Ella y el violín
Ramón Gómez de la Serna en «Nuevos caprichos», MUESTRARIO (1918) pag 30-31
Tenía que sucedes alguna vez y al fin sucedió.
Tocaban los violines con locura. Los brazos y los faldones del director se movían con un verdadero delirio. El director, como enfurecido con un hijo suyo, le daba una paliza al atril.
Los arcos ascendían y bajaban oblicuos, se lanzaban como flechas y retrocedían como flechas de retroceso como si hubiesen rebotado.Las señoras se pusieron las pieles porque los instrumentos de viento producían corrientes de aire como si se hubieran abierto todos los balcones y hubiese una corriente atroz. Aquello era el frenesí: cuando, de pronto, un grito agudo, un gallo terrible lanzado por una señorita con traje de arpista que estaba con su mamá, conmovió a todos los espectadores e hizo que la música se callase.
Uno de los arcos de los violines había saltado un ojo a esa señorita del traje de arpista. El violinista, con el arco en alto como con la espada ensangrentada en la mano, miraba a la pobre señorita, desmayada sobre su butaca, combeada sobre ella como un gabán abandonado y doblado sobre el respaldo.
—Se tendrá usted que casar con ella— dijo la mamá.
—¡Se tiene que casar con ella!— dijo el público amontonándose alrededor del violinista.
—Me casaré— dijo el violinista.
Y se casaron.