Alberto Rodríguez Torices y Natalia Álvarez Méndez guiaron a los participantes del Club de Lectura en el segundo coloquio sobre la obra Verano de J.M.Coetzze. El primero de ellos tuvo además la generosidad de redactar para nosotros un estudio en el que desmenuza cada uno de los aspectos de la novela: el virtuosismo de la técnica del autor, los temas recurrentes en su producción, la interesante galería de personajes…
Te ofrecemos unos párrafos de su brillante análisis, pero puedes leer el texto completo de su artículo titulado El espíritu de la letra” y un señor que se fue a vivir a Australia.
Abrimos el libro, empezamos a leer y nos encontramos con fragmentos o entradas de un “cuaderno de notas” que más bien parece un diario («En el Sunday Times de ayer […]» es la primera frase) aunque en seguida vemos que no está escrito en primera persona. No tardamos en advertir que se nos habla de John Coetzee, ese personaje, ese indiscutible trasunto del J.M.Coetzee que firma la portada del libro. Lo advertimos porque ya hemos leído Infancia, o Juventud, o ambos, o quizá otros libros suyos, o por lo menos reseñas, críticas, comentarios tan impertinentes como este, alguna contraportada como mínimo; lo advertimos porque por un motivo u otro ya estamos más o menos familiarizados con el autor y sabemos o intuimos cómo se las gasta. Y si tenemos la suerte enorme de no advertirlo porque este es nuestro primer contacto con este autor y no sabemos nada de él, si resulta que no tenemos ningún prejuicio, ninguna idea preconcebida a cerca de sus artimañas, si —cosa harto improbable— ni siquiera hemos leído la contraportada del libro, mejor todavía: el estupor, la sorpresa, los interrogantes tardarán un poco más en aparecer y los mecanismos internos de la narración funcionarán a la perfección. Estupendo. Pero antes o después, decimos, empezaremos a dudar: ¿qué es esto? ¿son de verdad fragmentos de un cuaderno de notas y la novela empieza más tarde, o son ya parte de la novela, son ya ficción o por lo menos “autobiografía novelada”? Por otro lado, esos cuadernos ¿recogen hechos vividos al modo en que los recogen los diarios personales? ¿están supeditados a otra cosa? ¿realmente los escribió J.M.Coetzee en aquellos años? ¿Qué significa, qué implica, qué se deduce de las acotaciones en letra cursiva que siguen a cada fragmento, acotaciones tales como A desarrollar: / A explorar: / Pregunta: / Precaución: / Continuación? ¿No parece más bien tratarse de materia prima en bruto, material quizá narrativo, esto es, ficticio, que los autores de novelas elaboran de manera preliminar cuando se ponen a trabajar? En definitiva: ¿es verdad, ocurrió de verdad lo que ahí se cuenta y de verdad fue escrito cuando se nos dice que fue escrito, o es ficción, es pura, simple y plenamente una… novela? Truth in autobiography, recordemos. ¿Por qué ventana salta la verdad cuando entra por la puerta la autobiografía?
Ese es el resbaladizo tablero de juego, el terreno poco seguro que pisamos al abrirnos paso por Verano. Los fragmentos preliminares anuncian ya la naturaleza metaliteraria del relato, y en ese sentido su indefinición es en el fondo informativa. Su forma nos informa sobre su función, o nos permite intuirla, y sirven además para elaborar un retrato preliminar del personaje y un primer esbozo de sus circunstancias, así como para plantear temas básicos que vertebrarán el conjunto del relato: temas tales como la violencia, la brutalidad y la sangre que recorre una Sudáfrica convulsa, o la dificultad del individuo para abrirse paso en la vida, dificultad agravada por un carácter que, en el caso del personaje que nos ocupa, no contribuye a su éxito en su lucha por la supervivencia, más bien todo lo contrario. Temas como esos y como el de la relación entre un padre y un hijo que no se quieren, que no se interesan el uno por el otro y se ven obligados a tolerarse y a convivir muy a su pesar. Este último, al igual que los anteriores, atravesará toda la novela, la teñirá con sus colores aunque no esté en el primer plano de la acción, y reaparecerá en la parte final, en los fragmentos ya sin fecha de esos mismos u otros “Cuadernos de notas” con los que se cierra el libro. Insistamos otro poco más: estos fragmentos pueden parecer elementos menores dentro del conjunto, secundarios con respecto a lo que aquí hemos llamado cuerpo central. Pero no lo son. No lo son.
Curiosa manera, en fin, o a nosotros nos parece curiosa, de construir una novela, de seleccionar y ordenar los materiales. Curiosa porque, a pesar de todo, seguimos habituados a viejísimos esquemas y esperando la consabida trayectoria: planteamiento-nudo-desenlace, con la que nada tiene que ver esta novela.
Uno de los mayores logros de Coetzee en Verano, y no admitimos duda al respecto, es la asombrosa galería de personajes, casi todos femeninos, que va desplegándose ante nuestros ojos. Aparte del padre, tan presente en esos “Cuadernos de notas” y constante también aunque ya en desde un discreto y mudo segundo plano en todo el resto de la novela, además de ese padre que es un personaje construido casi exclusivamente a base de silencios, además del personaje crítico y fundamental del padre, y nunca insistiremos demasiado, tenemos a Julia, Margot, Adriana, Martin y Sophie, que son los cinco elegidos por Vincent, el biógrafo y estudioso de Coetzee, como fuentes informativas.
De modo que tenemos cinco supervivientes, cinco fuentes biográficas, cinco relatos que irán reconstruyendo, capa a capa, el retrato de un hombre. Cinco: cuatro damas y un caballero que iluminarán, cada uno con su propia luz y desde su propio ángulo, al individuo — persona, personaje o marciano— que responde al nombre de Coetzee. Eso parece y eso resulta ser en buena medida. Y sin embargo, los cinco y de manera sobresaliente las cuatro mujeres, se constituyen como personajes tan sólidos, tan logrados, tan convincentes y tan seductores que resulta inevitable dudar, preguntarse: ¿Coetzee se sirve de ellos —y en particular de ellas— para hablar de sí mismo, de quién y cómo era en aquella época? ¿O más bien se sirve de sí mismo, se toma a sí mismo como excusa y carnaza para crear y alimentar esos personajes fascinantes, que crecen y se agigantan hasta eclipsar casi por completo al supuesto protagonista? Sí y sí, diríamos: al final lo que tenemos son cinco retratos de cinco grandes personajes que, superpuestos, configuran el retrato (es decir, el autorretrato) de Coetzee. Un retrato, éste último, duro, amargo, francamente no muy favorable, más bien patético y hasta risible por momentos.
Pero eso lo iremos viendo poco a poco, porque lo que nos proponemos, querido lector — nuestro semejante, nuestro hermano… — es empuñar el hacha de Julia y destrozar la novela de cabo a rabo, y todavía la tenemos prácticamente intacta. De momento, este anuncio: Julia, Margot, Adriana y Sophie, sobre todo, y aunque en menor medida también Martin, configuran una de las galerías de personajes literarios más asombrosas que hemos tenido ocasión de conocer. Tendríamos que remontarnos a épocas muy lejanas para encontrar colosos de su tamaño. A los Karamazov y por ahí.