hay algo por encima del bien y del mal que puede dar sentido a una existencia tan absurda como la realidad en la que se encuentra inmersa. Tras haber corrido para socorrer al joven al que han atropellado y conseguir reanimarlo con su aliento es capaz por primera vez de decir «no». De decir no a la muerte, y de dar vida.

Si nos fijamos en los elementos recurrentes en la obra de la canadiense, hay que tener en cuenta que, además de la violencia explícita o no que se esconde detrás de la cotidianad (la poética del linóleo) y de la presencia de la religión, se observa una voluntad expresa de reflexionar sobre la propia ficción en varios aspectos. El caso más evidente es un fragmento muy citado en el que se deja entrever a la Munro real y no a un narrador ficticio, y es que se ha escuchado hasta la saciedad (sobre todo a quienes no son precisamente lectores) la identificación entre literatura y evasión: “Ella odiaba la palabra escapismo referida a la ficción. Era más bien la vida real la que merecía ser tildada de escapismo”. Este comentario en apariencia inocuo, es el perfecto resumen de una de las mayores enseñanzas que podemos extraer de su obra, y es que por ejemplo un cuento como «Ficción» tiene muy por encima de la trama una importancia suprema en cuanto a la demostración de que vida y ficción son a veces categorías que pueden llegar a confundirse. Pero atención, no en un sentido obvio que podamos pensar inicialmente, ya que nada tiene esto que ver con que la narradora acabe descubriendo su aparición como personaje en una novela, sino por una cuestión que va mucho más allá. Resulta imposible no dedicarle al menos unas líneas a «Ficción», donde a pesar de que posee una trama más o menos cotidiana que puede o no llamar nuestra atención la tesis nada tiene que ver con lo prosaico, ni con la infidelidad en las relaciones de pareja ni con los traumas de una paternidad irresponsable. Seguramente lo más importante que un lector puede extraer de este cuento ni siquiera es el consuelo de que la vida puede cambiar radicalmente de un día para otro, y que quizá con el paso del tiempo lo que ahora nos preocupe en otro tiempo no tendrá ninguna importancia. No, no solo habla de la importancia del momento, sino de la vida misma, que a veces nos puede parecer tan inverosímil como la ficción, y -qué duda cabe- infinitamente más apasionante. El mayor logro de Munro respecto a la dignificación de lo literario como un reflejo de la vida, que no está relacionada con el escapismo sino con el compromiso de la literatura, se plasma en este relato, cuyo título podría ser el siguiente «Ficción (= Vida)». Como la narradora, cada uno de nosotros es consciente de lo que como protagonista de su propia obra teatral ve, siente y padece; Pero no solo en el gran teatro del mundo actuamos en soledad, sino que interactuamos con otros seres y, nos guste o no, nuestros actos no controlan los designios ajenos ni la casualidad. A nuestra protagonista, que seguramente cuando fue abandonada por su marido no pudo creer en que recuperara las riendas de su existencia acabó haciéndolo, y cuando volvió a ser feliz se percata de que también ella fue el antagonista que le negó la felicidad a alguien. Y no lo perdamos de vista, todo ello gracias a la ficción. Puede que sea una afirmación demasiado personal y arriesgada, pero ante un texto como este no se le puede dejar de reconocer a Munro el mérito de hacer que leyendo y no viviendo sea como realmente nos damos cuenta de que la ficción nunca podrá superar a la vida.

La maestría narrativa de Munro se materializa especialmente en el cuento central de Demasiada felicidad, texto del que seguramente más se ha hablado y -paradójicamente- del que nadie parece tener una interpretación que convenza a todos. Precisamente, este cuento fue uno sobre los que se trabajó el año pasado en la «Experiencia cuento» de tULEctura y que, a pesar de ello, sus admiradores no comparten unas mismas conclusiones. En lo que sí que parece haber unanimidad es en el convencimiento de que, si en general con cualquier texto una sola lectura nunca aclara el sentido, en el caso de Radicales libres todas las lecturas del mundo no parecen suficientes, ya que cada vez percibimos un detalle nuevo anteriormente imperceptible que, o bien nos decanta hacia una determinada interpretación de un personaje o sencillamente nos asombra la profundidad inimaginable de los niveles de lectura , algo que  se resumen y se entiende en la afirmación que muchos han hecho sobre el ingenio de la canadiense, capaz de escribir cuentos en los que se encierran en realidad novelas. En cuanto a la trama, tras una primera lectura que nos deja convulsos, preguntándonos qué se nos habrá querido decir, por las sensaciones provocadas solo podemos estar seguros de una cosa, aquello tan famoso de “aquí alguien ha matado a alguien”. Las apariencias son tan engañosas, que en una lectura inicial Nita puede 410e7947c8a4b11b8bcd84e0265d490eparecernos incluso una ancianita adorable e indefensa. Descartada la primera impresión, algunos lectores toman por verdaderas las palabras de nuestra protagonista para lograr la complicidad del joven asesino y por lo tanto asumen que Nita envenenó a la amante de su marido. Sin embargo, esta información se desdice cuando el narrador en tercera persona vuelve a focalizar la atención en los pensamientos de la anciana y nos dice entonces que ella era en realidad la amante de Rich y que su anterior mujer Beth, aún sigue viva y además ha publicado un libro sobre plantas del que Nita ha extraído el conocimiento conveniente sobre las propiedades tóxicas del ruibarbo. Indudablemente, la narración es deliberadamente engañosa. O para ser más exactos, además de por los detalles al principio imperceptibles, la grandiosidad del cuento reside más que nunca en lo que no se llega a decir, cuya interpretación queda enteramente bajo la responsabilidad del lector. Esto se materializa a la perfección en la parte final, tras la huida del triplemente asesino y su muerte. Ciertamente, no hay manera a ciencia cierta de saber lo que ocurrió en el pasado y si de verdad hubo un intento de asesinato o quién intentó envenenar a quién. Hay opciones para elegir: unos optarán por considerar a Nita como la instigadora de un crimen, otros como lo suficientemente inteligente como para haber previsto que la mujer de su amante trataba de envenenarla. Hay incluso quien pueda pensar (¿por qué no?) que lo que Nita prepara no es té en hebras, sino ruibarbo con el que envenena al joven.

En general, los cuentos de Munro están habitados por personajes con tal profundidad psicológica que colocarnos frente a nosotros y reconocernos en ellos resulta una experiencia tan poco  halagadora como necesaria. Si tomamos como referencia la famosa cita de Shakespeare acerca del teatro como espejo de vicios y virtudes de la sociedad y la extendemos a la literatura en general, llegaremos a la conclusión de que a Munro le interesa más devolvernos no lo positivo, sino las miserias inherentes a la condición humana que se esconden sutilmente detrás de la cotidianidad. En este mundo loco no se puede tachar a sus historias de inverosímiles, porque un vistazo a las noticias nos acerca de un porrazo a una realidad en la que, como en la ficción, hay mezquindad sin límites, falta de honestidad incalculable en las relaciones personales, una discriminación cultural hacia lo femenino, sentimiento de superioridad respecto al prójimo y monstruos, muchos monstruos que son capaces de asesinar en serie, a su vecino e incluso a sus padres o hijos. Quizá lo más estremecedor de esto no es solo aceptar su existencia, sino la posibilidad de que el monstruo esté en nosotros. Puede que cualquiera de nosotros haya sido infiel o se lo haya planteado a costa de destrozar una familia, e incluso siendo niño hubiera apretado fuerte la cabeza de alguien el tiempo necesario bajo el agua. ¿Por qué Nita no iba a ser capaz de ponerse a la altura de su atracador y ser ella capaz de matar? Quizá deberíamos plantearnos que transcurre toda una vida hasta llegar a su edad y que eso no nos hace menos culpables ni susceptibles de todo acto. Tal y como se alude a la religión en cada cuento, a los personajes de Munro la idea de Dios parece servirles más bien de poco para dar sentido a una realidad cruel, mucho menos a una anciana enferma de cáncer. ¿Y si en el interior de NIta y de todos nosotros hubiera un monstruo que pudiera en un determinado momento despertar?

Nunca se sabe.

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