Hoy nos hemos levantado con la triste noticia, más por lo inesperada, de la muerte del gran David Bowie. Podría llenar miles de páginas glosando una carrera musical única y personal como pocas. Bowie era uno de los artistas más carismáticos e influyentes de toda la historia de la música popular moderna. Sus continuas evoluciones y transmutaciones, habría que hablar de varios «Bowies», sacaron a la luz a un músico inquieto y en constante cambio.
Transgresor, camaleónico, provocador, inimitable, adelantado a su tiempo, son miles los adjetivos que pueden definir su obra. A ella me quiero acercar para rendirle un modesto homenaje, no solo con una prolija sucesión de datos y fechas, sino con la visión del aficionado que ha perdido uno de sus referentes musicales. Y por supuesto, mucha música, la mejor manera de recordarle, sus maravillosas canciones.
Desde sus inicios en el movimiento mod de los años sesenta, la extensa trayectoria de David Bowie ha transcurrido por múltiples formas sonoras, siendo partícipe principal del glam-rock o la electrónica experimental, transmutándose regularmente en artista de clave vanguardista, punk, cabaretera, soul, ambient, hard-rock, dance-pop o simplemente explotando con talento las disposiciones clásicas del pop-rock.
David Robert Jones, su verdadero nombre, nació el 8 de enero de 1947 en Brixton (Inglaterra), hijo de un matrimonio de clase media. Bowie comenzó su carrera cantando y tocando el saxofón en pequeños locales y también en institutos, con músicos aficionados. A finales de la década de los sesenta comenzó a grabar sus primeros sencillos, que luego se integrarían en su primer álbum, «David Bowie» (1967). Se interesó además por el teatro, llegando a formarse como mimo y actor con Lindsay Kemp, una influencia que se dejaría notar más tarde en sus actuaciones.
Let me Sleep Beside you (1967)
El disco siguiente, denominado en el Reino Unido “David Bowie 1969″ y en los Estados Unidos “Man of Words / Man of Music”, terminó llamándose “Space Oddity”, nombre dado en el año 1972. Es un notable disco con trazas de cantautor, con resonancias folk, prog rock y psicodélicas en el que colaboraron músicos como Rick Wakeman, futuro teclista de la banda progresiva Yes.
En 1970 y 1971 publicó los álbumes «The Man Who Sold the World» y «Hunky Dory», en los que ofreció una provocativa imagen andrógina, en consonancia con el glam, la tendencia que dominaba en aquel momento el rock británico.
A partir de 1972 empezó el gran ciclo de transformaciones que caracteriza su personalidad camaleónica. En «The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars» encarna a una estrella del rock procedente de otro planeta. Esta tendencia a la ambigüedad continuaría en «Aladdin Sane» (1973), su siguiente trabajo.
Las canciones de Bowie generaban una atmósfera futurista, obsesiva, donde desarrollaba profundas y densas secuencias por las que desfilaban personajes orwellianos, arquetipos de una modernidad decadente o personajes que parecen surgidos del género gótico.
En la segunda mitad de la década de los setenta, Bowie continuó experimentando con nuevos sonidos. El elemento electrónico estaba cada vez más presente en su música, a través del uso recurrente de sintetizadores y de la manipulación de su voz en los temas. Esto queda patente en álbumes como «Station to Station» (1976) y «Low» (1977), en el que inició su asociación con el músico y productor Brian Eno. Bowie evolucionaba hacia un personaje de aspecto frío y distante, envuelto en largos abrigos de cuero, lo que le valdría el sobrenombre de «El Duque Blanco».
Dentro de lo que se ha llamado la etapa «berlinesa» de Bowie, destaca «Heroes» (1977), que ofrecería estructuras y sonidos aun más densos y complejos.
En “Scary Monsters” (1980), Bowie propuso básicamente una síntesis de la parte más celebrada de su obra previa. El sonido general, con base principal en la experimentación vanguardista berlinesa con Brian Eno y los retazos glam-rock, no se evadía del contexto post-punk británico de la época.
Contaba con el apoyo instrumental de las virtuosas guitarras de Robert Fripp (King Crimson), seis cuerdas que dominan el complejo escenario instrumental de notable intensidad sonora, absoluta teatralidad en la ejecución, y sombría lírica con lugar para el cinismo, el sarcasmo o la melancolía.
Bowie emprendió en ese momento su periodo de mayor éxito comercial, pero también el de más críticas adversas por parte de los especialistas, que le achacaban un empobrecimiento musical, con discos como «Let’s Dance» (1983) y «Tonight» (1984).
A partir de estos discos empezaría a deambular por una serie de trabajos en los que tocaba varios palos, pero que eran muy pobres artísticamente en comparación con sus discos de los setenta.
Sin embargo de vez en cuando aparecía algún trabajo que parecía despertarnos de ese letargo creativo. Por ejemplo en “Hours” (1999), se alejaba de los ensayos electrónicos para retornar sus raíces, con tempos más templados y reflexivos. El resultado no entusiasma como lo hacen sus mejores Lps en su etapa dorada, pero contiene buenos cortes como “Thursday’s Child”, “The pretty things are going to hell” o “Seven”.
Y como coda final, como si todo hubiera sido un plan meticulosamente planificado, el pasado viernes 8 de enero, el día de su 69 cumpleaños, Bowie edita el que podemos considerar su álbum póstumo, «Blackstar», un testamento musical en el que queda impreso su Ímpetu experimental e innovador. No es el disco de un músico nostálgico y ya «prejubilado», es un disco de un genio que solo le ha podido frenar algo tan inexorable como la muerte, muerte solo física, porque su inmensa obra nos acompañará para siempre, más viva que nunca.
Documental sobre su vida y obra