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La Eurocopa y los dioses insaciables

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A lo mejor a ti no te gusta el fútbol, pero la UEFA calcula que  más de 2.000 millones de espectadores verán en directo los partidos de la competición, con un promedio de 130 millones de espectadores por encuentro y un cálculo de más de 300 millones  en la retransmisión de la final.  En este punto podemos recordar la reflexión de Howard Cosell, el legendario periodista deportivo: 

La importancia que la sociedad concede al deporte es increíble. Después de todo, el fútbol ¿es un juego o una religión?

El gran Manuel Vázquez Montalván responde con gran lucidez este pregunta en su obra «Fútbol: Una religión en busca de un dios»

El fútbol es la religión diseñada en el siglo XX más extendida del planeta futbol-y-religion

¿Te parece exagerado? Desde una perspectiva antropológica el fútbol utiliza simbolismos y procedimientos similares a los de los fenómenos religiosos más comunes con los que comparte, además de otros aspectos, algunos comportamientos rituales. Víctor Turner en su obra  La selva de los símbolos señala que  para que ciertos actos puedan considerarse  rituales  han de darse algunas características fundamentales que se pueden identificar muy claramente en la convocatoria de los grandes eventos deportivos: 

  • Una ruptura de la cotidianidad.
  • Un marco espacio-temporal definido.
  • Un escenario programado que se repite periódicamente en un tiempo cíclico.
  • Palabras proferidas y gestos complementarios.
  • Una configuración simbólica.

Juego, deporte y religión son tres conceptos que han generado mucha literatura especializada, en particular en lo referente al fútbol, que ha sido definido como el fenómeno social más importante del siglo XX.  Esta afirmación parece exagerada, pero  no hay que olvidar el número de adeptos y seguidores incondicionales de equipos, la cantidad de dinero que se mueve alrededor de este deporte y la resonancia mediática que alcanza cada uno de los eventos futbolísticos.

El fútbol es la religión diseñada en el siglo XX más extendida del planeta (Manuel Vázquez Montalván)

Sobre la importancia de este juego en la sociedad contemporánea opinó hasta el sumo pontífice Juan Pablo II (suponemos que a pesar de su solemnidad, esta declaración, no está amparada por el Dogma de la Infalibilidad Pontificia, aprobado en el  Concilio Ecuménico Vaticano I)

»De todas las cosas sin importancia, el fútbol es, de largo, la mas importante»

futbol-cuju. El emperador Taizu de la dinastía Song jugando cuju con el primer ministro Zhao Pu.

Qian Xuan. El emperador Taizu (dinastía Song) jugando cuju con el primer ministro Zhao Pu.

Algunos investigadores han considerado antecedes  de este deporte en juegos tan antiguos como el practicado en China ya en los siglos siglos II ó III a.C.  o el juego romano Harpastum; pero la historia moderna de este deporte comenzó en 1863 con la fundación de la «Football Association» y el nacimiento del denominado ‘juego moderno’ o ‘fútbol asociado’. Existen muchos juegos de pelota a los que llamamos fútbol o, por decirlo de otra manera, muchas variedades de fútbol: australiano, canadiense americano, fútbol sala… Cada una de ellas se rige por sus propias normas en cuanto al número de jugadores, la duración temporal del encuentro o  las formas de puntuar los tantos marcados.

El  deporte más popular del planeta mueve al año no solo, como hemos visto, millones de personas y  enormes cantidades de dinero, sino   emociones tan intensas que llegan en algunas casos a producir la muerte tanto de los jugadores  como de los aficionados.   Bill Shankly,  el legendario entrenador  del Liverpool FC, sentenció:

«Algunos creen que el fútbol es solo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso».

Pero ¿es que hay algo más importante que la vida o la muerte? Quizá lo haya, y  sea conseguir la gloria, la eternidad  y la oportunidad de conectar con los dioses.  josep guardiola

 

Ganar o perder. Héroes o fracasados.  A nuestros ojos, los futbolistas actuales se presentan como auténticos dioses: perfectos, bellos, poderosos, caprichosos, coronados de gloria, con nuestro destino en sus… pies 🙂 . Y ya hemos visto que el deporte no está muy alejado de la religión y sus  divinidades. Pero ahora, gracias al Pok-ta-pok o fútbol maya (considerado como un antecedente milenario del fútbol moderno pues ya se practicaba en el Imperio maya desde al menos 500 años a.C.)  vamos a dar otra vuelta de tuerca al tema.

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Pintura mural de Tepantitla en el complejo de Teotihuacan.

El texto que te ofrecemos a continuación  fue seleccionado para integrar la colección de cuentos de fútbol que el Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación argentino distribuyó en los estadios en el Torneo Apertura 2010.

El extraño fútbol de los mayas.

Cuando los antiguos mayas eran libres, honraban a sus dioses jugando al fútbol hasta morir. A Chichén Itzá, Tulum y otras ciudades llegaban los equipos seleccionados entre los mejores representantes de la raza. Cuerpos bien formados y lujosamente ataviados se medían en certámenes que a veces duraban semanas enteras. El juego de pelota, como lo llamaban, tenía poco que ver en realidad con el fútbol actual. El balón, confeccionado con hule macizo, era extraordinariamente pesado. Los jugadores –que la multitud alentaba con murmullos tan suaves como la brisa de Cancún– corrían por el campo haciendo gala de una extrema precisión y rapidez. Las estrictas reglas fijadas por los sacerdotes les impedían tocar la pelota con las manos; sólo podían impulsarla con golpes de cadera, piernas y brazos. Pero lo más extraño de todo era el trágico desenlace de los partidos. Porque debido a que el juego era considerado una ceremonia esencialmente religiosa, el equipo ganador resultaba premiado con la decapitación inmediata de todos sus integrantes. La sangre derramada de estos inigualables deportistas servía entre otras cosas para aplacar el enojo de los dioses y fertilizar la tierra, un privilegio que ninguno de los elegidos osaba despreciar. Los perdedores, en cambio, compensaban esa terrible humillación con la posibilidad de retornar a sus aldeas junto a sus hijos y mujeres, cantando alabanzas al maíz y a las doradas manzanas del sol. Cambiaban el sacrificio heroico y triunfal por una vida sin gloria. Hoy resulta demasiado fácil deducir que, a veces, perder es casi la única manera de ganar.

(Luis Gruss. «Malos Poetas», Atril, 1998)

 

A la vista de esta historia, el mítico Vujadin Boškov hubiera revisado su sentencia-perogrullada “Ganar es mejor que empatar. Y empatar es mejor que perder” sobre todo porque él mismo reconocía la naturaleza cuasidivina de este deporte:

“Cuando Dios no quiere, balón no entra”

Y ahora piensa:

¿Qué enojos aplaca hoy el juego de esos deportistas? Y para cada uno de nosotros ¿cuáles son esos dioses insaciables por los que nos sacrificamos y ante los que, por ganar, perdemos?

Gol en propia meta.

 

 

13 de julio: final del mundial de fútbol de Brasil.

maquina balonEl próximo domingo se celebrará la final del mundial de fútbol de Brasil. Esta noticia, de la que es imposible sustraerse,  no interesa a todos por igual, y el espectro del interés va desde el fanatismo al rechazo,  pasando por la indiferencia. También en el caso de los intelectuales.

El desdén que muchos  escritores han mostrado por el fútbol parece tener su referente más antiguo en Rudyard Kipling, quien en 1902 despreció  a ese deporte y a »las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan».

Jorge Luis Borges, tan sutil en este caso como un tiro directo a puerta, opinaba que «El fútbol es popular porque la estupidez es popular», y programó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad el mismo día y a la misma hora en que la idolatrada selección argentina disputaba su primer partido en el mundial de fútbol de 1978.

No todos los escritores desprecian este deporte; muy al contrario, no son infrecuentes los autores  aficionados e incluso participantes, Sin olvidar que los héroes derrotados resultan muy poéticos, y que los victoriosos siempre han sido muy inspiradores. Tal vez por ello, la relación del fútbol con la literatura ha dado grandes frases para la reflexión, el recuerdo o la sonrisa.

Aquí queda la alineación (alfabética) de once más otros once jugadores:  22 voces que se hacen oir con fuerza en el campo de la literatura. En esta ocasión hablando de fútbol.

  1. Amis, Martin: “Sé cuál es el atractivo del fútbol: Es el único deporte que habitualmente se decide por un tanto, así que la presión en el momento es más intensa en fútbol que en cualquier otro deporte”.
  2. Auster, Paul: «El fútbol es un milagro a través del cual Europa encontró una forma de odiarse sin destrozarse».
  3. Barnes, Julian:  “He estado jugueteando durante décadas con la idea de escribir sobre un linier de fútbol: un tío (ahora también puede ser una mujer) que es periférico, necesario y poco valorado”.
  4. Bolaño, Roberto: «A mí siempre me pareció más interesante marcar un autogol que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé, es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho nada, mientras que un autogol es un gesto de independencia».
  5. Burgess, Anthony: Cinco días son para trabajar, como dice la Biblia. El séptimo día es para el Señor, tu Dios. El sexto día es para el fútbol”
  6. Camus, Albert: «La pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida… Lo que sé con seguridad acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol».
  7. Doyle, Roddy: El Chesea anotó dos veces mientras yo estaba en el metro,  así que mi salida fue un golpe de genio táctico del que Mouriño no pudo darse cuenta».
  8. Galeano, Eduardo: “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol».
  9. Hornby, Nick: “Me enamoré del fútbol igual que más tarde me enamoré de las mujeres: de repente, inexplicablemente, sin crítica, sin pensar en el dolor o los trastornos que traería consigo”.
  10. Marías, Javier: «El fútbol pertenece más al terreno de la ficción que a otra cosa, tiene mucho que ver con una novela o una película. Como además es algo que casi todo el mundo comienza a vivir en la infancia, y por eso es tan intenso y se mantiene a edades casi provectas, quien más quien menos quiere creer que los de su equipo son los buenos, los nobles, los que ganan con caballerosidad y pierden con elegancia, los que no hacen trampas…»
  11. Nabokov, Vladimir: «El portero es el águila solitaria, el hombre del misterio, el último defensor».

portero

  1. Orwell, George: «Fútbol, un deporte en el que todo el mundo sale herido y cada nación tiene su propio estilo de juego que parece injusto a los extranjeros».
  2. Pasolini, Pier Paolo: »El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra po
    ética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribblar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño».
  3. Priestly, J. B.: “Decir que pagaron para ver a 22 mercenarios dar patadas a un balón es como decir que un violín es madera y tripa, y Hamlet, papel y tinta”.
  4. Rushdie, Salman: «Vale, publicar un libro y lanzar una película está muy bien, pero que el Tottenham le gane 3-2 al Manchester United no tiene precio».
  5. Sacheri, Eduardo: «Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada qué ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol».
  6. Sagan, Francoise: «El fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien».
  7. Sanpedro, José Luis:  “El culto hispánico religioso ha cedido paso a una nueva fe, en la que los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea y ofician con el pie”
  8. Sartre, Jean Paul:  “En el fútbol todo se complica por la presencia del otro equipo”.
  9. Scott, Walter. “La vida no es sino un partido de fútbol”.
  10. Vázquez Montalbán, Manuel: «El fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño».
  11. Wilde, Oscar: “El rugby es un juego de bárbaros practicado por caballeros; el fútbol, un juego de caballeros practicado por bárbaros”.

¿Y el árbitro? Una pequeña licencia poética: escogemos a José Luis Coll: «Un país habrá llegado al máximo de su civismo cuando en él se puedan celebrar los partidos de fútbol sin árbitros»

FUTBOLYLITERATURA      .  

 

No hay escapatoria: fútbol.

futbol_libros_0Si te gusta estás de enhorabuena; si lo aborreces, acabarás odiándolo; si te resulta indiferente, no podrás evitar estar al tanto: el mundial de fútbol o futbol de Brasil ha comenzado.

Como lo nuestro no es la crónica deportiva, cuentos de futbolte traemos… un libro: La vida que pensamos. Cuentos de fútbol reúne 24 relatos que desde 1996 hasta la actualidad ha escrito el argentino Eduardo Sacheri (¿recuerdas El secreto  de sus ojos, cuya versión cinematográfica recibió el Óscar a la mejor película extranjera  en 2010?).

Los cuentos de este libro no hablan únicamente de fútbol, y mucho menos del negocio y el espectáculo global de este deporte. Son historias en las que el fútbol es una puerta de entrada hacia temas universales como el amor, el dolor, la muerte, la amistad, la soledad, el triunfo y el fracaso.

Como ejemplo, te traemos  uno de los cuentos más conocidos de Sacheri, que narra de forma casi premonitoria la final de la copa Libertadores. Y si te gusta, luego puedes leer Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol, el libro en el que está incluido.

Independiente, mi viejo y yo, de Eduardo Sacheri.

“Mirá que esta noche es el partido”, me dijo él. Hizo bien porque uno, a los cinco años, no tiene una conciencia cabal de la periodización del tiempo. Como mucho distingue el sábado y el domingo, porque esos días no hay que ir al jardín, y papá se queda en casa a jugar con uno. Pero con los otros días y las otras noches, la cosa se complica. Por eso sin la advertencia de papá, hecha con el beso de recién llegado del atardecer, yo habría pasado por alto la infinita importancia de esa noche.

Los preparativos fueron los de siempre. Mientras él encendía el Stromberg-Carlson con suficiente antelación para darle tiempo a las válvulas, yo le pedí a mamá la ropa apropiada para el evento. Primero se negó a lo del pantaloncito corto, aduciendo que era invierno y que hacía mucho frío. Yo argüí hasta el cansancio que los jugadores juegan con pantalones cortos, y al aire libre. Una salomónica intervención de papá desempantanó por fin el pleito: con pantalón corto, pero sentado cerca de la estufa de kerosene del comedor. Después me puse la camiseta roja con el cuellito blanco, con el once de cuero cosido en la espalda, igualito que Daniel Bertoni. Papá, mientras tanto, iba trayendo la colección de trapos rojos que colgábamos a modo de banderas. Había pañuelos, una frazada, un pulóver, un par de camisas chillonas. La lámpara de pie, el timón de barco que adornaba la pared, varias de las sillas, todos terminaron ocultos en nuestro rito ornamental y futbolero. Cuando llegué, rigurosamente ataviado con los colores reglamentarios, me llené los ojos de banderas rojas. Lo único que nos faltaba era el viento para que flamearan, como en la cancha.

Papá se negaba, pese a mis acaloradas argumentaciones, a vestir también el atuendo correspondiente. Nada de camiseta. Y mucho menos de pantalones cortos. A mí me parecía un desperdicio, con tanto trapo rojo disponible y tan a mano. Pero él prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno.

Mientras daban las últimas propagandas, y antes del aviso de “minuto cero del primer tiempo, es tiempo para una ginebra Bols” (o cosa por el estilo) que marcaba la hora señalada, papá se sintió en la obligación de preservarme de desilusiones demasiado abruptas. Me miró como me miraba siempre que tenía algo importante que decirme, con una mezcla de solemnidad y de ternura, con un bosquejo de sonrisa iluminándole los ojos. “Mirá, tipito –empezó, porque él me llamaba de esa manera cuando teníamos que aclarar cosas importantes-, que la cosa viene difícil.” Y volvió a enumerarme todas las dificultades que nos esperaban en esa noche de invierno. Que ellos habían ganado en Brasil, que nos habían pegado un peludo bárbaro, que no sólo teníamos que ganar, sino que debíamos hacerlo por no sé qué diferencia de gol. Pero para mí sus argumentos sonaban confusos. ¿Acaso él mismo no me había dicho que Independiente era el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del paso? El trató de convencerme de que, pese a la absoluta veracidad de lo dicho en otras ocasiones, esta noche las cosas iban a ser muy difíciles y peliagudas.

De todos modos, nos entonamos cantando un par de veces el “sí, sí señores, yo soy del Rojo”, y algún otro estribillo para ir matando el tiempo. Cuando finalmente se acabaron las propagandas, papá encendió la radio Phillips, con su estuche de cuero, que debía ser la primera portátil de Sudamérica (y la teníamos en casa). Le bajó el volumen a la tele: ambos sabíamos que los relatores de radio son mejores que los otros. Cada uno ocupó su sitio de siempre. El en la cabecera de la mesa, y yo sobre el arcón de mirar la tele. Acercó la estufa de kerosene de ese lado para cumplir lo pactado en cuanto a temperatura corporal con la madre del win izquierdo en el bolsillo.

Pero la carne es débil. No importa cuánta preocupación ocupe nuestro pensamiento, ni cuánta angustia agobie nuestro espíritu. Uno siempre termina teniendo hambre, o teniendo sueño, y sucumbiendo a esas necesidades poco altruistas. Empecé a cabecear apenas empezado ese partido inolvidable. Mamá me dijo varias veces que me fuera a la cama. Pero yo seguía ahí, impertérrito, sentado en el arcón, con las patas colgando y pateando en el aire como si estuviese en plena cancha en los escasos momentos de lucidez que tenía en medio de mi mar de sueño.

Papá esperó un rato y después me dijo que me fuera, que me quedara tranquilo. Yo protesté que de ninguna manera, que teníamos que seguir ahí los dos, haciendo fuerza con los cantitos y las banderas. Él me dijo con aire confiado que no hacía falta, que igual sin mí íbamos a salir campeones, que me quedara tranquilo, que los teníamos de hijos. Ante semejante desparramo de confianza le hice caso y me dormí.

 A la mañana siguiente mamá me despertó para ir al jardín. Embotado de sueño me dejé vestir, abrigar y conducir a la cocina a tomar la leche. Después ella me sentó en el sillón del living para atarme los cordones, como hacía siempre mientras esperábamos que pasara el micro.

Apenas me despabilé un poco recordé la noche de la víspera, y me desesperé preguntándole el resultado del partido. A la luz del día, y después de un sueño reparador, mi deserción de la noche me parecía imperdonable. Ella me miró y dijo no saberlo. Le pregunté por papá, y respondió que aún no se había levantado.

Han pasado veinticinco años, pero aunque pasen sesenta voy a recordarlo como si hubiese sucedido hoy. La casa estaba iluminada por uno de esos soles oblicuos y tibios del invierno. Yo tenía el guardapolvo cuadrillé lila y blanco, y la bolsita en el regazo, bien agarrada a la diestra, para no olvidármela (otras veces me había pasado, y me había quedado sin el Jorgito de dulce de leche y sin la taza de plástico para el mate cocido; así que ahora la cuidaba más que a mi vida). De repente oí abrirse la puerta del dormitorio. Y enseguida escuché el clásico arrastrar de las chinelas en el parquet del pasillo. El corazón me dio un vuelco. Lo llamé a los gritos. Entró a las carcajadas, preguntándome el motivo de mi ansiedad. Yo lo interrogué por el resultado, ya totalmente despierto, ya absolutamente pendiente de lo que dijeran sus labios, ya indiferente a mamá terminando de atarme los cordones.

Él se acercó, se inclinó, me dio un beso de buenos días, y se me quedó mirando con expresión jubilosa. Recién cuando volví a preguntarle me dijo que sí, que claro, que habíamos salido campeones de nuevo, y que no me olvidara en el jardín de decirle a todo el mundo que Independiente había vuelto a salir campeón de América. Yo, aún en medio de mi alegría, me hice el tiempo de preguntarle cómo habíamos hecho, si él me había dicho que era muy difícil, que en Brasil nos habían dado un baile bárbaro, que teníamos que hacerles como tres goles, que en el campeonato de acá andábamos como la mona. El me miró risueño, y sembró una semilla más en el fértil potrero de mis sueños de pibe.

“Pero, tipito –empezó, como enunciando una verdad ya reiterada hasta el cansancio-, ¿no te dije que los brasileños ven la camiseta del Rojo y se asustan tanto que no pueden ni mover las patas? ¿No te dije que, con el frío, se quieren volver a su casa a comer bananas para entrar en calor? Por eso te dejé dormir. Porque era tan fácil que nos las rebuscamos sin tu aliento.” Y en medio de mi maravilla impávida, terminó: “Menos mal que te dormiste. Imagináte si te quedás despierto y gritás conmigo: les hacemos veinte goles y no quieren venir a jugar nunca más, y nos quedamos sin nadie a quien ganarle la copa”. Después me levantó en brazos y cantamos “la copa, la copa, se mira y no se toda”, y dimos la vuelta olímpica a los saltos, por toda la casa. Vino el micro y me fui al jardín de infantes.

Supongo que esos son los recuerdos que se le meten a uno en los recovecos del corazón, y echan cría y se nutren de su propio néctar, y nos marcan para toda la vida. Por lo menos así ocurrió conmigo. Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia, o cuando me toda sufrir por radio y por televisión un partido de Independiente y me como los codos por la ansiedad y la angustia (la vida me enseñó lo inconveniente que puede resultar fumarse los nervios), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme en la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana.

Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades eternas. Cuando Independiente gana un campeonato –al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen- lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte. Lo que pasa es que tratándose del Rojo, de mi viejo y de mí, hay veces que la muerte es una señora que nos tiene un miedo bárbaro. Una vieja podrida a la que, de locales en Avellaneda, le tiramos la camiseta y podemos, de vez en cuando, llenarle la canasta.

Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.Mundial 2014

Post scriptum  – prórroga.