Antonio Pereira y 23 lectores cómplices: guía a la lectura

Por Raquel de la Varga Llamazares

A continuación veremos unas pinceladas de algunos de los rasgos más destacados que Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar señalan con mucha inteligencia en el prólogo de Antonio Pereira y 23 lectores cómplices. Esta antología pone el foco en la admiración que gran parte de la nómina de narradores jóvenes españoles sienten por el maestro Pereira a partir de los comentarios a sus cuentos que cada uno ha elegido. José María Merino, Soledad Puértolas, Patricia Esteban Erlés, Eloy Tizón, etc., son solo algunos de ellos.

Aunque en vida obtuvo reconocimientos literarios tan importantes como el Premio Fastenrath de la Real Academia Española o el Premio Leopoldo Alas, la selección para el Nadal así como el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de León o el Premio Castilla y León de las Letras, entre muchos otros a su poesía, nos sigue pareciendo que la atención que ha tenido por parte de los lectores es insuficiente. La humildad con la que trató su propia obra puede que sea una de las principales causas de su olvidó en nuestra ciudad. Especialmente son muchos los amigos y lectores que lo recuerdan y lo reivindican, pero aún falta una reivindicación de su calidad literaria, algo que no tiene nada que ver con la admiración y el respeto personal que todos los que lo conocieron muestran hacia su figura. 

El cuento literario español, aunque olvidado en las historias y manuales de la literatura española, vivió su auge de manera paralela al auge del cuento de Antonio Pereira durante los años 90, especialmente en revistas dedicadas a este género como Ínsula o Lucanor, publicaciones en las que muchos de sus relatos vieron la luz. En numerosas ocasiones, sus cuentos fueron fruto de artículos y análisis de teóricos tan importantes sobre el cuento cOmo Fernando Valls, José Luis Martín Nogales o la propia Ángeles Encinar, que incluyó en su Antología de cuento español contemporáneo de la editorial Cátedra “La barbera alemana” como texto representante de la generación del medio siglo. El hecho de que tanto Ángeles Encinar —una de las estudiosas más importantes sobre cuento español contemporáneo y actual— como Natalia Álvarez Méndez —quién ha dedicado gran parte de su investigación a la narrativa de autores leoneses— así como la nómina de grandes y reconocidos narradores, jóvenes y ya consolidados dedique una edición comentada a los cuentos de Pereira nos da una idea de que una década después de su muerte sigue suscitando un gran interés tanto para la crítica como para los escritores generacionalmente posteriores, a quienes ha influido y quienes lo reconocen como un escritor relevante para su propia obra. 

Este formato nos permite, primeramente, leer y conocer a escritores del panorama actual que, conozcamos o no, estaremos leyendo, aunque en su sentido más personal. Especialmente para los socios del club resultará llamativo leer las impresiones de autores como Lara Moreno, Ricardo Menéndez Salmón o David Roas, a quienes nos hemos acercado en otras ocasiones, mostrando su admiración por temas o géneros que en nada relacionábamos con ellos. Pero fundamentalmente lo que nos permite es ampliar nuestras perspectivas sobre la significación de los cuentos. Cuatro ojos siempre ven más que dos, y por lo tanto, sus interpretaciones nos pueden ayudar a comprender y a ver aristas que permanecían ocultas para nosotros.

 

Sobre el autor y su obra

AFIRMACIÓN DE VECINDAD

Soy de una tierra fría, pero hermosa.
Aquí la nieve, la esperanza helada
de que se alumbre cada madrugada
el destino difícil de la rosa.
Y me basta. Me basta si esta rosa
que al fin ha de nacer inmaculada
se la puedo decir a quien me agrada,
a quien conmigo va; y en mí reposa.
Queden en el dorado mediodía
la pronta floración bajo otros cielos
y los mares de lunas navegables…
Yo, con vosotros. Dando cada día
testimonio de cómo entre los hielos
abre el amor sus minas imborrables.

En este poema titulado “Afirmación de vecindad”, soneto originalmente publicado  en su poemario El regreso (1964) y especialmente en su último terceto,  encontramos toda la esencia humana y literaria sobre la que se sostiene toda la obra de Antonio Pereira. “Yo, con vosotros”, el verso que representa el profundo humanismo que demostró no solamente en la poesía, sino también en la novela, el cuento o el artículo periodístico, los varios géneros que cultivó a lo largo de su vida. Como sabemos gracias a entrevistas, Antonio Pereira siempre quiso ser fundamentalmente poeta, y sin embargo, en el terreno lírico no fue todo lo innovador que sí que resultó en el cuento, convirtiéndose en uno de los más insignes  y mejores cuentistas en lengua castellana del siglo XX

El 13 de junio de 1923 nació Antonio Pereira en Villafranca del Bierzo.  Su origen familiar entre el comercio y el mundo del hierro así como su esencia Villafranquina no lo abandonarían nunca. Como reza el propio título de uno de los mejores relatos de su volumen publicado en el año 2000 Cuentos de la Cábila siempre llevo por insignia su origen humilde, enorgulleciéndose de ser “un chico de la cabila”. Además de las tardes que pasó de niño en la imprenta de su tío en contacto con los libros, son otros dos los hechos que condicionaron su particular inclinación por las letras: primeramente el haber podido acudir como alumno a la escuela de Manolo Santín, y en segundo lugar, el haber sido un niño miope, apartado de los juegos violentos de los otros niños, condicionado a apartarse para desarrollar una lectura solitaria. 

ESE NIÑO QUE MIRO Y QUE ME MIRA

[…]

Repliego la mirada hacia mi hondura
y es un niño sin voz lo que contemplo.
Torpe para nadar, le duele el agua.
Torpe para los saltos y los juegos.
-Torpe, torpe…-le dicen.
Y él me mira.
Tiembla una luz delgada entre sus dedos.
Nunca se alzó bastante hasta los nidos.
Torpe, si no era en alcanzar los sueños.
Agua miope y dulce va a sus ojos.
Yo me conozco naufragando en ellos.
(Situaciones de ánimo, 1962)

El profundo autobiografismo que caracteriza a su obra, más como juego entre él y el lector que como un mero mecanismo de verosimilitud, es uno de los rasgos más destacados especialmente en la cuentística; de ahí que el mundo comercial así como las circunstancias históricas entre la Segunda República la Guerra Civil el franquismo o la transición, la vida y las tertulias literarias de las que participaría en su madurez hayan sido el telón de fondo de sus cuentos, muy reconocible especialmente para los lectores leoneses y amigos. Es por ello también qué Villafranca del Bierzo, Lugo, León, o Madrid sean las localidades y los referentes reales en los que se localizan gran parte de sus historias desde la niñez. Por ejemplo, Cuentos de la Cábila, refleja las principales vivencias personales y colectivas de sus primeros años como un niño de la guerra y las consecuencias que esta tuvo en un pequeño pueblo como Villafranca del Bierzo. Las circunstancias vitales le llevaron a continuar con la estela familiar y el negocio de ferretería de su padre, incluso con la oposición de maestro nacional aprobada, y es que su primer empleo fue el de viajante de comercio, profesión que, por cierto, desempeñan varios de sus personajes. 

A los 28 años se casó con la que sería su mujer hasta el día de su muerte y la inspiradora de textos tan conocidos como el poema “Úrsula ciudad” o el cuento titulado “El síndrome de Estocolmo”. Una vez afincados en León y tras la prosperidad del negocio que les permitiría  vivir holgadamente, se dedicaron a viajar a países cercanos como Francia o Portugal así como a otros como Rusia, Jordania, Israel, Puerto Rico o Brasil, lo que alimentaría su cosmopolitismo literario. Sin embargo, como buen homo viator para él la vida es un viaje, viaje que no tiene sentido sin la idea del regreso, por eso se convierte este en un motivo literario omnipresente en su literatura.

En los años 60  comenzaron a vivir entre León y Madrid, dedicándose de lleno a la vida literaria. No quiere decir esto que la concepción de la literatura que mostró Antonio Pereira fuese la habitual, sino que se dedicó a leer y a conocer a escritores, a participar en tertulias literarias, pero sobre todo para escribir lo que quiso y de la manera en la que el quiso, algo que especialmente sus cuentos ponen de manifiesto y es que, aunque se le considera integrante de la Generación de los 50 o también llamada del medio siglo, a cuyas motivaciones responde su obra, lo hizo siempre más allá de dictados o de modas literarias. Siempre se suele decir que, aunque partan de anécdotas cotidianas, sus cuentos no son especialmente fáciles, sobre todo si tenemos en cuenta la ironía o el humor que solamente un lector avezado sabrá interpretar. Pedro Ugarte, en su comentario dentro de Antonio Pereira y 23 lectores cómplices, se refiere a esa dificultad propia de autores como Pereira o Chejov, escritores de cuentos en los que parece que no pasara nada, cuentos con final abierto. Esos cuentos “donde no ocurre nada son cuentos fatales”. Como el propio autor manifestó en el prefacio a su antología titulada Cuentos para lectores cómplices (1989), en un guiño a Julio Cortázar, lo que escribía no estaba pensado para una mayoría, sino para los lectores que estuviesen dispuestos a entrar en su juego literario.

Como hijo de su tiempo, tras su primer libro de cuentos Una ventana a la carretera (1967), ambientado mayoritariamente en el mundo rural de provincias, participo en los años 70 del afán experimentalista, especialmente imbuido —más que por los españoles como Benet o Martín Santos— por los escritores hispanoamericanos por los que siempre demostró una profunda admiración, como Cortázar o especialmente Jorge Luis Borges. Una muestra muy evidente de ello es el cuento titulado “Las erotecas infinitas”, así como el relato que da título al volumen del que del que ambos forman parte, un texto injustamente olvidado dentro de su producción cuentística: “El ingeniero Balboa“. 

Otro aspecto que no hay que perder de vista es que, especialmente desde niño, quiso ser periodista, como le dijo al entonces director del Diario de León Filemón de la Cuesta en el año 1936, con solamente 13 años, pidiéndole el carnet de periodista. A lo largo de su vida escribiría en prensa artículos de opinión entre los que destaca la colaboración con el diario La Vanguardia  a través de la columna de opinión titulada “Oficio de mirar”. Este rótulo, elegido en numerosas ocasiones como título (en artículos, publicaciones, tesis doctorales o en el recientemente publicado volumen que contiene sus diarios) resume uno de los aspectos más destacados de su poética. Ese oficio de mirar nos remite a la observación directa de la vida, de los hechos en apariencia más sencillos y cotidianos, casi anecdóticos, de los que parten mucho desde sus cuentos. Pero esto no debe llevarnos a engaño porque es precisamente a través de su mirada humanizadora y profunda, por lo que a partir una anécdota es capaz de recrear una historia de profundo calado cómo lo es, por ejemplo, “La enfermedad”.

Como a tantos otros autores de su generación, a Antonio Pereira se le ha definido por su escritura realista, en ocasiones mal tachada de costumbrista, lo cual no es incompatible con el cultivo de la literatura no mimética, un aspecto qué ha pasado desapercibido en los análisis de su obra, y que sin embargo destaca en algunos de sus cuentos (“El señor de los viernes” y “Teoría y práctica de las islas”).

Como ya se ha adelantado, el humor, un humor muy fino, a veces próximo al humor negro, caracteriza a toda su obra cuentística, en la que encontrar un texto que participe de un tono verdaderamente dramático es algo excepcional. Por muy dramático que pueda resultar el fondo argumental siempre hay humor (algo que demuestran cuentos como “Obdulia, un cuento cruel” o “El gobernador”). Ese humor es especialmente Cervantino, a través del cual nunca juzga a sus personajes, y que es consecuencia directa de la forma humanista en que trata a sus personajes, y que es lo que convierte a cuántos cómo “Obdulia, un cuento cruel” en una verdadera obra de arte. El humor suele ir también acompañado de una importante carga de erotismo sin caer nunca en lo chabacano, y cuya utilización nos transmite las carencias de una educación sentimental que condicionó o a quienes se educaron en la posguerra, la transición o el franquismo, desde “Una ventana a la carretera” de 1967, pasando por “El ingeniero Démencour” pasando por “Cuadros para una exposición” o “Así empezó Lourido” o “El hilo de la cometa”.

La literatura se convierte protagonista dentro de la literatura a través de diferentes recursos y temáticas, por lo que es habitual encontrar en sus cuentos a personajes lectores, escritores, editores, etcétera, que le sirven como reflexión metaliteraria. Algunos de sus cuentos nos dan una visión concreta puesta en práctica de las ideas literarias del autor con mucha más intensidad de la que mostró en su propia teoría poética, especialmente en entrevistas, o en el ya celebre decálogo para cuentistas que quiso realizar siguiendo la línea  de Horacio Quiroga o Julio Cortázar. “Palabras, palabras para una rusa” es uno de sus cuentos más conocidos, y uno de los cuentos favoritos de quiénes tuvieron la suerte de escuchar al propio Antonio Pereira leerlo. Sin embargo, solemos quedarnos con su contenido más humorístico olvidando la profunda carga en torno al valor y al poder de las palabras. “Picassos en el desván”, “Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos”, “Sesenta y cuatro caballos”, “El toque de obispo” y su último cuento publicado en vida, “Bradomín”, son todos ellos magníficos textos que se sustentan en las reflexiones acerca de la propia literatura. Alguno de ellos es además la demostración de que Antonio Pereira no solo fue un maestro del cuento, sino que también se adelantó al auge del género del microrrelato

Con el paso de las décadas su trayectoria como cuentista se fue afianzando, publicando volúmenes de relatos que han pasado a la historia como Los brazos de la i griega (1982), Picassos en el desván (1991)  o Las ciudades de Poniente (1994). Tras su consolidación en los años 90, publicó dos libros de relatos Cuentos de la Cábila y La divisa en la torre, ya en la década de los 2000. Especialmente este último ha pasado bastante desapercibido tanto para la crítica como para los lectores.

Desde antes de su muerte se preocupó por legar gran parte de su biblioteca así como el legado de su obra a través de la creación de la fundación que lleva su nombre, en la que podemos encontrar mucho material sobre su figura, un gran fondo bibliográfico así como un repositorio institucional (Cábila) en el que acceder a todo lo referente a su obra y a su figura literaria.

Vídeos de entrevistas a Antonio Pereira

 

2 comentarios en “Antonio Pereira y 23 lectores cómplices: guía a la lectura

  1. Rebeca Rodríguez Cerrón

    Tras la lectura del esta recopilación de cuentos, tengo que decir que desconocía la forma de escribir de Antonio Pereira, algo que, sin duda, es imperdonable. Llama la atención, en un primer lugar, la proliferación de personajes femeninos en sus relatos, siempre bien caracterizados, bien dibujados, sexualmente atractivos… es muy fácil imaginarlos e incluso su prosa es tan hábil que puede jugar con ellos, como es el caso del cuento de El ingeniero Démencour. Creo que se podría decir que Antonio Pereira es un gran retratista de mujeres.
    Coincido con Pereira: mi cuento favorito, entre todos, es Obdulia, un cuento cruel. Creo que el imaginario popular que contiene es muy acertado: las juntas de vecinos, las temporadas estivales en el pueblo… en definitiva, la vida pasada del autor cobra mucha importancia aquí, lo que se torna en una historia de gran calidad literaria.
    La multiculturalidad es otro de los temas recurrentes en los relatos de Antonio. Marruecos, Puerto Rico, Rusia… son lugares presentes tanto en su vida como en los relatos que integran este volumen. Es una de las cosas que me han llamado la atención del relato Palabras, palabras para una rusa: la elegante caracterización de la escena, la prosa certera y directa y, cómo no, el detalle con el que Antonio describe, nuevamente, a la mujer que da nombre a esta historia. Además, considero que la escena del acercamiento a la mujer está bien recreada en lo referente al clímax. Sin duda, las palabras están bien escogidas y se nota que el autor maneja a la perfección la descripción de este tipo de situaciones para que los lectores apreciemos el arte de la seducción.
    Por último, me gustaría hablar de otro de los cuentos que me ha llamado la atención: El asturiano de la Delfina. En el coloquio, mis compañeros se refirieron en varias ocasiones a este relato, con lo que me enfrenté a él poniendo gran interés. Sin embargo, veo que en realidad, al final no sucede nada. Se trata de una historia simple, ambientada en una copiosa nevada en las montañas de León (tierra que, por cierto, queda bien descrita en la historia).

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