Archivo de la categoría: De todo un poco

Los derechos del lector

calmados

En 1992 salió a la venta en Francia “Como una novela” (Comme un roman)  de  Daniel Pennac, una obra que no tardó en convertirse en un fenómeno editorial. Escrito con un estilo desenfadado, ingenioso y divertido, responde al objetivo del autor, profesor de literatura en un instituto, de mostrar la lectura como una aventura  personal, gratificante y libremente elegida. “No es un libro de reflexión sobre la lectura, sino una  tentativa de reconciliación con el libro».

Dirigido inicialmente a los lectores reacios y a los educadores implicados en despertar en los jóvenes el amor a la lectura, se convierte en una entretenida obra que agrada  a cualquiera.

La parte que más ha trascendido de este título es la referente a los 10 derechos imprescriptibles del lector que, en 2009, en el marco de una campaña de animación a la lectura en Francia,  quedaron plasmados en un  cartel ilustrado deliciosamente por Quentin Blake

droit

1.- El derecho a no leer.

El derecho a no leer nos permite descansar de las lecturas durante épocas en las que no sentimos la necesidad, no tenemos ganas, tiempo, o ánimo, o porque tenemos otras ocupaciones. Y no por ello dejaremos de ser  lectores. La lectura no es una obligación, es una elección.

2.- El derecho a saltarse páginas.

El derecho a saltarse páginas nos da la libertad de leer rápidamente textos extensos que no son  para nosotros atrayentes en su totalidad (a veces, por edad, formación, gustos… ni siquiera comprensibles)  sin por ello renunciar a la parte de la obra que nos resulta interesante.

3.-El derecho a no terminar un libro.

El derecho a no terminar un libro nos exime de la obligación de mortificarnos ante una lectura que no hemos sabido escoger bien, que no ha llegado en el momento adecuado, que se nos atraganta o que definitivamente no es para nosotros. Podemos volver a ella pasado un tiempo. O no… Pero nunca sentirnos culpables por no haber llegado  hasta la última página de una obra que no nos resulte placentera. (Todos hemos padecido en el instituto el tormento de una lectura obligatoria que ni nos gustaba, ni comprendíamos, ni tal vez era oportuna para nosotros en ese momento).

«Si un libro los aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo… ese libro no ha sido escrito para ustedes… Si Shakespeare les interesa, está bien. Si les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare, pero mientras tanto no hay que apresurar las cosas«. (Jorge Luis Borges)

4.- El derecho  a releer.

El derecho a releer es defendido enérgicamente por los niños cuando piden una y otra vez el mismo cuento, para volver a disfrutar de la misma historia, los mismos personajes, las mismas emociones… Para los adultos,  la relectura de una obra que ya conocemos nos permite no sólo reencontrarnos con aquello que nos agradó, nos intrigó, nos conmovió (sobre todo en el caso de la poesía). También nos ofrece la posibilidad de hallar nuevos matices, distintas interpretaciones.

5.- El derecho a leer cualquier cosa.

El derecho a leer cualquier cosa nos libera de la carga de aceptar un prejuicio sobre un libro antes de elegirlo, de obligarnos a leer lo que otros han dictaminado como “bueno” o “adecuado” antes de  haber descubierto nuestros propios gustos como lectores.  La obras tachadas de comerciales, estereotipadas o simplonas puede que no lleguen a formar parte de la historia de la literatura, pero muy seguramente introducirán en muchos lectores la idea del libro como sinónimo de un buen momento. Y antes o después  esos lectores irán refinando sus gustos, pues la lectura continuada a lo largo del tiempo acabará por  despertar su espíritu crítico.

 6.- El derecho a leer lo que me gusta.

El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión sexual) habla de la satisfacción inmediata y exclusiva de las sensaciones. Es muy frecuente en las lecturas adolescentes, donde  las historias escritas suscitan  emociones y sentimientos tan novelescos como los narrados. Niños magos, jóvenes vampiros, adolescentes con candados, sagas y sagas de elfos, tronos, reyes y guardianes… Y todo ello leído de una forma tan febril que pocas veces, como lectores, volveremos a implicarnos tan intensamente en ningún texto. Impagable.   

7.- El derecho a leer en cualquier parte.

El derecho a leer en cualquier parte ofrece tanto al lector asiduo, como al esporádico  una compañía y/o un refugio en cualquier circunstancia: esperas en consultas médicas, aeropuertos, trayectos de autobús o largos viajes. Es muy artístico mostrar espacios dedicados cuidadosamente a la lectura: un sillón ante una chimenea, una camilla delante de una ventana, una biblioteca perfectamente surtida y acondicionada… Pero ¿quién no ha leído en la piscina, en la peluquería, en una terraza de un bar, en la cama, e incluso en el cuarto de baño?

 8.- El derecho a “picotear”.

El derecho a picotear está relacionado con la falta de tiempo (a veces de ganas) para leer en forma completa un libro, pero nos permite abrirlo por cualquier página, hojearlo, leer un poco y después dejarlo para otro momento habiendo disfrutado de ese pequeño aperitivo.

No es infrecuente estar leyendo varios libros a la vez, abrir uno de ellos, reconocer que no es el apetecido en ese momento y optar por otro. O leer un fragmento de una obra nueva para decidir si la elegiremos o no. O volver a un libro ya leído en busca de una cita concreta. O releer al azar una parte de un libro que es especialmente querido por nosotros, sin salir nunca decepcionados.

Cada uno debe poder aproximarse al libro cuando y como quiera.

 9.- El derecho a leer en voz alta.

El derecho a leer en voz alta nos anima a  declamar para que otros nos oigan, a escuchar a un buen rapsoda, a dar vida al texto… Todo ello permite que otros compartan con nosotros nuestro gusto por la lectura y crea a la vez  mundos imaginarios colectivos. Los sonidos de las palabras son la música que acompaña a la historia que estamos leyendo.

Desde hace unos años, el  9 de marzo se celebra el Día Mundial de la Lectura en voz alta, para celebrar el poder de la palabra compartida.

  10.- El derecho a guardar silencio.

Por último,  el derecho a callarnos, a guardar silencio sobre lo leído, a no pronunciarnos  nos coloca de nuevo ante la lectura como un acto íntimo, como una elección que no estamos obligados a justificar. Nuestros motivos para elegir un texto, nuestras opiniones sobre el mismo nos pertenecen y no hay por qué, si no queremos, rendir cuentas sobre nuestros gustos o valoraciones.

arbol de libros

No se trata de enaltecer obras mediocres, ramplonas  o  incluso vulgares; mucho menos de enorgullecerse de la ignorancia. Muy al contrario:  si somos lo que comemos y también somos lo que leemos, debemos alimentarnos bien.

Como lectores debemos aspirar a formar nuestro gusto y nuestro espíritu crítico con cierta solidez. Hay que recordar que estos derechos están escritos inicialmente pensando en los adolescentes y jóvenes que se acercan, por vez primera de forma individual, a la lectura.

Son muy de agradecer las sugerencias de lecturas para el futuro, las recomendaciones de un autor o un texto y las opiniones que con frecuencia nos guían y nos descubren obras que de otro modo tal vez no hubieran llegado a nosotros. 

Pero lo  cierto es que, en ocasiones,  el juicio desdeñoso  de determinadas élites que se autoproclaman superiores intelectualmente y que miran con burla a quienes no reverencian lo que la crítica «autorizada» estima como valioso, resulta un poco… ¿cansino?

 

 

La flor más grande del mundo. José Saramago (cuento)

¿Y si las historias para niños fueran de lectura obligatoria para los adultos? ¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que, desde hace tanto tiempo venimos enseñando?

José Saramago

 

Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena. Porque, además de saber elegir las palabras, es necesario tener habilidad para contar de una manera muy clara y muy explicada, y una paciencia muy grande. A mí me falta por lo menos la paciencia, por lo que pido perdón.

Si yo tuviera esas cualidades, podría contar con todo detalle una historia preciosa que un día me inventé, y que, así como vais a leerla, no es más que un resumen que se dice en dos palabras… Se me tendrá que perdonar la vanidad de haber pensado que mi historia era la más bonita de todas las que se han escrito desde los tiempos de los cuentos de hadas y princesas encantadas…

¡Hace ya tanto tiempo de eso!

En el cuento que quise escribir, pero que no escribí, hay una aldea. (Ahora comienzan a aparecer algunas palabras difíciles, pero quien no las sepa, que consulte en un diccionario o que le pregunte al profesor.)

Que no se preocupen los que no conciben historias fuera de las ciudades, ni siquiera las infantiles: a mi niño héroe sus aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los padres, supongo que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela confusa de la que no hay noticia.

Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto y, de árbol en árbol, como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos ha permitido…

Hasta que de pronto llegó al límite del campo que se atrevía a recorrer solo. Desde allí en adelante comenzaba el planeta Marte, efecto literario del que el niño no tiene responsabilidad, pero que la libertad del autor considera conveniente para redondear la frase. Desde allí en adelante, para nuestro niño, hay sólo una pregunta sin literatura: “¿Voy o no voy?” Y fue.

El río se desviaba mucho, se apartaba, y del río ya estaba un poco harto porque desde que nació siempre lo estaba viendo. Decidió entonces cortar campo a través, entre extensos olivares, unas veces caminando junto a misteriosos setos vivos cubiertos de campanillas blancas, y otras adentrándose en bosques de altos fresnos donde había claros tranquilos sin rastro de personas o animales, y alrededor un silencio que zumbaba, y también un calor vegetal, un olor de tallo fresco sangrado como una vena blanca y verde.

¡Oh, qué feliz iba el niño! Anduvo, anduvo, hasta que los árboles empezaron a escasear y era ya un erial, una tierra de rastrojos bajos y secos, y en medio una inhóspita colina redonda como una taza boca abajo.

Se tomó el niño el trabajo de subir la ladera, y cuando llegó a la cima, ¿qué vio? Ni la suerte ni la muerte, ni las tablas del destino… Era sólo una flor. Pero tan decaída, tan marchita, que el niño se le acercó, pese al cansancio.

Y como este niño es especial, como es un niño de cuento, pensó que tenía que salvar la flor. Pero ¿qué hacemos con el agua? Allí, en lo alto, ni una gota. Abajo, sólo en el río, y ¡estaba tan lejos!…

No importa.

Baja el niño la montaña,
Atraviesa el mundo todo,
Llega al gran río Nilo,
En el hueco de las manos recoge
Cuanta agua le cabía.
Vuelve a atravesar el mundo
Por la pendiente se arrastra,
Tres gotas que llegaron,
Se las bebió la flor sedienta.
Veinte veces de aquí allí,
Cien mil viajes a la Luna,
La sangre en los pies descalzos,
Pero la flor erguida
Ya daba perfume al aire,
Y como si fuese un roble
Ponía sombra en el suelo.

El niño se durmió debajo de la flor. Pasaron horas, y los padres, como suele suceder en estos casos, comenzaron a sentirse muy angustiados. Salió toda la familia y los vecinos a la búsqueda del niño perdido. Y no lo encontraron.

Lo recorrieron todo, desatados en lágrimas, y era casi la puesta de sol cuando levantaron los ojos y vieron a lo lejos una flor enorme que nadie recordaba que estuviera allí.

Fueron todos corriendo, subieron la colina y se encontraron con el niño que dormía. Sobre él, resguardándolo del fresco de la tarde, se extendía un gran pétalo perfumado, con todos los colores del arco iris.

A este niño lo llevaron a casa, rodeado de todo el respeto, como obra de milagro. Cuando luego pasaba por las calles, las personas decían que había salido de casa para hacer una cosa que era mucho mayor que su tamaño y que todos los tamaños.

Y ésa es la moraleja de la historia.

Éste era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya conocéis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, con palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños…

¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mucho más bonita?…

 

Nos enseñaron a leer, pero no tenemos libros…

No vamos a decir sobre Doris Lessing nada que no se haya dicho ya, incluso muy acertadamente por críticos y escritores sobre ella y su obra.Doris May Lessing

Carente de estudios, gran  lectora y, desde luego, gran escritora, resta importancia a la actitud altiva de la erudición libresca, a la vez que proclama la necesidad de que el acceso a la lectura y a la escritura no sea minoritario en razón de género, raza, nivel  social o económico.

No hay nada que nosotros podamos decir mejor de lo haya dicho ella. Solo vamos a recordar su discurso al aceptar el premio Nobel de literatura, un alegato a favor de la lectura y la escritura como derecho.

A veces, al leer textos así, se nos quita un poco la tontería…

Doris_Lessing_Discurso_al_aceptar_el_Premio_Nobel_de_literatura

childsoffuture

 

Qué cosa más sorprendente es un libro…

Es un objeto plano, hecho de un árbol, con partes flexibles en las que están impresos montones de curiosos garabatos.

Pero en cuanto se empieza a leer se entra en la mente de otra persona; tal vez de alguien que ha muerto hace miles de años.

A través del tiempo un autor habla clara y silenciosamente dirigiéndose a nosotros y entrando en nuestra mente.

La escritura es, tal vez, el más grande de los inventos humanos. Une a personas que no se conocen entre sí; personajes de libros de épocas lejanas rompen la cadena del tiempo…

Un libro es la prueba de que los hombres son capaces de hacer que la magia funcione.

(Carl Sagan)libro de letras