Hoy abrimos una puerta a todos nuestros seguidores. Sabemos que son, como poco, lectores, y que algunos de ellos transitan también por el camino de la escritura.
Queremos ofrecer un espacio para que, quien quiera, pueda compartir su experiencia como lector o como escritor, contarnos qué le llevó a elegir la lectura como vivencia o la escritura como salto al vacío (¿el placer, la vocación, la necesidad, el aburrimiento, la casualidad…?) y. en general, los motivos que le han encaminado a ser lector y/o escritor y el modo en el que se implica en esa actividad.
Por favor, envíanos tu colaboración (no más de 400 palabras en total) a tULEctura@unileon.es. Bajo la etiqueta ¿Por qué leo? ¿Por qué escribo? y con una periodicidad mensual (aproximadamente) iremos publicando algunas de ellas.
Cuando tenía unos seis años, en el Colegio de las Monjas de Foz, tuve que dibujar en un cuaderno cómo me imaginaba en el año 2000. Recuerdo que hice la cuenta y me dio una cifra para mí inmensa en aquel entonces, 27 años. Me dibujé con una prole de tres o cuatro criaturas de todos los tamaños. Y de profesión escribí: “escritora”.
Ahora, con 42, puedo decir que no se cumplió del todo mi profecía. Decidí no reproducirme ‒al menos no de forma humana-, aunque sí podría decirse que soy algo escritora puesto que tengo varias publicaciones a cuestas, si bien todavía no logro pagarme las habichuelas con ello. Pero es evidente que adiviné que escribir sería casi… ‒ ¡no!‒ es lo más importante de mi vida.
Si tuviera que compararlo con alguna otra actividad, sería la de dejar huella de manera inmaterial. Escribo por evitar hacer cosas malas, cosas realmente malas. Sé que algunas escritoras, así como escritores, lo han dicho antes, pero es totalmente cierto: escribir es la acedera más efectiva para las personas que vivimos cicatrizando, una cicatriz definitiva que esperamos, que nunca llega. Si yo no escribiera, sería un ser sangrante las veinticuatro horas del día.
También escribo porque alguien, hace ya tiempo, en un helado correo electrónico, me dijo que olvidara y que aprendiera a disfrutar de la vida, que seguro también tendría cosas buenas para contar. Desde ese momento no solo escribo, sino que cada vez que tecleo, temo cargarme alguna tecla, tanta es la fuerza con que las pulso, tanta la necesidad de que queden fijadas las palabras… justamente porque desde aquel momento actúo para no olvidar. Escribir es lo único que hasta el momento no han conseguido extirpar de nuestros obedientes cuerpos.
Y en este proceso vital de dejar constancia de historias ajenas y propias en un tornasol de realidades y ficciones, los libros son mis mejores y más fieles compañeros. He perdido muchos, por eso cuido tanto los que ahora me quedan.