Agujero es la segunda novela de la escritora nipona Hiroko Oyamada y ha sido el último texto comentado en nuestro club de lectura. Hemos podido gozar con ella de múltiples elementos que la convierten en una narración singular y auténtica. Y así lo han interpretado, desde puntos de vista muy variados, los miembros de nuestro club.
Si algo define esta novela es que vela más que revela: a través de sus páginas conocemos personajes y circunstancias que nos retan a encontrar sentido a una situación que, aunque destaca por una serie de anomalías en los hechos que en ella acontecen, nos transmite, simultáneamente, una impresión de enorme cotidianidad: los personajes, pese a la distancia cultural que podría mediar con nosotros, no nos resultan del todo ajenos o exóticos. De ahí, que uno de los aspectos que se han comentado en el club es, precisamente, el grado de reflejo de la cultura japonesa que transmite la obra. Las opiniones han divergido entre aquellos que no han localizado nada de especialmente nipón en las páginas de la obra y otros que, por el contrario, han detectado una serie de particularidades muy propias de esta cultura oriental. Pero esta es solo una de las muchas paradojas que recorren la obra.
Porque, ante todo, a todos los lectores ha llamado la atención la caracterización de los personajes. Los protagonistas de Oyamada se mueven entre aquellos que son un mero esbozo, una suerte de decorado de fondo y los que, en sentido opuesto, poseen una caracterización mucho más armada. La protagonista, y voz narradora, y su cuñado responden a esta última clase. Buena parte del debate entre los lectores se ha centrado, precisamente, en ambos. Sobre todo, se ha enfatizado la fuerte correlación que existe entre la integración de los personajes en el mundo laboral, con todas las implicaciones que ello supone en la sociedad japonesa, y el nivel de definición de dichos personajes en la novela.
En general, nuestros lectores se han movido entre un cierto desinterés por la narrativa, fundamentalmente debido al tempo pausado y hasta cierto punto monótono de la misma y a la ambigüedad que domina el relato, y otros que, sin embargo, han apreciado que, bajo esta aparente monotonía y evanescencia hay que entender una forma de mirar al mundo. Se trataría de una dinámica narrativa que, justamente, nos impulsa a acompañar a la protagonista, Asahi, en un recorrido vital donde se mueve, a decir de algunos lectores, en una dimensión paralela a la realidad tediosa que la rodea.
Asimismo, haciendo énfasis en el papel predominante de la naturaleza, de los cambios estacionales, de la plasticidad de las descripciones y el dominio de la sensorialidad en el texto, muy acertadamente algunos participantes han dado con la clave de lectura: la necesidad de entender la obra desde una perspectiva donde el concepto de belleza radica en un introducirse plenamente en el suceder de escenas que acompasan las transiciones de la protagonista hacia su cierre, el cual traza un trabado bucle desde lo real a lo inverosímil.
En definitiva, dentro de las lógicas disensiones que estimula cualquier lectura de ficción, Agujero contribuyó a generar un rico y plurivalente debate acercándonos a las particularidades de una cultura como es la nipona, tan cercana y lejana al mismo tiempo en un mundo tan globalizado como el nuestro.
Lluvia de ideas, fluir de significados, construcción y reconstrucción de sentido. Así describiría la sesión de puesta en común tras la lectura de “Agujero”. Una novela sugerente cuyo poder de atracción creció tras el coloquio.