El día 10 de marzo, La guía a la lectura de la segunda obra del club «Leemos juntos» corrió a cargo de José Luis Puerto, quien quiso comenzar la sesión con un recuerdo para el recientemente fallecido escritor José Jiménez Lozano, premio Cervantes 2002, en cuyo homenaje leyó para todos los asistentes el cuento «El pañuelo» (Los grandes relatos, 1991)
A continuación, y para contextualizar la obra de Tomas Val, José Luis Puerto aludió a la producción narrativa de Castilla y León de finales del siglo XX y comienzos del XXI, con figuras como el citado José Jimenez Lozan, Miguel Delibes, Gustavo Martín Garzo, Jesús Carazo y, por supuesto, el conocido como grupo de los escritores leoneses (Antonio Colinas, Luis Mateo Díez, Jose´María Merino, etc.)
Para J.L.Puerto, una de las características definitoria de estos escritores es la narrativa de la memoria, encuadrada en una serie de coordenadas como:
- la importancia de la tierra, del campesinado.
- la niñez, la infancia .
- la historia, la vida espiritual.
- la imaginación (no es una narrativa realista)
- elementos bíblicos, semíticos (claramente inspiradores, por ejemplo, en G.Martín Garzo)
Todas estas coordenadas se muestran en esta obra de Tomas Val y, centrádose ya en ella de forma específica, el moderador señaló varios rasgos que le son propios, como el hecho presentar una literatura de rememoración de la niñez, con una prosa evocadora, sugerente, que utiliza el relato con un gran lirismo (tradición literaria ya explorada con éxito por autores como Juan Ramón Jiménez, Cernuda, José Antonio Muñoz Rojas, Federico Bermúdez Cañete o el propio José Luis Puerto)
En «La infancia de los pueblos desaparecidos», la niñez -presente desde el mismo título- es el elemento clave, narrada desde una perspectiva de adulto, desde la rememoración de un pasado ya finito: de ahí la presencia de una poética de la memoria en el libro. Hay un elemento de re-creación en toda la obra, un vaivén de recuerdo y olvido a través del cual se crea una nueva realidad psíquica que permanece y que se convierte poco menos que en eterna.
La obra de Val está formada por diecinueve pequeños relatos,que presentan una visión caleidoscópica de personajes y situaciones. Estos relatos son autónomos entre sí, pero con una cierta ligazón íntima, un hilo transversal que los une y cuyo conjunto presenta una estructura cerrada que nos descubre una visión global de las historias narradas (tradición literaria que ya hemos visto como lectores, por ejemplo en la primera parte del Quijote)
El libro propone un cronotopo muy bien definido sobre la Castilla rural de la segunda mitad del siglo XX, con el pueblo de Marcillo de Burela como espacio literario y la niñez del protagonista como tiempo del relato (de los relatos) en los que el propio autor toma la voz el narrador, apareciendo en ocasiones como un personaje más.
La obra se enriquece con una auténtica cartografía de personajes rurales (ancianos, maestros, médicos, curas…) marcados todos ellos por lo ancestral, la costumbre, la crueldad o el desamparo, En cierto modo, Tomás Val, vincula al personaje con el mundo arquetípico, trasladando éste también al uso del lenguaje utilizado: el habla rural de Castilla, fundamentada en sentencias, refrenes, sentido de la propiedad, rigor y riqueza del idioma.
A lo largo de la obra, la muerte aparece repetidamente como un elemento clave, teñida de un carácter simbólico y claramente polisémico. Imprevisible, irremediable, plural, constante, exponente de la fatalidad…, tanto para los individuos como para las colectividades, para los mismos pueblos como entes vivos que pueden llegar a desaparecer. «Los muertos van a Madrid» leemos, pues en Madrid, un emigrante rural pierde su propia identidad, la vida que tenía en el pueblo e inevitablemente, una parte de sí mismo muere.
¿Es la obra un un réquiem por un mundo desaparecido o una fe de vida en la que el autor da testimonio ante el olvido, ante la muerte simbólica, de que esa realidad ha existido? En todo caso, esta escritura supone la fundación del mito pues, por más lejana, difícil o precaria que haya sido, el paraíso está en la niñez.
José luis Puerto quiso señalar un punto de fuga en el final de la obra, con un último relato que apunta a lo alto, a las nubes, que cuestiona la propia realidad del pueblo, la veracidad de la existencia tanto de sus personajes como la suya propia, en un guiño a la perspectiva irónica (al estilo de Unamuno) hacia “el mundo del desvarío”. La estructura de la obra queda pues claramente orientada hacia lo lo celeste, hacia la ensoñación, a través del lirismo y la poetización. Porque ensoñación, niñez y poesía son los elementos vertebradores de este título
Otros centros de interés temático podrían ser la presencia de cierto realismo mágico, los héroes civilizadores, el amor, las secuelas de la guerra civil o la vida tradicional antigua. Pero esto (y todo lo anterior) será para la próxima sesión, inicialmente prevista para el martes 17 de marzo, a las 19:00 horas, en la Biblioteca de San Isidoro de la Universidad de León, con la presencia del autor de la obra Tomás Val, pero que por motivos de sobra conocidos nos hemos visto obligados a posponer.
Ya iremos avisando de las nuevas convocatorias