Por Raquel de la Varga Llamazares
…Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo.
Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar
(Traducción de Julio Cortázar)
Enfrentarse a la obra de Marta Sanz es una experiencia con inevitables consecuencias relacionadas más con lo personal que con lo literario: la realidad presentada es compartida por autora y lector potencial, de tal manera que nadie escapa a sus implicaturas ni a tomar partido en decisiones morales y políticas que quizás creíamos ajenas a nuestra responsabilidad. En otras palabras, la obra de Marta Sanz es una lectura de la realidad del todo incómoda, que obliga a quien se enfrenta a ella a hacerse preguntas con respuestas comprometidas, nada fáciles de responder sin que algo se mueva dentro de nosotros. Es mirarse en un espejo sobre todo nada complaciente. La mayor prueba de ello es la implicación personal con la que los socios hemos hablado sin tapujos y sin esperar pregunta alguna. Tan cotidiano, pero tan necesario.
Desde la misma imagen de la cubierta se evidencia una forma muy valiente de hacer literatura en la que la mezcla entre lo real y lo ficticio poco importan en cuanto la autoficción pasa a convertirse en biografía simbólica y lo inventado no deja de ser posible y una manera de dar visibilidad a una generación que vivió el cambio entre la represión absoluta por su condición a una falsa autonomía. Y es que lo primero en saltar a la palestra ha sido la cuestión del narrador, un narrador que difícilmente podría tratarse de una niña de 12 años y que de manera abierta lo confiesa. Sin embargo, revivir la intrahistoria más reciente a través de una mirada tan particular no parte del intento de la deconstrucción del centro basándose en una estrategia de narración posmoderna, ya que la Historia no es el centro sino el cuándo y el cómo. Pero sobre todo el por qué de cómo se ha constituido nuestra visión de género.
En consecuencia y como decíamos al principio, los aspectos formales han llamado la atención menos que en otras ocasiones, o mejor dicho, las consecuencias emocionales en los lectores del club los han eclipsado. No obstante, algunos aspectos como el narrador, la imagen de la cubierta y sobre todo el espacio y el lenguaje han sido aspectos comúnmente llamativos para los socios que han servido como puente entre lo literario y lo personal. Así, no ha pasado desapercibido el lenguaje en determinados momentos, sobre todo cuando un personaje femenino repite en varias ocasiones la palabra coño sin parar como signo de rebeldía para escándalo de quienes la rodea en contra de la tradición no escrita de que las mujeres no deben utilizar palabras malsonantes. El uso e influencia del espacio ha sido otra de las cosas más llamativas de las que se hablaron. Y no solo de cómo de forma pretendida el lugar donde se realizan los abortos se caracteriza como un espacio aséptico, sino sobre todo de que -a pesar de que no se muestra en ningún momento como víctima- es el juicio donde la acusada se siente en el mismísimo infierno.
Desde luego, lo que inevitablemente no puede pasar desapercibido es el afán de reflexión en torno a todo lo que tiene que ver con la identidad de género, hecho por el que entre sus líneas se deje entrever la rabia vertida a causa de la identificación entre cuerpo e identidad de la que difícilmente somos ya capaces de liberarnos. Hablando sobre la «pornografía emocional» -tema del que nos habló la autora en su visita a León hace unos meses- que se presenta al final de la novela y cómo la dualidad mercantil entre lo corporal y las emociones recorren caminos no tan distantes, se ha llegado al fondo de la cuestión en un comentario inocente vertido por una de nuestras socias lectoras en torno a la exhibición de la vida privada que podría ser el resumen de la novela: «me duele la mercantilización de las emociones, porque la del cuerpo…una vez te acostumbras ya no pasa nada».
Prácticamente se puede decir que el personaje en el que más se centra la autora no es la protagonista-narradora sino su madre, Sonia. Por una parte las relaciones que ese personaje contrae con quienes la rodean socialmente son cruciales. La más obvia es la marital, pero por la simbología destacan ante todos la suegra,encarnación de la tradición patriarcal, frente a la vecina, la transgresora socióloga que se hace cargo de ella y que le pasa a escondidas un librode la gran Simone de Beauvoir. Por otro lado, la relación dela narradora con la madre es en cierto modo la más «distante» en cuanto al silencio y todo lo que se omite y que el lector debe reconstruir acerca de los sentimientos mutuos. El hecho de que haya toda una serie de pensamientos y emociones hacia la madre que no se expresen y, sobre todo, que ese personaje no refleje en ningún momento lo que siente no parece responder a un motivo como podría ser el querer evitar el sentimentalismo, sino que el silencio que hay al respecto nos obliga a empatizar no solo con ella, sino con todas las que fueron, pudieran ser o son Sonia Griñán: mujeres a quien se ha juzgado moral y jurídicamente sin derecho y sin tener respeto ninguno por sus circunstancias. Nuestro compromiso para con esas mujeres es simbólicamente como la relación entre madre e hija, que en un momento se vuelve incómoda porque no es capaz de comprender. El silencio que rodea a ese personaje es el mismo que imponemos a quienes hemos juzgado.
A continuación reproducimos un fragmento de la maravillosa entrevista realizada por David Becerra a Marta Sanz en la revista Buen Salvaje que merece la pena leer con detenimiento, ya que la propia autora desengrana la tesis de la novela:
Empecemos por el final. En tu última novela, Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2012), se plantea el modo en que, durante la transición, se construye un nuevo modelo de mujer en la sociedad española. Nace una mujer moderna, libre y liberada de antiguos tabúes, de viejas actitudes recatadas, de un mundo donde su única función era la reproducción y el cuidado de la familia y el hogar. La transición, como una resaca del 68 francés, libera el cuerpo de la mujer para el placer. Sin embargo, en la novela muestras de una forma magistral la parte invisible del nuevo imaginario: que no hay emancipación, sino conversión de la mujer en una mercancía más, donde su cuerpo, bonito y desnudo, se convierte en un reclamo publicitario, en capital erótico, y lo que parecía contrahegemónico –y emancipador– no es más que una nueva forma de dominación de la mujer por parte del capitalismo y el patriarcado.
No sé si yo habría sabido verbalizar las intenciones de mi texto tan bien como tú, David. Me identifico con lo que dices y sólo puedo añadir que una de las cosas que yo quería contar, mientras escribía Daniela Astor y la caja negra, es cómo se relaciona la realidad con sus representaciones, porque creo que esas representaciones nunca son asépticas, sino profundamente ideológicas. La cultura y, dentro de la cultura, la representación del cuerpo de las mujeres, la reducción de las mujeres a cuerpo –al espacio de su fisiología, de su capacidad para gestar o de su potencial para la seducción-, el imaginario colectivo, inciden en la manera de valorarnos a nosotras mismas, en nuestras aspiraciones y en nuestro concepto de lo que es una mujer admirable. Durante los años que recrea la novela muchas mujeres tuvieron la sensación de soltar lastre: el de la oscuridad, la represión, la moral nacional-católica, el de una sexualidad que no se entendía más allá de la procreación y que asociaba el placer erótico de las mujeres con la suciedad. Pienso en imágenes tan intolerables para ciertas mentes como la de la masturbación femenina. En este contexto, fue un acto de higiene que Marisol se mostrara desnuda en la portada de Interviú con una flor amarilla en la mano.
Sin embargo, me parece que ese primer desvelamiento o ese pequeño entusiasmo solo forman parte de la línea continua de la historia cultural: por una parte, entroncan con el mito del cuerpo de una mujer, reducida a esencia, a musa, a estereotipo, a bello objeto de contemplación y, por otra, derivaron, como tú apuntabas hace un instante, hacia una mercantilización radical que alcanza su máxima expresión en la pornografía como banalización capitalista del sexo. Y en algo incluso más preocupante: en la homogeneización de un canon estético que no es más que el reverso formal de la idea de que existe una esencia femenina: en los tiempos que corren, esa esencia se identifica físicamente con un modelo femenino digital, recauchutado, serializado y de pubis infantil. La belleza femenina hoy pasa por la violencia quirúrgica. Por la obsesión en tener la apariencia de dibujo animado o de chica del vídeo-juego. Por parecer, no ya una joven, sino una niña eterna de rasgos occidentales. Se exagera la mitología de la mujer ideal y eso nos inflige un daño.
Somos muchas y distintas, y no podemos permitir que nuestra diferencia respecto a otros géneros nos sitúe en desventaja. Por eso, en esta novela y también en «La lección de anatomía» yo quería hablar del cuerpo de las mujeres, no como receptáculo maternal o como carne deseable, sino como texto donde se quedan impresos los trabajos, las experiencias, de cada una. La idea del cuerpo como texto se refleja en un lenguaje lleno de metáforas fisiológicas. También en el planteamiento de la novela subyace una analogía entre lo histórico y lo biológico: la pubertad de un país coincide con la pubertad de su narradora-protagonista. La euforia, la incertidumbre, la ilusión, el miedo, el comienzo del desencanto. Todo el libro podría interpretarse como la búsqueda de un lenguaje propio: el de una mujer que renuncia a ser musa, objeto de la narración, y se transforma en sujeto de la misma. También podría interpretarse como la expresión de un culpa: la que experimenta la narradora, Catalina, al darse cuenta de que se dejó llevar por un “deber ser” de las mujeres que no le permitió apreciar la valentía de su propia madre.
Sin darnos cuenta asumimos palabras y comportamientos que no nos corresponden, nos dejamos llevar, nos faltamos permanentemente al respeto, no desarrollamos nuestro sentido crítico y nos hacemos muchísimo daño a nosotras mismas. El feminismo de Daniela Astor parte de una vocación autocrítica y se expresa a través de una voz de mujer que reproduce y a la vez lucha contra esa mirada dominante que nos conforma y nos frustra: la mirada que no permite a Catalina valorar a su madre y que incluso la hace avergonzarse de ella, una mirada familiar, que se construye y encuentra su eco esa otra mirada pública, colectiva, que se revive en las cajas negras. La novela de aprendizaje se contrapuntea con el falso documental sobre el fantaterror español, la muerte de Sandra Mozarowsky, el cronicón amarillo de los juguetes rotos del destape, Nadiuska, Amparo Muñoz, el primer desnudo integral de nuestro cine que fue el de la Cantudo en La trastienda… La historia de Catalina y el documental que ella misma rueda son indisolubles: confesional y lo documental, lo íntimo y lo público, lo individual y lo colectivo. Posiblemente, Daniela Astor sea una novela sobre la dificultad de comprender que no somos tan libres como creemos y que esa incomprensión dificulta la posibilidad de rebelarnos.
Al inicio de la sesión Ana leyó unos datos que complementaron la propia documentación de la novela y que fueron muy útiles para adentrarnos un poco más en el debate surgido entre mujer, cuerpo e identidad. Para quienes nos los habéis pedido, enlazamos a la web de donde surgieron, y reproducimos aquí alguno de los que se leyeron:
1936
Ley del aborto en Cataluña, firmada por Josep Tarradellas. Muy pocas mujeres se acogieron al aborto legal previsto y en lugar de eso abortaron clandestinamente. 1937
La República otorga plena capacidad jurídica a la mujer. 1939
Se deroga la ley del divorcio y el matrimonio civil, con efecto retroactivo. Las funcionarias no pueden ser jefas de administración. 1941
Ilegalización del aborto. Se establecen los “préstamos a la nupcialidad”. Ayudas para jóvenes parejas siempre que la mujer abandonase su puesto de trabajo después de casada.
1944
Código Penal. Se prohíbe la fabricación, consumo, venta y publicidad de cualquier método anticonceptivo. Figura del “infanticidio privilegiado”: la mujer tiene derecho a matar a su hijo recién nacido, con una mínima sanción penal, siempre y cuando el crimen se cometa para ocultar la deshonra. Sus padres pueden ocultarla, aunque están sujetos a la misma pena de prisión menor de entre seis meses y un día a seis años, la misma que la del aborto, que no contemplaba atenuantes o eximentes. Las agresiones sexuales se consideran delitos “contra la honestidad” y el violador puede eludir la cárcel si obtiene el perdón de la víctima o la lleva ante el altar. Las mujeres tampoco pueden ser notarias ni registradoras.
1958
Mercedes Fórmica logra que se reforme en el Código Civil el concepto de “casa del marido” por “hogar conyugal”, de forma que los jueces pueden decretar desde entonces que la mujer permaneciese en la vivienda conyugal tras la separación. Antes se quedaba sin casa. Es la primera reforma de los derechos de la mujer en tiempos de Franco.
1961
La mujer ya no tiene que pedir excedencia forzosa del trabajo al casarse; mantiene la autorización preceptiva del marido para que su mujer trabaje, pero la novedad es que considera el permiso dado si ya trabajaba antes de casarse. Si se separaba, automáticamente podía trabajar.
1963
Hasta esa fecha, maridos y padres podían matar a esposas o hijas si las sorprendían en adulterio, y también a sus parejas.
1970
Hasta este año el padre tenía derecho a dar en adopción a sus hijos sin consentimiento materno.
1972
La mayoría de edad de la mujer pasa de los 25 a los 21 años, equiparándola a la del hombre. Hasta esta fecha las mujeres menores de 25 años no podían abandonar el domicilio familiar sin permiso del padre, salvo para casarse o para ingresar en un convento (art. 321 del Código Civil), y cuando ya habían contraído matrimonio, estaban obligadas a presentar la llamada “licencia marital” para trabajar, ejercer el comercio, ocupar cargos públicos u obtener el pasaporte.
1975 Reforma del Código Civil. La patria potestad y la administración de bienes gananciales son exclusivos del hombre, hasta la Constitución y la reforma de 1981. Se elimina la licencia marital y la obediencia al marido.
1978
En el derecho penal, mediante Ley 22/1978, de 26 de mayo, se derogaban los artículos 449 y 452 del Código Penal, relativos al adulterio y amancebamiento; de esta forma se daba fin a una situación en la que la norma legal tutelaba concepciones estrictamente morales y discriminatorias para la mujer. La Ley 45/1978, de 7 de octubre, modificaba los artículos 43 bis y 416 del mismo Código Penal, con lo que se conseguía la despenalización de la divulgación y propaganda de los medios anticonceptivos. Ya había 800.000 mujeres que los usaban en España.
1981
En el contexto del derecho privado, la ley de 13 de mayo de 1981 equiparaba jurídicamente al marido y a la mujer en el matrimonio, tanto en el régimen económico como en la titularidad de la patria potestad de los hijos. Ley de 7 de julio de 1981, del divorcio, que regula el matrimonio, nulidad, separación y divorcio. Partía del principio de que el marido y la mujer son iguales en el matrimonio en derechos y en deberes. La ley, avanzada en la letra, se consideraba insuficiente en lo que se refiere a la penalización de aquellos que no cumplen las obligaciones familiares derivadas de una separación o divorcio, ya que suponía en muchos casos la indefensión económica de mujeres sin ingresos extradomésticos, por impago de sus cónyuges de las prestaciones económicas destinadas a los hijos. Estas y otras muchas reformas en el ordenamiento privado y penal supusieron un importante avance, al menos en la forma, en la situación jurídica de las mujeres. Este hecho fue admitido por numerosos colectivos feministas que durante estos años ejercieron unidos su presión para que estas reformas se llevaran a la práctica.
1985
Ley del aborto
1993
Se sustituye oficialmente el término “hembra” por el de “mujer”.