Por Pedro Bermejo Romo
Noche de Walpurgis es el nombre que recibe la noche que va desde el 30 de abril al 1 de mayo en muchas culturas de Centroeuropa. Se cree que su origen se remonta a las antiguas tradiciones celtas que asociaban esa fecha con el dios del fuego y la celebraban con hogueras cuyo humo purificaba a los habitantes del lugar. En el Imperio Romano el mes de mayo estaba consagrado a los “maiores”, y se creía que los muertos podían hacer incursiones entre los vivos, por lo que se extendió la creencia de que no debían celebrarse bodas en este tiempo ya que existía el riesgo de contraer matrimonio con un muerto.
Como con algunas otras fiestas paganas, el cristianismo se apropió de esta fecha y la dotó de identidad devota para evitar tener que prohibirla completamente y arriesgarse al descontento popular; la antigua creencia celta, consagrada como la gran fiesta de la brujería en la que todas las brujas se reunían en una montaña para hacer acopio de su poder, pasó a ser la festividad de la Santa Walpurgis, una sacerdotisa cristiana de cuya tumba supuestamente brotaba un aceite capaz de curar algunas enfermedades que provocaban la falta de apetito y la desnutrición (lo que hoy conocemos como anorexia y bulimia).
Así fue como se consagró a lo largo de los tiempos una fiesta que ha levantado pasiones en todas las culturas; su carga simbólica es innegable, ya que es la antesala del mes en el que la climatología se suaviza y los campos comienzan a dar sus frutos, el mes que el cristianismo entregó a su santa más representativa: la Virgen María.
La fascinación por el símbolo, la magia y el ocultismo de esta noche llamó la atención de grandes personalidades a veces desconocidas en la historia como Adam Weishaupt, que escogió este momento para fundar en los bosques bávaros la secretísima orden de los Illuminati.
Su huella como motivo literario que esconde la magia y los deseos del hombre de estar cerca de los dioses (creadores y destructores) se deja ver ampliamente, en especial en la época en la que estos temas causaban mayor furor: el Romanticismo.
Goethe representa en una escena de la primera parte de su gran obra Fausto una noche de Walpurgis.
Theodor Storm, poeta alemán del siglo XIX ligado al Realismo dedicó un poema a esta festividad.
En la muestra original de Drácula, Bram Stocker escribió el primer capítulo titulado “El invitado de Drácula”, en el que un hombre cuya identidad no se rebela, va hacia el castillo del vampiro y el cochero le advierte que ha de tener cuidado pues es noche de Walpurgis; desgraciadamente este capítulo fue eliminado de la edición pues se pensó que sería más atractivo empezar directamente con la historia de Jonathan Harker; sin embargo se recuperó en su adaptación cinematográfica (en 1931), aunque esta vez es el hotelero quien advierte al narrador.
Rubén Darío, en Prosas Profanas (1896), compara el carnaval de Buenos Aires con un “walpurgis vago de aroma y de visión”.
El poeta peruano César Vallejo inventó el término “walpúrgico” en un artículo titulado “Ejecutoria del arte socialista”.
Edward Albee escribió en 1952 su obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf? cuyo segundo acto se titula “Walpurgisnacht”
J.K.Rowling, en la saga de novelas que más presente ha tenido la juventud de medio mundo en la actualidad, Harry Potter, pensó en llamar a los “Mortífagos” (los magos consagrados a las artes oscuras y seguidores de Lord Voldemort) “Caballeros de Walpurgis”, pero lo dejó simplemente mencionado como “el otro nombre”.
Es apreciable la estela que ha dejado la leyenda de esta tradición en la literatura, como una figura universal, cuyas referencias que aluden se pueden encontrar en el mundo anglosajón español, alemán, e incluso en la actual cultura manga japonesa. Una figura atrayente como poco que incita a conocer los secretos de la que (al menos literariamente) es una noche mágica.