Es cierto que las navidades y fechas aledañas son días en las que lo suyo es que impere la concordia, la paz y el amor. Desde todos los medios nos invitan a la bonhomía y a la felicidad candorosa.
Estas cualidades suelen ser llevadas a la práctica en un marco estético muy claramente definido y lo frecuente es que las celebraciones familiares se conviertan en vivencias entrañables e inolvidables y los eventos públicos en momentos llenos de alegría, elegancia y buen gusto.
No obstante, hay ocasiones en las que mantener este nivel de felicidad se convierte en misión imposible cuando nos vemos comprometidos a asistir a determinados banquetes. «Tengamos la fiesta en paz» es una expresión que parece acuñada (y ya voy introduciendo el tema 😈 ) para estas fechas y para algunos personajes tradicionales en los convites navideños (como el caganer pero en comensal): el listo que todo lo sabe, el graciodioso, el metemierda, el tocapelotas, el brasas, tiquismiquis, el obstinado cabezabuque, el macho alfalfa heterobásico unga unga, el bocachancla, el majadero…
Si no fuera posible mantener la armonía, intentemos al menos mantener la compostura.
Pero llegado el extremo caso de que no fuera viable conservar la una ni la otra y nos viésemos obligados (después de muchos «Merry christmas» en torno a los langostinos) a resolver el asunto definitivamente y de una vez por todas, recomendamos acudir a la sabiduría de los clásicos. Para ello dejamos el siguiente texto de Leonardo da Vinci que, en su obra Codex Romanoff dicta, siguiendo los usos del siglo XV, cuál es la manera educada de liquidar a alguien con quien se comparte una comida ¿navideña?
”Si hay un asesinato planeado para la comida, lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será el objeto de su arte (y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esta persona dependerá del método del asesino), pues de esta forma no va a interrumpir tanto la conversación. Un buen asesino se valora, en gran medida, por su habilidad para realizar su tarea sin que lo advierta ninguno de los comensales y, menos aún, que sean importunados por sus acciones”.
“Después de que el cadáver (y las manchas de sangre, si las hubiera) ha sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia a veces puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentren sentadas a su lado, y en este punto un buen anfitrión tendrá siempre un nuevo invitado, quien habrá esperado fuera, dispuesto a sentarse a la mesa en este momento”.
Más información sobre el Codex Romanoff