¿Recuerdas Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury en la que el cuerpo de bomberos organizado policialmente se encargaba de quemar los libros por orden del gobierno? Pues esto es al revés.
El Departamento de Policía de Wilmington, capital del pequeño estado norteamericano de Delawere, viene desarrollando desde agosto de 2013 el programa titulado Book ‘em – Cops and Kids Literacy Initiative. Básicamente se trata de fomentar la lectura entre los niños de los distritos problemáticos como instrumento para su promoción personal y social, proporcionándoles libros en propiedad de forma sistemática.
Todo empezó cuando el mayor Gary Tabor, con diez y siete años de servicio en el Cuerpo y miembro de una de las unidades que soporta un índice de delincuencia más alto, se percató de que el nivel de criminalidad de los domicilios en los que intervenía a diario era más elevado cuanto menor volumen de libros encontraba en ellos.
Asesorado por su esposa Melissa, maestra de escuela, sobre el valor de la lectura en la infancia, seleccionó cincuenta libros en desuso de entre los de sus propios hijos y se echó a la calle con su coche patrulla para repartirlos entre los niños de la barriada de Riverside.
La iniciativa fue cogiendo tal entidad que el propio Departamento de Policía asignó a Tabor veinte oficiales voluntarios para que la extendieran con mayor alcance. Lo mismo sucedió con los libros, para cuya adquisición el hogar de nuestro protagonista pasó a ser insuficiente, habiéndose de buscar otras fuentes de donación, como los mil libros recibidos de una escuela primaria, o la colaboración directa de tiendas de libros usados o de instituciones católicas de caridad, entre otras presentes en la comunidad.
La actividad de Tabor y sus hombres se realiza dentro de su jornada laboral con el aprovechamiento de los medios de que disponen como policías, y compaginándola con sus intervenciones directas contra la delincuencia. Se valen, pues, de los maleteros de los coches patrulla para el transporte de los libros, a los que acuden los niños, conocedores de sus propiedades lectoras por ondear una banderita azul en el techo, un reclamo ya familiar entre ellos.
Lo que empezó como una propuesta que pretendía mitigar las conductas ilegales desde la prevención, es decir, abriendo a los niños el extraordinario mundo de posibilidades que les ofrece la lectura, ha sobrepasado con creces este objetivo pues el proyecto se ha convertido en un elemento vertebrador de la comunidad, sobre el que sus distintos actores, particulares y colectivos, aúnan esfuerzos en beneficio de sus miembros más débiles y más decisivos en su propio futuro como son los niños.
Además, otro de los beneficios del programa se aprecia en el del respeto y en la mejora de la imagen del Departamento de Policía y sus agentes por parte de los vecinos, con esta dedicación de un alto valor añadido que facilita el cumplimiento de sus fines últimos, es decir, proteger y fomentar la armonía entre los miembros de la colectividad.
Los bibliopolicías son conscientes de que tienen el privilegio de, en muchos casos, constituir el primer contacto de los niños con los libros, y conocen también que su introducción en cada uno de sus hogares involucra, tarde o temprano, al resto de los miembros de la unidad familiar. Su compromiso con los niños es tal que cuando les piden títulos que no tienen ese día apuntan el nombre y la dirección del niño para llevárselos a su casa.
Aún queda mucho por hacer, pero hasta el momento los libros regalados ascienden ya a los seis mil, y el alcance mediático de su programa sigue creciendo, así como su presencia en la redes sociales, cuya página de Facebook es utilizada tanto para la difusión como para el reclamo de nuevas donaciones.
Fuente: QuéLeer, 10 de junio de 2014