Cantaba Mercedes Sosa «Si se calla el cantor calla la vida». Nada más apropiado para expresar el sentimiento que deja la noticia de la muerte de Leonard Cohen. Cohen dio voz al desarraigo, la frustración de la vida que te ahoga con la soga del aburrimiento, al amor posible e imposible.
Con el bailamos un Vals a la sombra de La Alhambra, conquistamos Manhattan y luego Berlín, nos hicimos partisanos, soñamos con Suzanne. Cohen fue cambiando nuestras vidas al ritmo de su voz cambiante. De aquella voz dulce como un vino blanco, fresco y joven, pasamos a un tinto añoso, rugoso, lleno de matices.
Cohen, un estilo en si mismo, porque es inclasificable más allá de la manida etiqueta de cantautor. Nació en Montreal en 1934, en una familia de ascendencia judía, comenzó a interesarse al poco tiempo en la poesía de Federico García Lorca y durante su adolescencia, aprendió a tocar la guitarra y formó “The Buckskin Boys”, un grupo de country-folk. Aunque comenzó tocando una guitarra acústica, pronto pasó a tocar una guitarra clásica tras conocer a un joven guitarrista español que le enseñó “unos cuantos acordes y un poco de flamenco”.
Pero fue en la literatura donde Cohen empezó a desarrollar su talento. Publicó sus primeros poemas en marzo de 1954, carrera literaria que continuaría en los siguientes años, alternando la poesía con la narrativa.
En 1967, decepcionado por su falta de éxito como escritor, Cohen se trasladó a los Estados Unidos para comenzar una carrera como cantautor folk. Su canción “Suzanne”, fue un notable éxito de la mano de Judy Collins, y durante muchos años fue su canción más versionada. Tras tocar en varios festivales de folk, ganó la atención de John H. Hammond, representante de Columbia Records que años antes fichó para la compañía a Bob Dylan.
Cuando llega el momento de componer las canciones de su primer álbum, el trabajo está ya medio hecho: Cohen sólo tiene que desarrollar la melodía propia de los poemas que escribe y trasladarlos hacia el medio musical. El resultado es majestuoso, brillante. “Songs of Leonard Cohen” no es un disco revolucionario o innovador, es sólo condenadamente especial.
Songs of Leonard Cohen (1967)
Las canciones en este álbum transmiten una extraña calidez, una belleza atemporal que huele y suena a pura poesía, como si la experiencia abstracta de leer unos versos se hubiera embotellado para el disfrute de todos. Mucho de lo hermoso del disco viene de la contribución musical del productor John Simon, pero no nos engañemos, son las letras de Cohen las que ascienden sobre la música y las transforman en experiencias espirituales, únicas.
En 1971 edita «Songs of Love and Hate», donde la estética musical «coheniana», en toda su expresión de austeridad y densidad, se destila en este álbum grabado en un período difícil, envuelto en depresiones. La voz monótona, de letanía, en contraste con unos ansiosos acordes de guitarra, advierte de las visiones de desolación en la primera pieza, «Avalanche». Pero incluso el Cohen más severo y desesperanzado, sumido en un sofocante «Via Crucis» interior, se aferra a la belleza en las luminosas «Famous Blue Raincoat» y «Joan of Arc», entre metáforas inquietantes no siempre descifrables.
Songs of Love and Hate (1971)
Después de una periodo esplendoroso y de una tacada de discos maestros, Cohen en «New Skin for the Old Ceremony» de 1974, empieza a despegarse del folk para enriquecer sus composiciones, dibujar nuevos paisajes melódicos anudados a violas y mandolinas y lanzarse al campo de batalla del amor con canciones de altura como «Who by the Fire», «Field Commander Cohen» o «Chelsea Hotel No.2, en la que rememora su breve relación con Janis Joplin.
New Skin for the Old Ceremony (1974)
«Death of a Ladies´ Man» es un disco distinto de Cohen, que horrorizó a muchos fans por los frondosos arreglos de la producción de Phil Spector. Con el tiempo, se ha ido erigiendo en una obra extrañamente fascinante, de una decadente y retorcida belleza. El control de Spector sobre la grabación, con maneras intimidantes, incluido un uso disuasorio del revólver, dio un brillo inédito a piezas como «True Love Leaves no Traces», «Paper Thin Hotel» o ese «Memories» que suena como si Cohen cantara el pop fresco de aquellas bandas de chicas de principios de los sesenta.
Death of a Ladies’ Man (1977)
Asceta y espartano, Cohen se desmarca en «Various Positions» de 1985 con una nueva colección de salmos contemporáneos que miran de reojo al pop y se acomodan en esa voz cavernosa y en permanente fundido en negro. Aquí está, entre algodones y amagos de sintetizador, ese «Hallelujah» que han hecho suyo infinidad de artistas, pero también pequeñas maravillas como «Dance me to the End of Love» o «If It Be Your Will». Bendita madurez.
Various Positions (1985)
En 1988 publica «I’m Your Man». Un disco soberbio en el que no sobra nada. Rodeado de sintetizadores, la voz de Cohen renace más contundente que nunca para exhibirse como un casanova envejecido que ajusta cuentas consigo mismo y trata de disculpar tantos pecados cometidos. De la robusta y contundente «First We Take Manhattan» a esa delicada «Tower of Song», dedicada a Hank Williams, pasando por el homenaje a Lorca en «Take This Waltz» a los aromas intensos de «Everybody Knows», la exhibición es total, dando un contrapunto irónico a canciones con mensajes poderosos, a veces apocalípticos. En su perverso equilibrio de ligereza y gravedad.
I’m Your Man (1988)
En «The Future» (1992), el sarcasmo de «I’m Your Man» es aplastado por la voz de alarma que abre el disco: «He visto el futuro, hermano, es un crimen», canta, advirtiendo del rumbo que la humanidad tomará tras la caída, aparentemente feliz, del muro de Berlín. Disco de imágenes visionarias, que expresa una angustia más global que íntima a través de un lenguaje musical un poco más clásico que en el trabajo anterior y que, a través del escepticismo y el terror, deja piezas majestuosas como «Waiting for the Miracle», «Anthem’ y ‘Closing Time».
The Future (1992)
Tras sus años de retiro en el monasterio budista de Mount Baldy, California. En 2001 Cohen dio señales como creador en este disco de título desmotivado, donde compartió tareas compositivas con su veterana cómplice y corista Sharon Robinson. No hay que fiarse de las apariencias: en esta obra discreta hay un Cohen líricamente destilado y musicalmente conmovedor, que cultiva la canción pop adulta de sencillo acabado y desplaza su mirada desde los abismos emocionales de «A Thousand Kisses Deep» al paisaje hedonista de «Boogie Street»
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Ten New Songs (2001)
La última etapa de Cohen, esa página que añadió por estrictos motivos económicos, ha dejado trabajos de altura como «Popular Problems», acaso el más inspirado de todos los discos que grabó tras su regreso a los escenarios en 2008. El crepúsculo empieza a asomar la cabeza y la oscuridad gana terreno, pero Cohen se resiste a dejar escapar la belleza y la rodea de voces arenosas, lamentos servidos entre cuerdas y pinceladas de blues con la que se revela como una suerte de versión amable de Tom Waits.
Popular Problems (2014)
La atmósfera que rodea el decimocuarto disco de estudio de Leonard Cohen fue premonitoria. Recuerda al testamento sonoro de Bowie, «Blackstar». La voz de Cohen suena más profunda que nunca, y sus letras huelen a despedida. Son nueve canciones de un hombre sabio, desencantado, nostálgico, cansado, pero en paz consigo mismo y con el mundo.
En «You Want it Darker», primer single que da título al álbum, y el tema más dramático del mismo. «Estoy listo, mi Señor», repite en esta especie de réquiem de casi cinco minutos, con el acompañamiento del lúgubre coro de la Sinagoga Shaar Hashomayim. «Un millón de velas están quemándose pidiendo la ayuda que nunca llegó». Nos encontramos con el Cohen más espiritual, dirigiéndose a lo más profundo del alma humana.
You Want it Darker (2016)
Definido por el crítico Bruce Eder como «uno de los cantantes y compositores más fascinantes y enigmáticos de finales de los sesenta”. Cohen es eso y mucho más, son las palabras que caen sobre nosotros como hojas en otoño o la fina lluvia que nos empapa cada vez que le escuchamos. Escúchenle y cálense hasta los huesos.
Discurso en la Entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2011)