El próximo 2 de marzo se cumplen 25 años de la desaparición de Serge Gainsbourg, un personaje fundamental en la historia de la música, no solo francesa, sino internacional, Gainsbourg es una especie de «patrimonio musical de la humanidad». Un artista total, inconformista, que nunca dejó de experimentar, que nunca se conformó con lo hecho hasta el momento; su mente bullía continuamente nuevos retos y proyectos. Muchas veces el término «genio» se ha otorgado con mucha ligereza, todo lo contrario que en este caso, pocos se lo merecen tanto como el.
Pretendo hacer un modesto repaso por la carrera de este artista único, que logicamente no puedo resumir en una sola entrada. Su obra es de tal magnitud y variedad, que lo dividiré entre sus diversas etapas musicales, muy diferenciadas entre si, pero con la misma calidad, grado de perfección y una influencia que llega hasta nuestros días.
Nacido como Lucien Ginsburg, el tímido y nervioso hijo de unos inmigrantes judios ucranianos, es un claro ejemplo de hombre hecho a sí mismo, que escogió un nombre poco francés (Serge, que recuerda su procedencia del Este, y Gainsbourg, en referencia al paisajista inglés Thomas Gainsborough) para lograr, a través de la música, una identidad que su propio carácter y la sociedad de su época no le dejaba perfilar.
Durante su infancia, el pequeño Lucien vive en París en los barrios más populares. Su padre se encarga de su aprendizaje musical, enseñándole a tocar el piano y animándole a adentrarse en el mundo de la pintura.
Los años de la guerra son duros para Lucien, que se refugia en las provincias del interior y se ve obligado a llevar la estrella de David («una estrella de sheriff», dirá más tarde con sorna). Incluso se vio forzado a esconderse tres días en un bosque mientras las SS buscaban a judíos como el.
Ya de vuelta en París, la familia se instala en el distrito 16. Su fracaso escolar le impide acabar el instituto. Se inscribe entonces en la Escuela de Bellas Artes, pero el alto nivel exigido en matemáticas le desalienta y abandona.
Hasta la edad de treinta años, Serge subsiste a base de pequeños trabajos. A veces hace de profesor de dibujo, de canto, vigilante escolar, etc., pero su actividad principal es la pintura. Le hubiese gustado ser un genio de la misma como Francis Bacon o Fernand Léger, de quien fue alumno, pero abandona rápidamente la bohemia para convertirse en un «crooner» de piano-bar en los cabarets parisinos como el Madame Arthur.
En 1957, y fruto de una casualidad, Michèle Arnaud, cantante a la que acompaña a la guitarra en sus actuaciones en el cabaret Milord l’Arsouille (donde el resto del tiempo es pianista de ambiente) descubre con estupefacción las composiciones de Gainsbourg y lo anima a interpretar su propio repertorio en el mismo cabaret. Michèle fue su primera intérprete, grabando desde 1958 los títulos: «La Recette de l’amour fou», «Douze belles dans la peau», «Jeunes femmes et vieux messieurs» y «La Femme des uns sous le corps des autres». Fue entonces cuando comenzó su carrera, componiendo numerosas canciones e incluso editando una revista.
Su primer álbum, «Du chant à la une !», en el que aparece la canción «Le Poinçonneur des Lilas», el primero de sus ícónicos clásicos, desconcierta, pero es bien acogido por la crítica. Un sector de la misma se fija en él y dice que sus canciones «tienen la dureza de un atestado». Su amigo y protector Boris Vian, antes de morir en 1959, lo compara con Cole Porter.
Le Poinçonneur des Lilas (1959)
Creador sin límites, Gainsbourg acabaría ensanchando las fronteras de la Chanson a los más diversos géneros y expresiones. Tomando un clásico como «Las hojas muertas» de Jacques Prévert y Joseph Kosma, Gainsbourg reflexiona sobre el amor y la huella del tiempo, y de paso, sobre la propia magia de la canción para guardar la memoria de los sentimientos.
Iniciada la década de los sesenta, con la llegada de la época ye-ye, Gainsbourg es practicamente un desconocido. Actúa como telonero en algunos conciertos de Jacques Brel o Juliette Grecó, pero la crítica lo agrede burlándose de su prominente nariz y sus grandes orejas.
Precisamente para Juliette Grecó, la gran diva de la canción francesa de entonces, compone el que sería otro de sus grandes clásicos, «La Javanaise». El título es un juego de palabras entre el «javanais», un argot francés, y un estilo de danza. Fue interpretada tanto por ella como por Serge en 1963. Las primeras grabaciones de ambos artistas constituyeron las caras B de cada uno de los dos singles .
Fue entonces cuando conoció a Elek Bacsik y Michel Gaudry y les propuso colaborar en un disco. Este proyecto se convertirá en «Gainsbourg Confidentiel», impregnado de un jazz contemporaneo y minimalista que Gainsbourg adoraba, pero que no le llevaría al éxito. Este disco (según algunos su mejor obra) sólo vendió 1.500 copias. Serge, ante semejante fracaso y el de su posterior disco de 1964, «Gainsbourg Percussions», tomó una decisión radical: «Voy a lanzarme al mercado comercial y a comprarme un Rolls». Su paso al naciente pop de entonces, será el objeto de la siguiente entrada dedicada a su figura.